MONTERO & MONTEVIEJO, TRIUNFO SEGURO

Dominguín
-

Puerta grande para Francisco Montero que entró vía sustitución, y fue la gran sorpresa de la tarde en Villaseca. Llenazo en los tendidos de 'La Sagra' en la última novillada del Alfarero de Oro 2019

MONTERO & MONTEVIEJO, TRIUNFO SEGURO - Foto: Joaquin Romera Garcia

Última jornada de la XX edición del Alfarero de Oro, que había reservado un encierro de Monteviejo, propiedad de Victorino Martín, que repetía en esta plaza por su comportamiento el año pasado sobre todo ante los equinos. Novillos variados de capa, serios, astifinos y un tanto desiguales, casi todos fueron recibidos con palmas en su salida de toriles y desarrollaron un juego dispar.

El protagonista del festejo fue Francisco Montero, hizo presencia en el pueblo sagreño vía sustitución, sabiendo que esta oportunidad la tenía que aprovechar sí o sí. En el patio de cuadrillas se le intuía en la mirada que a pie no salía del coso, de una manera u otra tenía que salir en volandas, y al final lo hizo con dos trofeos en su haber y aclamado por el público. A pesar de ser martes, la plaza de toros de Villaseca se llenó hasta arriba de los aficionados habituales y otro venidos de latitudes más lejanas. Un nutrido grupo de aficionados franceses era visible repartido por el graderío, respetuosos y expectantes de todo lo que allí aconteciese.

Sin probaturas hincó las rodillas en tierra y recibió con una larga al primero de su lote, al que se le fue sacando a los medios metido en su tela rosa. El novillo se quedó crudo y el trasteo con la pañosa fue de probatura. El astado tenía un peligro sordo y sabía en todo momento donde estaba el gaditano. Pero la firmeza de piernas y el oficio aprendido en capeas y talanquera, le hizo confiar en sí mismo. Ello le valió para tiras por bajo, templado y con toda la muleta en la cara del novillo en tandas cortas pero muy apasionantes. Cada vez que Montero le citaba, la gente encogía su alma, pensando su el animal iba a obedecer para bien o para mal. Hubo momentos de gusto, olvidándose de que tenía delante un Monteviejo nada claro, lo que se sentía de manera clara en los tendidos que estaban sin pestañear viendo el duelo del espada con ‘Coleretón’. Tras la espada se fue sin conocimiento, muy de largo, echándole la muleta al hocico, como si tuviera en el morrillo del animal una quiniela con 15 aciertos, y allí la enterró. El animal cayó en el medio del ruedo y la emoción broto de los ojos del novillero que se fue a la barrera a recuperarse. El público estalló entre pañuelos y voces, más voces que pañuelos, e hizo dudar al presidente por unos segundos hasta que asomó el blanco por la barandilla del palco. La vuelta al ruedo muy apasionante y ovacionada por un público que había vuelto a ver, por un momento, a un torero de hace 50 años, con mucha hambre en todos los sentidos.

Sabedor Francisco Montero que solo él era el que podía salir a hombros del coso, se echó el capote de paseo al hombro, y cruzo el ruedo hacia la puerta de toriles. Allí siguiendo un ritual metódico se colocó frente al portón de los sustos, casi en el centro del ruedo, se puso de rodillas y con el minúsculo capote de seda roja y oro, espero que saliese su oponente. ‘Citavacas’ salió como una exhalación hacia él, esquivándole por encima de su hombro derecho. La plaza se puso en pie, y entre la pasión, el miedo, la tensión y la jota villasecana, aquello rugió como no lo había hecho en las cinco novilladas anteriores. Cambio a los trastos habituales y se volvió a manchar de albero las rodillas para seguir con la intensidad del recibo, toreando al voluminoso y amplio de cuerna de Monteviejo. Tercio de varas vistoso y dejando que el utrero llegase en dos ocasiones de largo al peto. El animal era noble y con posibilidades de triunfo, y Montero sabedor de ello bridó su faena a Jesús Hijosa. Seguro con la muleta citó de frente y bajó la mano una y otra vez con la diestra, consiguiendo meter a la plaza en la faena. Crujían los tendidos y el novillero se vino arriba, perdiendo por momentos el peligro que siempre lleva en sus pitones un Monteviejo, quedando una vez colgado literalmente del pitón por el pecho. Por naturales se puso de frente y le sacó naturales de uno en uno, para acabar con manoletinas muy ajustadas. La espada le cayó baja, el astado se echó y la plaza pese a la colocación fue un clamor, no pudiéndose negar el presidente a la petición. Vuelta con el apéndice entre niños que le escoltaron por el ruedo, hasta que le cogió en hombros el capitalista de turno y en hombros lo sacó con los acordes del pasodoble ‘La Puerta Grande’.

Esto eclipsó lo ocurrido con sus compañeros de cartel. José Cabrera que puso mucha voluntad con capote, banderillas y muleta. Al primero lo recibió animoso con la capa, teniendo suerte dispar con los garapullos. Con la muleta estuvo correcto, tapando al toro los defectos y haciendo las cosas con inteligencia. Su labor fue silenciada. Al cuarto lo toreó mejor de capa, rematándolo de forma garbosa. Lo quiso lucir en varias ocasiones en varas, pero otro puyazo no le hubiera sobrado, pues desarrolló dificultades el berrendo. Lo solventó con profesionalidad, cosechando otro silencio.

Cristóbal Reyes, tiene el oficio muy aprendido, y esto le valió para solventar los tornillazos del segundo que se volvía y reponía con ligereza hacia el espada. Muy tapada la cara en cada pase, solo quitándole el trapo rojo en los pases de pecho largos, echándose todo el animal encima. Silencio al pasaportar al de Victorino. En su segunda oportunidad sorteó un animal serio que fue lucido en el caballo, provocando sus arrancadas de lejos. A la muleta llego sin recorrido, midiendo al novillero, que tuvo calada la montera todo el trasteo. Estuvo más tiempo delante del debido, pues el utrero no era para lucimiento alguno. Silencio de nuevo.