«Nunca pensé que me podía ver así; perdí mi vida»

I. G. Villota
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José Luis reside desde agosto en el albergue de Cáritas en Toledo, donde llegó tras 15 días durmiendo en el coche y después de una espiral en la que perdió su casa, no podía pagar el alquiler y se quedó sin subsidios.

«Nunca pensé que me podía ver así; perdí mi vida» - Foto: Yolanda Lancha

Una joven espera junto a su carrito de bebé en el patio toledano central del edificio. Un par de escalones de unos 20 centímetros separan este distribuidor de la puerta de salida del edificio. José Luis coge el carro y ayuda a la madre. Sostiene la puerta asomándose al exterior, donde chispea un poco. «Ha salido lluvioso el miércoles», comenta. «¿Tienes paraguas?». Después recibe a La Tribuna, con quien tiene concertada una entrevista con motivo de la campaña ‘Ponle cara’ de Cáritas, promovida  para sumarse a la conmemoración, hoy 27 de octubre, de la Jornada de las Personas Sin Hogar. Paradójico porque él no quiere mostrar la suya. Siente apuro. «Me conoce mucha gente y me resulta incómodo. No es vergüenza, porque estoy agradecido de estar aquí, pero...». 

Nació en Madrid hace 55 años, casi recién cumplidos, y vive desde el pasado 21 de agosto en el albergue para personas sin hogar de Cáritas. Está en la calle Aljibillos, en un inmenso inmueble del Casco que cuenta con las condiciones adecuadas de habitabilidad, pero que también sufre los achaques propios de una edificación antigua. No hay lujos, pero sí hay dignidad.

José Luis tiene grabado a fuego ese 21 de agosto. Cambió su vida porque vio un rayo de luz tras años de dificultades. Todo arrancó más o menos con su divorcio con dos hijos menores, hace más de una década. Tenía que pasar la manutención y llegó un día que no podía hacerlo, explica. Su abogado le recomendó poner su casa a nombre de su mujer y sus hijos, cuenta.  

Se buscó un alquiler en Cedillo del Condado hasta que no pudo pagarlo. Se quedó sin trabajo tras 28 años siendo electricista, con parones, pero siempre con algún trabajo o «chapucilla». También tiene carné de autobús y se atreve con la jardinería y labores de mantenimiento. «La crisis se lo llevó todo por delante», reflexiona. Entró de ocupa en una vivienda cercana a donde vivía de alquiler, pero finalmente salió de allí. 

Habla de su mala suerte porque  cuando pensó que había encontrado un trabajo que le permitiese al menos volver a mantenerse, a la desesperada, con unos feriantes, todo se convirtió en un infierno. «Me tenían explotado, no me pagaban más que cinco euros al día, de 7 de la mañana a 10 de la noche, y a veces no podía ni salir». 

La espiral acabó con él durmiendo durante 15 días en su coche, en las inmediaciones de un parque en Navalcarnero, en pleno agosto. «Nunca pensé que me podía ver así, perdí mi vida», dice con lágrimas asomando en sus ojos. 

«No me aseaba, casi no tenía ropa y comía de lo que encontraba en las papeleras. No se lo deseo a nadie. Lo único que pensaba es que no quería vivir pidiendo», rememora, indicando que no tenía donde sostenerse, tras una relación prácticamente inexistente con sus hijos y sin otros apoyos familiares. 

«La Policía Local a veces tocaba a la ventanilla del coche para identificarme, incluso de madrugada. Es algo rutinario, pero yo me sentía como un delincuente. Me trataron bien, al final me conocían», recuerda. 

También agradecido se muestra con el camarero de un bar cercano, que le permitía asearse en el baño del local antes de abrirlo y le ofrecía un plato de comida caliente. «Para poder mantener la dignidad», incide. 

A través de los servicios sociales  le ofrecieron entrar en el albergue de Cáritas. No conocía prácticamente Toledo, de hecho cuenta que aún hoy algunos barrios le suenan a chino, pero decidió venir. 

Desde entonces se encuentra en el servicio de medias estancias, con una habitación individual, y compartiendo piso con otro compañero. Reparten tareas de limpieza y organización y «es fundamental cumplir horarios y normas».

«Aquí hay personas con problemas de alcohol, de drogas, que siempre han estado en la calle o van de un lugar a otro, que han dormido en cajeros o en la calle, pero también hay otras historias. Personas que tenían una vida normal, como la de cualquiera, y lo perdieron todo. Cuesta mucho recomponerte cuando no tienes ningún ingreso», lamenta, explicando que tuvo unos problemas que le impidieron sellar correctamente el paro por lo que está a la espera de arreglar los papeles. 

Desde entonces se pasa los días echando currículum desde los ordenadores del centro, afirma, participando en varios programas de Cáritas o Cruz Roja y acudiendo a todas las entrevistas de trabajo que consigue. El martes fue a una que tenía buena pinta. Dice que conectó con la entrevistadora. Le contó su historia y de dónde viene, sin rehuir la realidad, y habló de su experiencia y sus ganas. «Es solo media jornada, pero también me vendría bien para empezar hasta que salga otra cosa». 

En Cáritas le han abierto la puerta a continuar en el albergue uno o dos meses una vez tenga su primer empleo para  garantizar un soporte y estabilidad para ir reconstruyendo el puzzle. 

«No es que esté mal aquí, de hecho tenemos de todo, un plato caliente, cama, y tenemos hasta buenas conversaciones y apoyo. Pero lo que realmente necesito es tener mi casa, mi trabajo, y sentirme yo», asevera.