La Bienal del Tajo habría cumplido medio siglo

A de Mingo/Toledo
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XVII ediciones celebradas entre 1970 y 2002 la convierten en el certamen más ambicioso de la historia del arte toledano. La formaban representantes de las provincias españolas bañadas por el río. Fracasó al intentar transformarse en la Bienal Ibérica

La Bienal del Tajo habría cumplido medio siglo este año

El próximo 23 de mayo se cumplirá medio siglo de la primera Bienal del Tajo, la más importante de las exposiciones artísticas celebradas en Toledo. Aquí transcurrió ininterrumpidamente durante más de treinta años, concentrando en la ciudad el interés artístico de hasta cinco provincias españolas (las bañadas por el río: Teruel, Guadalajara, Cuenca, Madrid y Cáceres, así como Toledo), además de la Dirección General de Bellas Artes, la Academia de San Fernando y algunas de las galerías más prestigiosas de Madrid. Cincuenta años después y tras varias promesas electorales para su recuperación -una de ellas por parte de la actual alcaldesa de Toledo, Milagros Tolón, durante la campaña de 2015-, tal vez haya llegado el momento de recuperar una iniciativa que no ha vuelto a celebrarse desde su XVII edición, en 2002.

La convocatoria de una bienal artística vertebrada por el río Tajo -a imagen de las celebradas desde hacía años en importantes focos internacionales, tales como Venecia (1932), Kassel (1955) o Sao Paulo (1962)- surgió durante el extenso mandato de Ángel Vivar Gómez, último alcalde de la ciudad durante el régimen franquista y testigo de algunas de sus más importan-

tes iniciativas culturales, desde las decenas musicales hasta las obras de restauración emprendidas por la Dirección General de Bellas Artes, pasando por el regreso a Toledo de la universidad. Su gran impulsor fue Manuel Romero Carrión (1936-1977), pintor que además de dirigir la Escuela de Artes era concejal en aquel entonces. La primera edición contó con una participación de casi 300 obras.

De ellas fueron seleccionadas nada menos que 155, cuya exposición se produjo -paradójicamente- en uno de los espacios menos heterodoxos de Toledo: la «Sala de Cruzadas» del Alcázar. La inauguración, el 23 de mayo de 1970, a las seis y media de la tarde, estuvo presidida por Florentino Pérez Embid, director general de Bellas Artes. El eminente historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari formó parte del primer jurado, en representación de la Real Academia de San Fernando. Entre los premiados aquel año merece la pena recordar al escultor Félix Villamor, posteriormente miembro del Grupo Tolmo, quien obtuvo un Premio Tajo -el segundo en importancia, dotado con 30.000 pesetas- por su Sagrada familia. El coste de aquella primera edición supuso a las arcas municipales 25.208 pesetas, aunque sería difícil poner precio -«Hemos pulsado una notable y numerosa aceptación a la lucha noble del arte por el arte», en palabras del poeta Juan Antonio Villacañas- a los beneficios que trajo consigo.

Gracias a la Bienal del Tajo obtuvieron proyección algunos de los artistas toledanos más representativos del último tercio del siglo XX, como diferentes miembros del Grupo Tolmo -desde Jule (Premio Doménico Greco, la máxima representación, en 1980) hasta Gabriel Cruz Marcos (Premio Toledo, otorgado por la Diputación, en 1974)-, Carlos Villasante o Roberto Campos, por mencionar algunos ejemplos. Artistas tan singulares como Aroldo, Guerrero Montalbán, Mauricio Fraile, Kalato, Pablo Sanguino o Raimundo de Pablos compartieron espacio con quienes representaban la más joven renovación contemporánea, tales como Alberto Romero, Fernando Barredo de Valenzuela o Juan Carlos Villacampa García.

Entre los participantes sería posible mencionar a Wolfgang Burmann, quien en 1976 era ya un solvente director artístico en cine y televisión, premio Goya en 1988 por la película Remando al viento (Gonzalo Suárez, 1988). En estos primeros años también se podría destacar, así mismo -dentro del espíritu que llevaría al hermanamiento con la ciudad de Nara en 1972-, la gran participación japonesa más allá de los conocidos Okano, Oh-numa y Kasue, con nombres como Masao Shianono, Minoru Komi, Kenzo Izuchi, Hideki Inoue, Miwako Fujii y Maiko Maeda.

Desgraciadamente, Manuel Romero Carrión no pudo ser testigo de este enorme éxito, ya que falleció prematuramente, con apenas 41 años de edad, tras sufrir un accidente de tráfico en 1977. Recibió el homenaje correspondiente en la edición de 1978.

Componían los jurados importantes referentes artísticos vinculados a la Dirección General de Bellas Artes (como el escultor Juan Luis Vassallo y los pintores José Lapayese del Río y Agustín Redondela) e instituciones como el Museo del Prado (Joaquín de la Puente), la Real Academia de San Fernando (Lafuente Ferrari) y la Real Academia de España en Roma (Venancio Blanco). Junto a artistas ya reconocidos aunque en pleno crecimiento, como Rafael Canogar, formaron parte de estos comités galeristas como Juan F. Puyol (Kreisler), profesionales de los museos como Catherine Coleman McHugh (Museo Reina Sofía) y críticos de arte como Enrique Azcoaga y Antonio de Santiago. Junto a ellos, representantes de la ciudad como Félix del Valle (que acababa de ingresar en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo y que contribuyó a impulsar la Bienal del Tajo durante su mandato como concejal), el museólogo Rafael García Serrano (director del Museo de Santa Cruz), los pintores Guerrero Malagón y Luis Pablo Gómez Vidales y el arqueólogo Jesús Carrobles, entre otros. Como curiosidad, merece la pena recordar que Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, presidió en 1976 la entrega de premios de la IV edición de la Bienal toledana.

Ya desde la primera edición quedaron establecidos dos premios mayores: «Doménico Greco» (inicialmente patrocinado por la Dirección General de Bellas Artes -organismo que heredó la Dirección General del Patrimonio Artístico, Archivos y Museos del Ministerio de Cultura- y posteriormente por la Consejería de Educación y Cultura de Castilla-La Mancha, pasando de 100.000 pesetas a 750.000) y «Tajo» (dotado por el Ayuntamiento en sumas que fueron de las 30.000 pesetas iniciales hasta las 300.000). A partir de la X edición (1988), sería el Premio anual el más valorado de todos, con un millón de pesetas (6.010,12 euros en la última edición celebrada). El premio «Provincias» representaba a los seis territorios españoles regados por el río. Acabó teniendo una dotación de 500.000 pesetas, aunque pasó de representar a seis provincias a comprender solo cuatro. Cada una de las diputaciones provinciales y Madrid, independientemente, financiaban otros tantos premios.

Conforme avanzó el tiempo se incorporaron nuevos galardones, entre ellos el Premio «Escultor Alberto Sánchez» -cuya recuperación por parte de la ciudad fue una de las señas de identidad del alcalde Juan Ignacio de Mesa-, dotado por la Diputación con nada menos que 1.000.000 de pesetas. Iniciativas similares llevarán los nombres de Luis Tristán, Enrique Vera y Cecilio Béjar. Otro de estos galardones era el premio «Paleta de Toledo» (más adelante, «Paleta de Oro»), que otorgaba Caja Madrid y cuya financiación alcanzaba las 500.000 pts. Conforme avanzaba el tiempo, Caja Castilla-La Mancha se convirtió en uno de los principales mecenas, convirtiéndose sus premios de pintura, en cierta manera, en herederos de la Bienal del Tajo una vez que esta desapareció. Hoy no se celebran ni los unos ni los otros.

Eduardo Sánchez-Beato ha sido el único artista en obtener el premio Doménico Greco en dos ocasiones (1982 y 1986), galardones a los que sumó, en 1988, el premio especial por la X edición de la Bienal. Se trata del más laureado de los participantes. Francisco Rojas, que fue compañero suyo dentro del Grupo Tolmo, ganó el Doménico Griego en 1990, tras haber conseguido el Río Tajo en 1976 y el Toledo en 1972. Los toledanos Manuel Fuentes Lázaro y Fernando Jiménez Silva también obtuvieron varios reconocimientos. Entre las representantes femeninas recordaremos a Concha Hermosilla (ganadora del III premio Doménico Greco) o a María Aranzadi del Cerro (que obtuvo el Paleta de Toledo).

Durante sus años de actividad, la Bienal del Tajo pasó por distintas ubicaciones, desde la «Sala de Cruzadas» del Alcázar -cuyo permiso era necesario solicitar al Ministerio de Defensa- hasta el propio Ayuntamiento, pasando por la Posada de la Hermandad, el Centro Cultural San Marcos e incluso el Centro Social de Santa Marría de Benquerencia.

El certamen se extinguió en 2003, justo después de que el alcalde José Manuel Molina se comprometiera, paradójicamente, a darle una dimensión de carácter internacional, extendiendo sus bases a Portugal y abarcando así la totalidad del curso del río. Los intentos por configurar una «Bienal Ibérica» en 2006, alternando su celebración en Lisboa y Toledo, no fraguaron definitivamente. Once años después, en 2017 -y contra el pronóstico de quienes plantean que el modelo global de las bienales artísticas está condenado a desaparecer-, nacería la primera Bienal Ibérica, pero como fruto del acuerdo entre la Feria de Patrimonio de Portugal y la Junta de Castilla y León.