Todos en volandas en Fuensalida

Dominguín
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La terna de novilleros salió a hombros de la plaza, repartiéndose seis orejas y un rabo ante un coso que rozó el lleno en tarde que dejó realizar el buen toreo. Notable encierro de la ganadería de Guadajira, de desigual presentación

La terna abandonó a hombros el coso de Fuensalida aclamados por el público. - Foto: Dominguín

Cada año, hay una fecha marcada en el calendario para los aficionados al toro de la comarca de Torrijos. Es el día de los toros en Fuensalida, una plaza que ha ido con los años, a través de un buen grupo de aficionados haciendo las cosas con dedicación y cariño por la fiesta y por su pueblo. El nuevo alcalde del pueblo, Santi Vera, ha vuelto a confiar en ellos, y hace muy bien porque esto es en definitiva bueno para el pueblo. Y como prueba el resultado final, los tres novilleros han salido a hombros, la plaza, a pesar de lo amenazante de lluvia, casi se llenó y los novillos elegidos han facilitado el éxito de los espadas.

El sábado descargaron las nubes agua para hacer pensar que no habría forma de celebrar el festejo, pero el empeño de los grandes colaboradores que hay en la plaza de toros, hizo que trajesen el mismo domingo serrín para mitigar el húmedo ruedo y hacerlo algo practicable para echar adelante la novillada. A las cinco y media se asomaba el pañuelo por el palco Ángel Conejo, presidente del festejo, sonando el pasodoble que daba por iniciado el festejo.

El primer espada fue el toledano Ignacio Olmos, que tuvo de delante a un animal justo de fuerzas y que medía sus embestidas, lo que le hizo al moracho, darle sitio y cuidarlo mucho en el caballo. Probó al animal en el tercio, intentando sacárselo a los medios, pero el astado quería otro sitio. Dejando que estuviera a gusto el de Guadajira, Fue enhebrando circulares, dejando siempre la muleta en la cara, e intentando que el novillo no parase, rematando con grandes pases de pecho. Los tiempos y las distancias entre tanda y tanda, afianzaron la embestida de su enemigo que acabó entregándose a su muleta. Una oreja le fue concedida por el palco al enterrar el acero al segundo intento.

Salió escopeteado Olmos en el cuarto, un animal más serio y cuajado que su hermano. Estuvo asentado en la arena, queriendo torear bien a un novillo que salía siempre con la cara por alto. Fue todo disposición y eso el público se lo agradecía por la emoción de ver pasar al astado al lado de la erguida figura del novillero con esa violencia desmedida. Mato en el segundo encuentro y consiguió la oreja que le valía para salir a hombros de la plaza.

Diego San Román tuvo en segundo lugar al animal más deslucido del festejo, con parones en la capa y creando un cierto desconcierto, llegó al caballo, dejándose pegar en el segundo puyazo. El animal, manso marcó las tablas y allí es donde el mejicano tuvo que plantarle cara. Se encajó y toreó de verdad, pasándoselo muy cerca de la taleguilla, emocionando al público. Al final saludó una ovación desde el tercio al respetable.

Sólo le quedaba el cartucho del quinto, y que la moneda saliera cara, y así fue. Sorteó el mejor de encierro y lo supo aprovechar. Lo tanteó sólo tres veces por alto y con la muleta en la diestra empezó el recital de toro puro, por bajo, alargando las embestidas has donde le permitía su anatomía una y otra vez, como si el mejicano no tuviese hartura y el animal fin. La misma profundidad la puso el de Guadajira por el pitón izquierdo, toreando con el compás abierto y encajado en la mojada tierra, se fue enroscando al colorado entre el clamor del público. Fue una faena sublime, de gran categoría, de gusto y de torería que tras matar al animal en lo alto, no dudo la presidencia en otorgarle dos orejas y rabo y premiar al bravo animal con la vuelta al ruedo.

El tercero del cartel era Fernando Plaza, vestido de verde y oro, que toreo muy bien en su recibo capotero por verónicas a su utrero. No se lo pensó con la pañosa y se puso de rodillas toreando al animal por ambos pitones con un asombroso valor y un gran temple en sus muñecas. Incorporado exprimió con muletazos encajados una y otra vez a su enemigo que se entregó a su poderoso trapo rojo. Finalizó de nuevo de rodillas para subir la temperatura de la faena, pero el fallo a espadas le dejó en un trofeo uno mayor.

Al llegar el sexto, Plaza sabía que tenía que puntuar sí o sí. Un cuajado astado salió a la arena entre la admiración del público haciéndole un buen recibo de capa y un gravoso remate. Se hincó en el centro del ruedo, y llamo al animal sin inmutarse por estatuarios por ambos pitones para mostrar sus cartas al tendido. Basó su faena en tandas clásicas por ambos pitones, teniendo más calado las de derechazos. Manoletinas para abrochar la faena, fallando al pinchar una banderilla en su primer intento, matando al utrero y consiguiendo el trofeo que le abría la salida en hombros con sus compañeros del coso.