Con el desconocimiento de los primeros momentos de pandemia, Yolanda Lancha, fotógrafa de La Tribuna, ha tenido que lidiar con problemas con la UME, varias identificaciones policiales y el miedo en algunos lugares a que hiciera su trabajo. Fueron días en que la impresionaron mucho las calles desiertas.

Pero el mayor miedo fue el viernes antes del confinamiento. Con el niño toda la semana malo, los padres de Yolanda, de alto riesgo los dos, se tuvieron que hacer cargo de él para permitirla trabajar. «En ese momento, con tanto contagio, salí de mi casa sin tener la certeza de cuándo o si iba a volver a ver a mis padres, tenía miedo de haberles llevado yo el virus por mi trabajo o de que lo tuvieran». Las semanas siguientes, a la puerta del hospital, viendo sacar féretros y el trasiego de ambulancias, creció todavía más su miedo.

Ha sido un trabajo más agotador «por la situación ya que ha sido más difícil encontrar noticias buenas y eso te afecta psicológicamente». Tenía que estar cambiándose de ropa al entrar y salir de casa y a la postre aquellos días cogió frío, y los nervios, con un niño, le hicieron perder peso. Fueron días de desconcierto, ya que de repente la redacción se apagó; comenzó el teletrabajo, y Yolanda notó mucho el no tener contacto con sus compañeros. En definitiva, «desapareció mi trabajo de redacción y mi socialización, que es lo que más me gusta de este trabajo». Siguió igual en la calle, pero en un trabajo muy distinto, mucho más improvisado, casi sobre la marcha, sin convocatorias muchos días, con contenidos más centrados en la pandemia.