Añorada exigencia musical

Adolfo de Mingo
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El pasado mayo se cumplió medio siglo de la primera Decena de Música de Toledo. Fueron nueve ediciones con intérpretes y formaciones de altísimo nivel, desde la Royal Philharmonic Orchestra de Londres hasta la Filarmónica de Los Ángeles

Añorada EXIGENCIA Musical

La reanudación de la temporada musical -el Festival El Greco pone de nuevo a la venta sus entradas el próximo 9 de septiembre, y a finales de este mes comenzará una nueva edición del Festival de Jazz de Toledo, a la que seguirá un nuevo ciclo de Música y Patrimonio del Consorcio en la iglesia de San Sebastián- es la excusa perfecta para recordar cuál era el nivel de las programaciones en esta ciudad hace exactamente medio siglo, cuando se celebró la primera Decena Musical de Toledo.

Formaciones como la Royal Phil-harmonic Orchestra de Londres, la Orquesta de Cámara de Stuttgart, la Orquesta de Cámara de la Radio Televisión Belga o la mismísima Filarmónica de Los Ángeles -que cerró la edición de 1977, la última celebrada, bajo la batuta de Daniel Barenboim- tuvieron presencia habitual en el Toledo de los años setenta, cuando los conciertos en la Catedral eran capaces de alcanzar las 6.000 localidades vendidas y dejar a público fuera. Las decenas fueron pioneras en la asociación de la música con el patrimonio, aprovechando templos como la iglesia de San Román -recién restaurada-, Santa Eulalia o el flamante centro cultural del Palacio de Fuensalida. Añadieron, asimismo, una vocación investigadora a la celebración de los conciertos, congregando a especialistas en simposios en los que se debatían cuestiones como música sacra y contemporaneidad, la música en la enseñanza primaria o la problemática de la ópera en España.

Todo comenzó con la creación de una Comisaría Nacional de la Música, departamento que dependía de la Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural (Ministerio de Educación y Ciencia). La institución de las decenas trajo consigo -recordaba hace cinco años en estas mismas páginas José María Domínguez, profesor de la Universidad de La Rioja, hoy en la Universidad Complutense de Madrid- «un impulso modernizador muy relevante, en coherencia con el aperturismo de los años finales del régimen, al tiempo que se pretendía imitar los grandes festivales europeos, como Salzburgo o el Maggio Musicale Fiorentino, que combinaban marcos incomparables con exquisita calidad musical».

Salvada alguna reticencia inicial -una parte del sector musical consideraba que en el mes de mayo no había finalizado aún la temporada musical madrileña-, la primera experiencia organizada, entre los días 19 y 28 de mayo de 1969, resultó un rotundo éxito. El crítico musical Antonio Fernández-Cid recogía en las páginas de ABC que Toledo estaba a punto de convertirse en «el máximo interés musical de España», compartiendo protagonismo con el Festival Gulbenkian portugués y con el Festival de Ópera de Madrid. La inauguración contó con la presencia de Florentino Pérez Embid, director general de Bellas Artes, que fue responsable de inversiones especialmente destacadas en el Toledo de comienzos de los años setenta, como la remodelación de la capilla de la Concepción de Santo Tomé y la restauración del Entierro del conde de Orgaz.

Hilario Barrero, profesor en la Universidad de la Ciudad de Nueva York hasta su reciente jubilación, recogió la crónica de la jornada en las páginas de El Alcázar. Por él conocemos que la conferencia inaugural fue pronunciada por Manuel Valls-Gorina (1920-1984), quien realizó un amplio recorrido por la polifonía catalana, deteniéndose en figuras como Juan Cererols (1618-1680) y el padre Soler (1729-1783). No consta que se refiriera a Jaime Casellas (1690-1764), natural de Valls (Tarragona), que fue maestro de capilla de la Catedral toledana y que ha sido estudiado por Carlos Martínez Gil. La primera parte del concierto inaugural estuvo centrada, precisamente, en este repertorio.

«Organizar desde Madrid un programa monográficamente dedicado a la música catalana, algo difícilmente imaginable hoy en día, obedece a planteamientos sorprendentemente modernos para la época», según Domínguez. El compositor alicantino Óscar Esplá (1886-1976), presidente de honor del Consejo Asesor de la Música, fue el encargado de organizarlo.

Aparte del Requiem de Mozart, el concierto incluyó piezas del Llibre Vermell de Monserrat, del Cancionero de Upsala y de autores como Brudieu, Soler y Cererols. Fueron interpretadas, bajo la dirección de Enrique Ribé, por la Capilla Clásica Polifónica, el Coro Madrigal y la Coral Sant-Jordi. Barrero destacó en su crónica para El Alcázar la especial sonoridad y riqueza artística de la Catedral antes de dar detalles sobre la interpretación de la célebre composición mozartiana. Antonio Ros Marbá, director titular de la Orquesta Sinfónica de la Radio Televisión Española, al frente de la Orquesta Ciudad de Barcelona y los coros anteriormente citados, contó como solistas con Carmen Bustamante (soprano), Norma Lerer (contralto), Julián Molina (tenor) y Víctor Narké (barítono).

La entonces princesa de Asturias asistió al concierto acompañada por la esposa del gobernador civil de Toledo, Enrique Thomas de Carranza. Era alcalde de la ciudad Ángel Vivar. La crónica de El Alcázar recogió la presencia de mil doscientos asistentes, muchos de ellos estudiantes, alrededor de la mitad de los cuales procedían de Madrid. Una vez concluido el concierto, doña Sofía felicitó a sus directores e intérpretes, así como a Salvador Pons Muñoz, comisario nacional de la Música.

Óscar Esplá confiaba en que la Decena de Música de la ciudad de Toledo, la cual acabaría reuniendo a figuras como Victoria de los Ángeles, Alexis Weissenberg, Ernesto Halffter y Rafael Frühbeck de Burgos, entre otros grandes músicos, se convirtiera en «el punto inicial de un impulso expansivo para nuestra producción, para nuestro sinfonismo, incluyendo en el término todas las manifestaciones de la música culta  y una fuente de estímulos para los compositores. Y esperemos que el acierto y el éxito, por tanto, acompañen a la noble empresa».

No fue un brindis al sol, sino el avance de otras ocho exitosas ediciones. La segunda, por ejemplo, trajo a Toledo a la Orquesta de Cámara de Holanda, bajo la dirección de David Zinman, con presencia del entonces jovencísimo oboísta Han de Vries. La formación de los Países Bajos interpretó la Obertura burlesca de Don Quijote, de Telemann, «partitura no excesivamente escuchada en nuestras latitudes» y muy comentada por la prensa, como el diario ABC. Stravinsky, Alban Berg, Jurriaan Adriessen y Bela Bartok fueron asimismo interpretados. En la decena musical del año 1970 «se notó una mayor concurrencia -especialmente en la primera audición- que en el año anterior. Numerosos estudiantes llenaban buena parte del histórico Museo de Santa Cruz».

Entre los solistas de aquel año destacaron el gran violinista Henryk Szeryng, el pianista Rafael Orozco y el organista Francis Chapelet, titular de la iglesia de Saint Severin de París, cuya interpretación en el órgano del Emperador de la Catedral de piezas de Bach, Messiaen y Correa de Arauxo habría entusiasmado a los asistentes a las batallas de órganos que tienen lugar en nuestros días. El quinteto de viento Cardinal actuó en la Sinagoga del Tránsito, mientras que la iglesia de San Román acogió a  la agrupación Música Antigua de Viena, bajo la dirección de Bern-hard Klebel. Los tres conciertos finales se celebraron en la Catedral: la Orquesta Nacional de España y el Orfeó Catalá, con Rafael Frühbeck de Burgos, ofrecieron El Pesebre, de Pau Casals. La Orquesta Bach, de Frankfurt, y el Coro de Madrigalistas de Stuttgart, dirigidos por Wolfgang Gonnenwein, interpretaron la Misa en Si menor, de Bach. Estas mismas agrupaciones cerraron la segunda decena con La Pasión según San Juan, «muy de agradecer por el público a los organizadores su montaje, ya que no resulta frecuente su audición».

El interés había aumentado notablemente en 1971, cuando el concierto de clausura (el Requiem de Verdi, con la Orquesta Nacional y el Orfeón Donostiarra, dirigidos por Rafael Frühbeck de Burgos) puso a la venta 4.000 localidades que hubo que ampliar a 6.000, advirtiendo a los asistentes de la nula visibilidad. No importó. Se vendieron todas y hubo quienes quedaron en la calle, entre ellos melómanos expresamente llegados de Madrid. «Si no faltan los toledanos amantes de la música -expresaba ese año Antonio Fernández-Cid, en la revista Mundo Hispánico-, ocupa lugar de preponderancia el núcleo madrileño viajero que forma interminables caravanas a primeras horas de la tarde para llegar al concierto de turno y regresar en idéntica formación de autocares y de coches particulares». Ese año el concierto de apertura fue El Juicio Final, de Telemann, por la Orquesta y Coro de RTVE, bajo la batuta de Enrique García Asensio.

Para no ser prolijos, destacaremos la actuación de los Percusionistas de Estrasburgo, que interpretaron al polaco Kazimierz Serocki en el Palacio de Fuensalida; el recital de Teresa Berganza acompañada al piano por Félix Lavilla y la Orquesta de Cámara de Stuttgart, con Karl Munchinger, en el Museo de Santa Cruz. Entre las conferencias de aquel año destacó la del crítico Enrique Franco, sobre Música y músicos toledanos.

El precio de las entradas había aumentado ligeramente en 1975, pero, aún así, ninguna superaba las 300 pesetas, con precios especiales y bonificaciones (50 pesetas) para estudiantes. Las localidades podían retirarse en el Palacio Real de Madrid y en las oficinas de turismo de  la plaza de Zocodover. Según el comisario nacional de Música en aquel entonces, Enrique de la Hoz, al periodista Luis Moreno Nieto (diario ABC), «la recaudación que se obtiene del público que acude a los conciertos de la decena no cubre siquiera la décima parte de los gastos que ocasiona».

La última decena musical toledana se celebró en 1977. Nada hacía presagiar, cuando el programa fue presentado por el subdirector general del Patrimonio Artístico Nacional, Cano de Santayana, que no habría más. De hecho, fue una de las más netamente toledanas, por incluir un guiño al XXV aniversario de la muerte de Jacinto Guerrero (efemérides que incluyó la instalación del monumento en el paseo de la Vega, obra del escultor Enrique Pérez Comendador).

Dos años después, el candidato a la alcaldía de Toledo Juan Ignacio de Mesa (UCD) incluía en su programa para las municipales de 1979 no solamente «reivindicar su devolución», sino también «gestionar su inclusión en el Grupo de Festivales Europeos de Música». No fue posible. Veinte años después, sin embargo -ya asentada la declaración de Ciudad Patrimonio de la Humanidad y a las puertas de la creación del Consorcio-, el recuerdo de aquellos magníficos conciertos en la Catedral y en otros espacios permanecía vivo. Otro candidato a la alcaldía como fue Juan Pedro Hernández Moltó (PSOE), al menos, reivindicaba su recuperación en 1999. Cuatro años más tarde, Alejandro Alonso (2003) prometería nuevamente devolver a Toledo la decena musical, así como «la celebración del Festival Internacional de Música de las Tres Culturas». Ambos candidatos fueron derrotados por José Manuel Molina, del Partido Popular.

Ni las dos legislaturas de este (1999-2007) ni las dos de Emiliano García-Page (2007-2015), su sucesor, consiguieron estabilizar la celebración de un acontecimiento remotamente similar. Solo el Festival de Música El Greco, durante los últimos cinco años -precedido por las experiencias de 2014, cuando visitaron Toledo figuras de la talla de Riccardo Muti o Ivor Bolton-, ha planteado un nivel de exigencia semejante.