Helena de Esparta, más que un rostro bonito

Charo Barrios
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La joven escritora italiana Loreta Minutilli esboza un perfil singular de la figura de una mujer a la que muchos demonizaron por haber provocado, según ellos, la cruenta guerra de Troya

La novelista, que es física, tiene 25 años - Foto: Daniel Mordzinski

¿Quién no ha oído hablar de Helena de Troya? La literatura, desde Homero hasta Eurípides, también el cine, han hecho de la hija de Tindareo, rey de Esparta (en realidad, hija de Zeus), y de la reina Leda la encarnación de la belleza femenina más atolondrada, capaz de desencadenar tragedias sin luego asumir sus responsabilidades. Esposa de Menelao, en su vida todo parece discurrir por los cauces reglamentarios hasta que aparece en escena el príncipe troyano Paris. Lo que vino después es de sobra conocido.

Helena de Troya forma parte de nuestro ADN cultural. Pero es hora de recordar que, en realidad, Helena era de Esparta. Y solo devolviéndola a su lugar de origen podemos liberarla del estereotipo de la bella que desencadenó la guerra por el que ha pasado a la posteridad. «El viaje a Troya es una parte de la vida de Helena, pero su vida no se agota allí, al contrario, comienza y termina en Esparta, donde es la reina».

Quien lo recalca es Loreta Minutilli (Bari, 1995), autora de Helena de Esparta (Alianza Editorial), un triunfo inopinado en su Italia natal. Inopinado, decimos, porque esta física que está preparando su tesis en astrofísica se estrena como novelista con una propuesta que ha conquistado a crítica y público. 

Apasionada de la mitología, se percató de algo que, al escucharla, parece obvio: siglo tras siglo, Helena seguía siendo, en el imaginario común, un personaje turbio, negativo y egoísta, nadie se esforzaba en imaginar nada más allá de su apariencia: «Quizás la sociedad no estaba preparada para adoptar una mirada diferente sobre una mujer tan complicada y controvertida. He intentado contar yo la mía al respecto».

Inevitablemente, iluminar la figura de Helena exigía reenfocar a los hombres que la rodean. «Ha sido difícil porque Helena posa sobre ellos una mirada crítica y severa y yo quería que sus personalidades emergiesen de manera objetiva».

Minutilli ha trabajado a partir del convencimiento de que, en general, los hombres que rodean a Helena eran, ellos también, prisioneros de las expectativas que la sociedad les impone.  Sufren, por motivos diferentes a los de la protagonista, «están aplastados por una expectativa y una responsabilidad que no siempre están en grado de gestionar y, sobre todo, no pueden lamentarse porque son héroes, y se espera de ellos que se puedan enfrentar a cualquier cosa».

En principio, seríamos proclives a pensar que los caminos por los que pasea Helena de Esparta han de estar necesariamente alejados de esos que transita la escritora. Sin embargo, y aunque la novela no es autobiográfica, la joven señala que tiene un punto de partida muy personal. Cuenta que se matriculó en Física tras haber estudiado el Bachillerato humanístico, por lo que cuando llegó a la Facultad, y a diferencia de sus compañeros, no sabía nada de ciencia: «Por primera vez me sentí ignorante, en una situación de inferioridad intelectual».

No solo eso: era también la primera vez que frecuentaba un ambiente predominantemente masculino. «Esta situación me incomodaba, me hacían sentirme una intrusa y me sensibilizó con temas como el feminismo y la discriminación». El personaje de Helena siempre le había interesado, pero fue entonces cuando empezó a sentir la necesidad imperiosa de narrar su historia, de dar voz a su interioridad para poner en orden la suya y afrontar aquella fase crucial de su vida.

Caricaturas

Este ejercicio le ha permitido, además, comprender mejor a esa curiosa estirpe de mujeres hermosas de las que la Historia habla, con las que la Historia fantasea, pero a las que la Historia apenas conoce, y por ello caricaturiza. 

El destino de Helena, admite Minutilli, es similar al de Cleopatra. «Me viene a la mente, por ejemplo, también la princesa Sissi». Su percepción, su convicción, es que la Historia, en aquellos tiempos, no estaba preparada para acoger personalidades complejas de mujeres con tantas facetas, hubieran sido subversivas y un ejemplo peligroso. 

«El ideal de la mujer era muy diferente, y los griegos en particular, pero también los hombres de todas las épocas han demostrado temer especialmente a las mujeres bellas e inteligentes. Era mejor narrarlas como pérfidas, nocivas y degeneradas, por ende, de modo que no fuesen un modelo para las demás», se queja la transalpina.

Ahora, y mientras revisa su segunda novela, le complace comprobar que muchos lectores se han reconocido en su Helena. «Todavía hoy resiste la contraposición entre la mujer a cara lavada, que lee y estudia, y la mujer superficial que se arregla, va a bailar y se pone ropa ajustada. Helena, y todas nosotras, reivindicamos el derecho de ser ambas cosas».