Dos mellizas de la puerta de Bisagra

Adolfo de Mingo
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Fueron realizadas por los dos principales arquitectos-restauradores de Toledo a mediados del siglo XX: José Manuel González-Valcárcel y Fernando Chueca Goitia. Están en Madrid y Palma de Mallorca

Dos mellizas de la puerta de Bisagra - Foto: JUAN LAZARO

Lleva cuatro siglos y medio presidiendo la entrada a la ciudad de Toledo. Su elegante aparejo central de sillares almohadillados -inspirados en el tratado de arquitectura de Sebastiano Serlio-, el enorme escudo del Emperador, sus dos grandes cubos o torreones cilíndricos y el Ángel Custodio que la remata han franqueado el paso a miles de visitantes, sobre todo antes de que la muralla que la cerca cediera paso al tráfico rodado en la década de los años treinta. La Puerta de Bisagra posee una inconfundible fisonomía, representada por Antonio de las Viñas desde prácticamente el momento de su construcción, a mediados del siglo XVI.

No es de extrañar que este carácter icónico -que aprovecha inconfundiblemente en nuestros días el ilustrador Toni Reollo- fuera destacado por los dos principales arquitectos-restauradores que trabajaron en esta ciudad durante las décadas centrales del siglo XX: José Manuel González Valcárcel y Fernando Chueca Goitia. Ambos realizaron sendas réplicas de la Puerta de Bisagra, construidas en Madrid y Palma de Mallorca, que han llegado hasta nosotros convertidas en espacios para exposiciones, restaurante e incluso plató de cine por el que pasó Clint Eastwood.

La reproducción más temprana del monumento tuvo lugar a finales de los años cincuenta, en pleno auge de la Feria Internacional del Campo de Madrid. Se trataba de un multitudinario evento, celebrado entre 1950 y 1975, que invitaba a las cámaras sindicales agrarias a instalar su correspondiente pabellón, normalmente revivals realizados a partir de las arquitecturas representativas de cada provincia. Esto no impidió que algunas de estas construcciones fueran realizadas por arquitectos tan solventes como Secundino Zuazo (Pabellón de Canarias) o Alejandro de la Sota (Pabellón de Pontevedra). El arquitecto-director de todo este enorme conjunto -vecino del valioso Pabellón de los Hexágonos, de Corrales y Molezún, premiado en la Exposición Universal de Bruselas de 1958 e inspirador de la Universidad Laboral de Toledo- fue Francisco Cabrero Torres-Quevedo.

La Cámara toledana participó provisionalmente en la Feria Internacional del Campo aprovechando un espacio que después creció a costa de los pabellones de Albacete y de Madrid -alcanzando los 3.000 metros cuadrados de superficie- antes de encomendar el pabellón definitivo a José Manuel González Valcárcel (1913-1992), arquitecto de referencia de la Dirección General de Bellas Artes. El coste total del conjunto, gracias a la participación de la Diputación Provincial y de los Sindicatos, fue de tres millones de pesetas.

Una réplica de la Puerta de Bisagra -construida a escala más reducida, aunque sin perder el más mínimo detalle, como los remates almohadillados de los cubos cilíndricos, las buzoneras inferiores de estos o sus representaciones de reyes en bajorrelieve- permitía acceder al conjunto. El patio de armas de la fortificación, no obstante, se convertía en un gran espacio abierto con soportes encalados, entre la tradición de las ventas manchegas y el estilo colonial, donde algunos años después habrían de filmarse varios western.

Este patio, hoy cubierto por una gran cristalera, daba paso a espacios como el «Salón Noble» y la «Casa del Hidalgo». Eran recreaciones de ambiente similar a la Casa del Greco, decoradas con tapices y alfombras procedentes del Hospital Tavera (Colección Medinaceli), pinturas cedidas por el Ayuntamiento, muebles antiguos, menorás o candelabros judíos e incluso un óleo de la escuela de Ribera -informaba puntualmente la revista Provincia en 1968, cuando el comisario del Pabellón de Toledo era Víctor Huertas- valorado en dos millones de pesetas. En las primeras ediciones de la feria, según esta publicación, fueron instalados en el Salón Noble «el Pendón de los Comuneros y el de Juan II, enarbolado por D. Esteban Illán en la iglesia de San Román». Una colección artística cuyo valor estaba estimado en diez millones de pesetas. Completaba el conjunto la azulejería de la Casa del Hidalgo, con más mobiliario y trofeos de caza donados por Patrimonio Forestal.

Mazapán, vino y aceite -aunque también damasquinados y espadería, más artesanías de Lagartera, Talavera de la Reina y otros lugares de la provincia- eran los productos toledanos más representativos, mostrados tanto en stands al uso como en la recreación de una vieja bodega con sus correspondientes tinajas. Otras salas permitían la exposición de maquinaria agrícola.

La multitudinaria Feria Internacional del Campo tocó a su fin en 1975, siendo los pabellones que la componían -lo mismo que el complejo de Corrales y Molezún- abandonados a su suerte. Algunos de ellos, en estado ruinoso, serían derribados. Hace alrededor de veinte años, sin embargo, con el cambio de gestión del antiguo Patronato de la Feria del Campo a la Empresa Municipal Campo de las Naciones (posteriormente, Madrid Espacios y Congresos S.A.), comenzó una nueva etapa para algunos de estos edificios, convertidos en restaurantes y vertebrados por el denominado «Paseo de la Gastronomía». La Puerta de Bisagra, con su patio interior hoy acristalado, es uno de ellos.

Chueca, en Mallorca. La segunda réplica de la Puerta de Bisagra se encuentra en Palma de Mallorca. Forma parte del «Nuevo Pueblo Español», complejo formado por 72 edificios, entre ellos recreaciones de los grandes referentes de la historia de la arquitectura española, desde la sevillana Torre del Oro al Patio de los Leones de la Alhambra, cuya construcción coordinó Fernando Chueca Goitia (1911-2004) entre 1964 y 1968. Benjamín Juan Santágueda recordó hace algunos años, en el blog Hombre de Palo (http://hombredepalo.com), el desarrollo de este conjunto.

En este caso fueron también minuciosamente reproducidos todos los elementos del frontal exterior de la puerta, aunque con mayor fidelidad al conjunto toledano, pues Chueca respetó las proporciones del patio y sumó al edificio las dos torres de la puerta interior, con sus chapiteles cerámicos (en este caso, sin las águilas imperiales).

La principal novedad respecto al modelo original fue dotar al patio de cuatro crujías sostenidas por arcos de medio punto y un segundo piso con zapatas y balaustradas renacentistas, siguiendo el modelo del Patio Real del convento de San Pedro Mártir. Con este guiño a otro gran edificio toledano que Chueca Goitia conocía bien, el arquitecto selló un vínculo estilístico entre dos grandes constructores renacentistas de nuestra ciudad: Alonso de Covarrubias y Hernán González de Lara.