Rafi Escobedo, ¿víctima o verdugo?

Leticia Ortiz (SPC)
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Rafi Escobedo, ¿víctima o verdugo?

Rafael Escobedo Alday conoció a Myriam de la Sierra en el Club Hípico de Somosaguas en 1977, cuando tenía 22 años y ella 20. Como la mayoría de jóvenes que coincidían en aquel lugar, ambos eran dos niños bien de la época: él era nieto del que fue decano del colegio de abogados e hijo del jurista Miguel Escobedo Gómez-Martín y de Ofelia Alday Mazorra, una mujer de origen aristocrático. La familia residía en el exclusivo paseo de la Castellana, aunque los fines de semana los pasaba en la finca familiar de Moncalvillo de Huete, en Cuenca. Myriam, por su parte, formaba parte de una de las familias más poderosas de aquel tiempo, pues su madre era heredera de los marquesados de Urquijo, Loriana y de Villar del Águila y propietaria del Banco Urquijo, que gestionaba su marido, Manuel de la Sierra, hijo de un general y una noble tarraconense. 

Aquellos jóvenes de apellidos ilustres se enamoraron. «Rafi era muy carismático y divertido. Siempre estaba haciendo planes, me llevaba a fiestas y acabó conquistándome», recordaba años después Myriam. Acabaron casándose el 21 de junio de 1978, a pesar de la oposición del padre de la novia que avisó a su hija de que su futuro marido «era muy joven e inmaduro y no tenía futuro, porque ni estudiaba ni trabajaba». Poco le duró el disgusto al suegro de Escobedo, ya que a los seis meses de casarse, su hija le comunicó que se separaba. Pocos meses después, ella presentaba una solicitud de nulidad eclesiástica del matrimonio, porque ya había iniciado una relación sentimental con el ciudadano estadounidense Richard Dennis Drew.

A pesar de salir de la vida de Myriam, Rafi siguió manteniendo la amistad con su hermano y frecuentando a los amigos de la familia. Nadie hubiera imaginado que el 8 de abril de 1981 iba ser detenido por la muerte de sus exsuegros. 

Aquella misma noche, en la Dirección General de Seguridad, confiesa el crimen. Según denunció después, «bajo torturas físicas y psíquicas». Nunca más volvió a reconocer su culpabilidad. Sin embargo, los indicios, los testimonios y las pruebas no dejaron dudas para el tribunal del caso, que condenó a Escobedo a 53 años de prisión como autor del doble homicidio. Eso sí, la sentencia dejó abierta la posible participación de más personas en el caso.

Destruido

El autor del crimen ingresó en el penal santanderino de El Dueso, donde ocho años después de la condena, apareció ahorcado en su celda con el cuello atado a una sábana sujeta a los barrotes. Pocas semanas antes ya había dejado caer sus intenciones en una entrevista televisiva con Jesús Quintero: «Me quedo horas mirando las rejas de la ventana y repitiéndome: ‘cuélgate, termina de una vez con todo esto’». En esa misma charla, confesó que la cárcel, donde se enganchó a las drogas, le había «destruido como persona». 

«No se suicidó, lo mataron y me remito al informe de los doctores que le hicieron la autopsia, Andrade, Vilanova y Folguera, del Anatómico Forense, que encontraron 14 miligramos de cianuro en sus pulmones, riñones, hígado e intestinos», apuntaba el abogado Marcos García-Montes, quien lleva cuatro décadas defendiendo la inocencia de Escobedo. Para él, Rafi fue «una víctima» al que cargaron un crimen plagado de incógnitas