Doscientos años de historia compartida

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Toledo y los artistas toledanos poseen una importancia fundamental dentro del Museo del Prado. Esta conexión va mucho más allá del Greco y se ha prolongado hasta nuestros días

Doscientos años de historia compartida

Toledo no puede permanecer ajena a la celebración del segundo centenario del Museo del Prado. Artistas y restauradores, investigadores, coleccionistas e incondicionales visitantes, a caballo entre Madrid y su ciudad vecina -junto con otros núcleos artísticos repartidos por toda la provincia, como Yepes e Illescas-, han mantenido una estrecha relación desde el mismo momento de su creación, el 19 de noviembre de 1819. Estas relaciones de ida y vuelta se remontan incluso al proceso de construcción del edificio, antes de ser concebido como depósito de la Colección Real, cuando el arquitecto Ignacio Haan -posteriormente, maestro mayor de la Catedral toledana- trabajó en él a las órdenes de Juan de Villanueva.

Años más tarde, otro ilustre académico toledano, el escultor Valeriano Salvatierra Barriales (1789-1836), responsable del sepulcro del cardenal Luis María de Borbón, en la Sacristía de la Catedral de Toledo, se convertiría en restaurador de la colección de esculturas antiguas del Prado y comenzaría una serie de alegorías para la fachada del edificio que la muerte le impidió terminar. Reproducimos aquí una de ellas, La Fertilidad, sin duda mucho menos célebre que la escultura que hoy preside la rotonda de acceso por la puerta de Goya, Carlos V dominando al Furor, de los hermanos Leoni, contemplada cada día por miles de visitantes y oportunamente replicada en el patio de armas del Alcázar de Toledo.

Poco podían suponer sus responsables -esta última escultura estuvo instalada en los jardines del BuenRetiro-, lo mismo que los autores de los centenares de cuadros que, procedentes de conventos desamortizados, pasarían a constituir el Museo de la Trinidad, su destino final sería acabar todos juntos en el edificio que Carlos III había ordenado construir años atrás como Gabinete de Historia Natural.

La desamortización, que traería consigo la marcha a Madrid de espectaculares fondos toledanos, como el retablo de las Cuatro Pascuas de Maíno, procedente de San Pedro Mártir, legó al Museo de la Trinidad fondos de Correa de Vivar, El Greco (el conjunto para el madrileño Colegio de doña María de Aragón) y Juan Sánchez Cotán.

Junto a éstas, obras no tan conocidas pero igualmente significativas, como la representación de la capilla mayor de San Juan de los Reyes por Juan Guas (siglo XV), excepcional por su antigüedad tratándose de un dibujo de arquitectura. Localizado aún en el interior del edificio por la Comisión de Monumentos en la primera mitad del siglo XIX, acabaría por sumarse al resto de pinturas de esta colección.

El Museo de la Trinidad, que se mantuvo como institución independiente hasta el año 1872 -cuando sus fondos se integraron en los de la nueva pinacoteca, configurando el Museo del Prado como hoy lo conocemos-, finalizó su andadura precisamente de la mano de un toledano, el pintor y grabador Cecilio Pizarro y Librado (1818-1886).

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, El Greco se convertirá en el mejor embajador artístico de esta ciudad. Fueron numerosísimos los visitantes que, atraídos por sus obras, no dudaron en viajar hasta Toledo para conocerlas todavía en el interior de los espacios para los que fueron concebidas. Cabría recordar entre ellos a dos franceses, el crítico de arte Zacharie Astruc, que visitó la ciudad en 1864, y a su amigo Edouard Manet, un año más tarde. Genaro Pérez Villaamil, Vicente Camarón, Tomás Rico... Sería imposible recoger aquí los nombres de cuantos artistas han establecido entre Toledo y el Museo del Prado su particular camino de ida y vuelta, representando la ciudad en obras que hoy ocupan una digna posición dentro de la pinacoteca.

Conforme avance el siglo XIX se irá produciendo una nueva concepción de las exposiciones, cada vez más partidaria de salas monográficas y menos congestionadas por la acumulación de obras. Ese cambio en la mirada por parte del espectador no siempre fue fácil y contó con detractores como Manuel de la Huerta y Portero (†1903), natural de Esquivias, pionero de la fotografía y profesor en la Escuela Central de Artes y Oficios de Madrid.

Sería injusto terminar este breve recorrido sin agradecer su labor a los restauradores. Matías Moreno (1840-1906), responsable del magnífico estado de conservación de El entierro del conde de Orgaz, nos contempla desde las salas del Museo representado por Carolus Duran. Posteriormente, se deberá a Jerónimo Seisdedos, considerado uno de los mayores profesionales de su tiempo, la recuperación del conjunto de pinturas del Greco, procedentes de Illescas, que fueron seriamente dañadas tras permanecer expuestas a la humedad de la cámara del Banco de España.

Durante los últimos cuarenta años, por otra parte, ha sido un restaurador bargueño, Rafael Alonso, el encargado de velar por la salud de estas importantes obras. Todas dan la bienvenida a los toledanos en un año como 2019, cuando se cumple el aniversario de un museo que también es en parte suyo.