Luther King, damasquino toledano y cerámica de Talavera

F. J. R.
-

El 19 de septiembre de 1964 el famoso pastor baptista norteamericano pasó 24 horas en España y protagonizó una curiosa anécdota cuando compraba souvenirs para su familia

Luther King, damasquino toledano y cerámica de Talavera

El discurso I have a dream de Martin Luther King vuelve a estar de actualidad en los Estados Unidos. Hace una semana, decenas de miles de afroamericanos llegados de todo el país desafiaron el calor y la pandemia para reclamar el sueño de Luther King 57 años después del considerado como discurso más poderoso en la historia de los derechos civiles. Las protestas de Black Lives Matter, tras el asesinato de George Floyd a final de mayo, sacuden el país norteamericano de este a oeste. Y ahora más que nunca es importante recordar las palabras del difunto pastor baptista.

Su discurso ha quedado para la posteridad gravado en el inconsciente colectivo, pero pocos saben que este activista y defensor de los derechos civiles de los afroamericanos tiene una particular anécdota que lo relaciona directamente con la provincia de Toledo.

Martin Luther King visitó España en septiembre de 1964. Llegó a Madrid procedente de Roma, en donde celebró un día antes una audiencia con el Papa, y tan solo estuvo en nuestro país 24 horas antes de volar a Amsterdam para participar en una convención baptista.

No es que el pastor norteamericano decidiera visitar Toledo en su corta estancia en suelo español, pero en su productivo día en Madrid terminó conociendo de cerca dos productos muy vinculados a la provincia: el damasquinado toledano y la cerámica de Talavera.

El diplomático Michael Aaron Rockland fue su ‘cicerone’ en Madrid. Llevaba solo nueve meses en la capital trabajando como funcionario cultural y director de la Casa Americana cuando fue elegido por sus superiores para que escoltara a Luther King y le hiciera de traductor y de guía por la ciudad.

Agotado por el trasiego de países, el pastor baptista tardó en salir de la habitación 209 del Hotel Hilton. Recibió a su guía en calzoncillos y le hizo bajar a comprar medicina para una gastroenteritis que arrastraba desde Italia. El propio Michael Aaron Rockland desgrana toda estas peripecias en su libro ‘Un diplomático en la España de Franco’ (Universidad de Valencia, 2011), desde la rueda de prensa que tuvo que celebrar Luther King hasta sus flirteos con una periodista española que vinieron a confirmar la fama de mujeriego que tenía en su país.

Desplazándose en limusina por Madrid, comió en los sitios más castizos hasta que llegó el momento de comprar algunos recuerdos para su familia. Rockland, como buen anfitrión, le recomendó comprar lo que para él eran «los recuerdos más representativos de España». Le llevó a la Plaza Cánovas. Aparcaron su ostentoso vehículo en doble fila y accedieron a una de las tiendas de suvenires que ya entonces había en la zona.

Allí, Rockland le mostró las joyas de las que tan bien le había hablado antes: damasquinado toledano y cerámica de Talavera. Regalos en su opinión a la altura de tan gran personaje y perfecto resumen de su paso por España.

Para sorpresa del diplomático, King se decantó en su lugar por comprar unos posters de toreros con el nombre de sus hijos estampados, unos toritos y unos cuantos toreros de juguete. Además, para sus hijas, unas muñequitas bailando flamenco y para su señora una mantilla de encaje negro. Todo tronío y topicazos de la España de la época.

De esta forma, prefiriendo merchandising de toros y flamenco a artesanía de damasquino y cerámica, se pudo descubrir, como narra en sus memorias Rockland, que «los grandes hombres son también normales de muchas formas».