«Si yo volviese a nacer, volvería a pintar cerámica»

Lola Morán Fdez.
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José Antonio Fernández, alma mater de Cerámica San Agustín, se jubila tras toda una vida dedicada a un oficio en el que se inició de la mano de 'Artesanía Talaverana' a los 14 años

«Si yo volviese a nacer, volvería a pintar cerámica» - Foto: Manu Reino

Se jubila laboralmente pero reconoce que no va a dejar de hacer su gran pasión: la cerámica. José Antonio Fernández, alma mater de Cerámica San Agustín. Llegó a este oficio por un «golpe de suerte» que le hizo ser vecino en su niñez de un entonces pequeño taller de cerámica llamado ‘Mauri y Corrochano Artesanía Talaverana’, situado en la carretera de Cervera.

«Mauri era vecino mío y cuando acabé cuarto y reválida, con catorce años mi madre me cogió del brazo y me llevó a su taller y le dijo: Mauricio, aquí te dejo a Jose para que aprenda el oficio», rememora este pintor ceramista.

A esa edad empezó sus primeros pasos en la cerámica y ahora, décadas después, afirma rotundo que está «súper agradecido» a su madre porque le llevó a dedicarse a un oficio del que, pese a tocarle por edad, no se quiere «desenganchar».

«Hubiese hecho Filosofía y Letras», explica Fernández, y recuerda que tras ese primer verano en el taller cerámico, se matriculó en el instituto nocturno para continuar sus estudios. Sin embargo, ya compaginó esta etapa académica con la cerámica, a la que dedicaba el día para después estudiar por la noche.

En estos primeros años en el taller tuvo como instructor a Florencio Martínez Montoya, maestro de Ruiz de Luna, así como a Rafael García Bodas, Pablo Adeva (padre), que le enseñó a rotular, y a Felipe Spínola, autor de la cerámica de los puentes del lago de la Alameda y que inició la decoración del templete de la Banda de Música en los Jardines del Prado. Labor que precisamente proseguiría después Fernández tras fallecer su maestro.

Al acabar sus estudios en el instituto, decidió que su sitio era Talavera y su mundo la cerámica, descartando ir a la Universidad. Desde ese momento, comenzó su actividad en ‘Mauri y Corrochano Artesanía Talaverana’, que cambió de sede a la avenida de Portugal.

En estos años, tuvo la ocasión de viajar gracias a su actividad. Así, en 1988 fue por primera vez a Japón, donde estuvo quince días haciendo demostraciones de cerámica;en 1989 estuvo en Singapur con este mismo cometido;en 1992, con motivo de las Olimpiadas de Barcelona, regresó a Japón por un periodo esta vez de 45 días, tiempo en el que fue recorriendo diferentes ciudades mostrando su oficio, acompañado de su caña de bambú para pintar escenas del Quijote.

Tras 32 años en ‘Artesanía Talaverana’, Fernández, animado por su mujer Matilde, fundó Cerámica San Agustín, donde ambos han regentado un negocio reconocido por la calidad de su trabajo.

«Este negocio ha funcionado también por Matilde», afirma, para recalcar que, sin ella, «no hubiera sacado el producto que he sacado» porque mientras él se ha ocupado de decorar, ella, además de atender y administrar la tienda, ha esmaltado y horneado.

Azul y cobre. Durante todos estos años, su trabajo se ha caracterizado por su estilo tradicional, en la línea de Ruiz de Luna, si bien ha incorporado variaciones y cuenta con una colección propia que llama ‘azul y cobre’ que cuenta con muy buena aceptación.

«La cerámica tradicional que se hace hoy día no tiene absolutamente nada que ver con la cerámica que hacía yo hace 40 años», sostiene Fernández, quien dice que, pese a ello, sigue siendo tradicional en cuanto a que las técnicas siguen siendo las mismas pero han cambiado los motivos de la decoración.

«Antes se hacía mucha montería y hace por lo menos 20 años que no pinto una escena de Quijote ni de montería», afirma, y añade que tampoco hacen ya las clásicas ánforas con el asa en forma de serpiente enroscada.

Por ello, subraya que «se puede seguir haciendo cerámica tradicional y haciendo unas pequeñas innovaciones». De hecho, recalca que el 90% de quienes visitan Talavera «vienen buscando cerámica de Talavera» tradicional.

Ha llevado su pintura a países como Holanda -de la mano de ‘Artesanía Talaverana’- así como a México, ya como Cerámica San Agustín, además de ciudades españolas como Madrid, en las que su obra decora fachadas de cervecerías.

Tras dos años de jubilación activa, ha decidido echar el cierre al negocio coincidiendo con la jubilación de su mujer, el otro pilar de Cerámica San Agustín. Sin embargo, dedica estos días a encargos pendientes de amigos que elabora ya a título personal y a preparar los regalos que dará su hijo en su boda el próximo mayo.

La tienda está ya cerrada al público, y en ella han quedado pocas piezas que, como explica el ceramista, «no se han vendido por la pandemia». «Si no, lo tendría totalmente vacío», reconoce Fernández, quien explica que la mayoría de clientes son turistas, algo que no hay ahora por las restricciones a la movilidad.

En este sentido, explica que, en los 17 años de Cerámica San Agustín, «ni un solo día he dejado de hacer caja» hasta que empezó la pandemia, que ha provocado que haya habido semanas e incluso meses «sin hacer un duro».

Esto, sumado a la jubilación de su mujer, le ha llevado a tomar la decisión de jubilarse, dejando con ello un poco más huérfano a un sector que acusa la falta de relevo generacional.

Le da «rabia» precisamente eso y reconoce que se jubila con «pena». «No voy a seguir en algo que si yo volviese a nacer, volvería a hacer lo mismo», asegura, diciendo a la vez que se marcha convencido de que ha «cumplido» con el oficio. «He intentando dar cerámica de calidad, mis clientes repiten y repiten, no he tenido ningún problema con nadie», afirma, para reconocer que se jubila porque es el momento.