El amigo de Boix

Marta García
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Felipe Yébenes compartió amistad e ideario comunista con el fotógrafo catalán. Al toledano se le atribuye la orden de esconder el material fotográfico, la mayor prueba de las atrocidades de los SS

El amigo de Boix

Los dos eran deportados españoles en Mauthausen, comunistas y muy amigos. También ambos consiguieron esconder, con la ayuda de otros prisioneros, buena parte del material fotográfico que probaba los crímenes, el sadismo, las abominables torturas y las condiciones diarias de los prisioneros durante años. «Mi padre tenía en su casa muchas fotos que había hecho Francesc Boix y las entregaron a Núremberg y a distintos museos». Algunos de los retratos, instantáneas de grupo y varias en las que aparecen ambos, están guardadas en un altillo en casa de Jean Louis, el hijo de Felipe Yébenes.

Y ambos también entregaron bastante material fotográfico para ilustrar el libro ‘La deportación’. Su hijo se acuerda de alguna de las visitas del fotógrafo catalán, considerado un héroe desde hace muchos años por sus fotos y la sustracción de alrededor de 20.000 negativos a pesar de que únicamente aparecieron un millar. Pero Boix no fue el único fotógrafo español en Mauthausen, ya que hubo otros dos, Antonio García y José Cereceda, que trabajaron en el laboratorio del campo de exterminio donde se guardaban fotografías de las visitas oficiales, de distintos acontecimientos, de los asesinatos, de las represalias y del día a día de los deportados.

Sin embargo, el protagonismo se le ha endosado siempre a Boix, que también fue el único español que testificó en los juicios de Núremberg contra los nazis meses después de la liberación. Incluso Antonio García le contó al historiador Benito Bermejo que el catalán llevaba la voz cantante y ellos se limitaban a ver, oír y callar pese a que el primero estuvo meses antes de que Boix llegara al campo escondiendo copias del material fotográfico centrado en los deportados.

Sin embargo, hay más hipótesis. Según el ensayo ‘Dos fotógrafos en Mauthausen’, recientemente editado por el historiador David W. Pike, Antonio García cayó enfermo y fue trasladado al hospital, momento que Boix aprovechó para sustraer las fotos que tenía escondidas el primero. El autor consiguió entrevistar a García hace tiempo y le confesó que ni él ni otros deportados españoles se llevaban bien con el fotógrafo catalán, que llegó a ser kapo de un grupo de presos, «por su disposición a lamerle las botas  a los SS».

Para Jean Louis, Boix era un buen amigo de su padre, incluso fue de visita a la casa familiar varias veces y conoció a su madre. Sin embargo, la amistad se truncó pronto porque el fotógrafo murió muy joven, con 30 años, en 1951.

Felipe fue ganando confianza en Mauthausen como peluquero y en ocasiones aconsejaba a sus compañeros españoles que tuvieran cuidado, que ni los SS ni los kapos encontrasen la más mínima excusa para molerles a palos. También insistía en que no había que entrar en provocaciones. Intentaban cuidarse unos a otros, obtener información del exterior y trazar planes para escapar, aunque esa idea era demasiado arriesgada y se pagaban castigos demasiado crueles.

La vida del toledano no fue fácil allí dentro, pero disfrutaba de cierta libertad vigilada, podía moverse sin llamar la atención y tenía la posibilidad de disfrutar de algún concierto de música de la orquesta del campo de vez en cuando. También Boix vivía con ciertos privilegios en  relación al resto de prisioneros.

El robo de las fotos. Desde hace muchos años circula una versión comunista de lo ocurrido tras la hospitalización de Antonio García en febrero de 1945, que apunta que la misión de esconder el material fotográfico la asumió el toledano, «que era el secretario de la organización secreta» de los españoles en Mauthausen, como apunta David W. Pike en su libro ‘Españoles en el Holocausto’. Incluso Felipe le pidió a Boix que viera la manera de sustraer unas 2.000 fotos del laboratorio del campo para guardarlas en un lugar secreto. También estaban disponibles las fotos de García, pero es improbable que el fotógrafo Boix se las llevara antes de su hospitalización porque el autor se habría dado cuenta.

Lo que sí parece claro, algo en lo  que coincidían los supervivientes y también los historiadores, es que se dividió el material fotográfico robado, parte se trasladó al comando de desinfección para que lo cosieran en las ropas y otra tanda al taller de carpintería y al relojero Marcelo Rodríguez para que también lo ocultaran.

Además, ganó cierto protagonismo otro toledano, Félix Bargueño, que ejercía como kapo en la cárcel del campo y tuvo la oportunidad de tener las fotos y los negativos durante semanas, según contó él mismo años después. Recibió todo el material de manos de Boix y lo ocultó en una mochila que introdujo en la grieta de una chimenea del crematorio que no se usaba.

Más tarde, los deportados decidieron entregar el material robado al comando de Poschacher, conocidos por los españoles como ‘los pochacas’, integrado por los deportados españoles más jóvenes que trabajaban fuera del campo tras el acuerdo alcanzado por el comandante de Mauthausen y Anton Poschacher, dueño de una empresa familiar dedicada a la construcción que necesitaba mano de obra. El grupo tenía contacto además con algunos austríacos que recelaban de los nazis.

El protagonismo de Bargueño en esta misión se desdibujó por el testimonio de algunos deportados, que  comentaron que era improbable que las fotos se guardaran tanto tiempo en la cárcel y que el toledano las custodió como mucho un par de días. Finalmente, los muchachos de Poschacher tuvieron la oportunidad de trasladarle el material a Ana Pointner, una austríaca que vivía en el pueblo de Mauthausen que intentaba ayudar a los deportados. Una vez que tuvo los paquetes en sus manos los ocultó en un muro de piedra en su casa, guardó el secreto y ni siquiera se lo comunicó a su familia.

Años después de la liberación, concretamente en 1979, Felipe Yébenes aportó su testimonio sobre el robo de las fotos en el Boletín de la Asociación Amical Mauthausen francesa y explicó su colaboración en esta complicada operación. Lo que no se sabe si contó que él guardaba en su casa todavía algunas fotografías que heredó su hijo tras su muerte en 1983. Un valioso recuerdo que acerca a Jean Louis a Mauthausen.