Las 70 vidas de Sabina

Maricruz Sánchez (SPC)
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El cantautor más canalla del panorama nacional alcanza las siete décadas convertido en un artista admirado y rentable a partes iguales, mientras resuena el eco de un deseado regreso a los escenarios que el destino parece no querer materializar pronto

Las 70 vidas de Sabina

Un golfo con voz rota; un poeta de extrarradio; un vividor sin remedio por cuyas venas corre el arte a raudales; un pintor frustrado, de trazo largo y brocha corta; un músico de carretera y manta; un loco cuerdo de ingenio infinito y lengua afilada; un borracho de amor por experimentar... Mil cosas podrían definir a Joaquin Sabina, al cantautor más canalla y rentable del panorama musical español, al maestro del bombín y las letras delirantemente deliciosas. Pero, quizá ninguna tan real como la inequívoca sensación de que el veterano artista, que esta semana cumplirá 70 años, alcanzará las siete décadas levantándole socarrón la falda al destino. Y guiñándole un ojo, convertido en leyenda y mito, ese que en los últimos años se retroalimenta con los ecos de un regreso al candelero que no termina de cuajar. 

Lo que ha ocurrido de un tiempo para acá con el jienense tiene todos los elementos precisos para mantener la emoción del espectador como pasa con las buenas películas. Espantadas del escenario, récords de asistencia a sus contados conciertos, polémicas sobre su silencio y, sobre todo, la sensación de que su carrera se ha paseado por una constante cuerda floja. Unos elementos peligrosos que a cualquier otro podrían darle vértigo, pero que a él parecen funcionarle mejor que una estrategia de marketing perfectamente orquestada. Y es que, cuando las 70 primaveras están a la vista (las cumple el próximo martes), la dimensión del artista alcanza un tamaño icónico. «Joaquín Sabina es el músico nacional más seguro y rentable en la actualidad», aseguraba a la prensa un promotor de conciertos hace solo dos años. Esta afirmación casi coincidía en el tiempo, paradójicamente, con un rosario de cancelaciones de los que iban a convertirse en varios llenos seguidos en la misma gira en diferentes grandes ciudades del país. Ocurrió el año pasado, cuando se hizo público en abril que Sabina tenía una afección circulatoria que le obligaba a estar bajo supervisión médica. Tres meses después, en junio, volvió a posponer otra actuación. Una afonía sufrida días antes en Madrid hizo que dejara el show por la mitad. Tras aquello no volvió a actuar. ¿Se subirá de nuevo a un escenario? Nadie lo sabe. Aunque, desde luego, en su caso, el problema es físico, como aseguran sus más cercanos, porque «como artista tiene cuerda para rato», añaden. 

Además del público, a Sabina se le quiere en la profesión. Cuando se difundió en 2016 la noticia de que iba a sacar un nuevo disco, alguno sintió que tenía que convertir su alegría en canción, como el uruguayo Jorge Drexler, que escribió Pongamos que hablo de Martínez en su último trabajo. Y aunque el tema hablaba del jolgorio nocturno al que tantas letras le ha dedicado el jienense, su entorno ya avisaba entonces de que todo había cambiado para él en su vida cotidiana. Ahora, contra lo que muchos pudieran pensar, es muy difícil verlo disfrutando de esas largas jornadas de risas, amigos y barra de bar de las que tanto presumió y por las que se dejó mecer. «Le gusta mucho quedarse en su casa y estar tranquilo», confiesan sus íntimos.