La biodiversidad de La Mancha, en un frasco de aceite

J.D. Bazaga
-

La explotación toledana 'Al alma del olivo' es pionera en el desarrollo de iniciativas de conservación de la fauna y la flora y de integración de su actividad con el entorno gracias a un programa de sostenibilidad de la Fundación Global Nature

La biodiversidad de La Mancha, en un frasco de aceite

Envasar las esencias del campo, la frescura de su flora y la vitalidad de su fauna, para poder saborear la identidad de un territorio. Esto es lo que consiguen en la explotación olivarera ‘Al alma del olivo’, y que hacen posible gracias al mimo con el que cuidan su producción. Una plantación que va más allá de lo ecológico, contaminando su producto, y nunca mejor dicho, con la biodiversidad que otorga la integración en el entorno y el cuidado en los detalles que, a veces imperceptibles al ojo humano, son agradecidos por los animales, la vegetación y, por extensión, el olivo.

‘Al alma del Olivo’ es una finca situada en el término municipal de Almonacid de Toledo, que dirige Clara Madrid, y que forma parte del proyecto pionero que desarrolla la Fundación Global Nature en cuatro países: Alemania, Francia, Portugal y España, para la integración y cuidado de la biodiversidad en los procesos productivos de las explotaciones agrícolas.

En Castilla-La Mancha son únicos en la implementación de medidas para favorecer la biodiversidad del entorno, y es que como asegura Madrid, «ya no hablamos del producto ecológico y hablamos del producto biodiverso». De hecho, la agricultura ecológica la superaron hace tiempo y necesitaban dar un paso más para diferenciarse y aportar valor al aceite de oliva virgen extra que elaboran en esta explotación de 400 hectáreas, de las que la mitad son olivos de las variedades picual, hojiblanca y cornicabra, su «joya de la corona».

Algunas de esas medidas son tan sencillas como la instalación de infraestructuras para la fauna como pasos o comederos para las aves, o amontonamientos de piedras o majanos para la protección de conejos o reptiles. Ejemplares «muy importantes para el olivo», destaca Alberto Mellado, asesor técnico de esta explotación, porque contribuyen a completar el ecosistema natural de la zona.

Las cubiertas vegetales del suelo son la estrella de la explotación, tanto las sembradas como las naturales y los bordes o bandas florales. Todos ellos aportan «beneficios notables» para la biodiversidad, que se refleja en la proliferación de especies depredadores de los insectos de plagas como la mosca. Eso conlleva la no utilización de productos químicos, pesticidas o plaguicidas para acabar con ellas, reduciendo los costes por un lado y generando un producto «cien por cien saludable». Pero también beneficios para el suelo. «El gran capital agrícola es el suelo», recuerda Mellado. De hecho destaca que con estas cubiertas vegetales que dejan crecer de forma natural, siembran o enriquecen con restos de poda triturados «la estructura del suelo mejora, y si el suelo mejora el cultivo también mejora». Pero el manejo de esa cubierta debe hacerse a conciencia para que la vegetación «ayude» al cultivo y «no compita» con el olivo por el suelo o el agua.

Hay otras zonas de la explotación que se han dejado en pasto natural para refugio y alimento de esa fauna. Zonas que podrían estar cultivadas pero que, a pesar de las dudas iniciales que tuvieron Clara Madrid y su equipo por la pérdida de rentabilidad, han descubierto que «merece la pena» por el ahorro en costes y mejora de la calidad del aceite. «Hemos visto una reducción importante de costes en repuestos, gasoil porque no labramos y tratamientos para plagas. En esta zona hay mucha mosca y nosotros ya casi no tenemos», revela Madrid.

¿El resultado? Un ecosistema natural y atractivo para la fauna compuesta de zorros, rapaces, conejos, reptiles e insectos predadores de la que se beneficia un cultivo tradicional que genera un producto cada vez más ecológico y saludable. «Pequeñas acciones que generan rentabilidad», coinciden los expertos.

Certificados.

Tanto es así que ahora uno de los objetivos de la Fundación Global Nature con este proyecto es trabajar en un sello o certificación, equivalente a los de otros países de la UE como Suiza, para reconocer el uso de estas prácticas de fomento de la biodiversidad en explotaciones agrarias.

Vanesa Sánchez, técnico del proyecto de la Fundación, reclama de hecho «que se reconozcan estas prácticas» en el etiquetado convencida de que «el consumidor debe tener toda la información» a la hora de escoger el producto que llevarse a casa.

Qué duda cabe que es una tendencia y que la cada vez mayor sensibilización de la sociedad deriva en una exigencia a la hora de la compra. «Los espacios ‘eco’ de las grandes superficies son cada vez más grandes», indica Madrid, quien confía en que este tipo de productos acabarán imponiéndose en los mercados «como ya ocurre en otros países mucho más adelantados en este aspecto. Fuera hay mucho mayor reconocimiento».