Los toros vencieron a la lluvia en Añover de Tajo

J.S.
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Una hora y media antes de la corrida, la plaza estaba anegada por la gran tormenta de agua y granizo que cayó en La Sagra. Rubén Pinar y Javier Cortés salieron a hombros del coso, repartiéndose cuatro orejas mientras que Curro cortó soló una

Entregado en el remate con el de pecho de Rubén Pinar. - Foto: Dominguín

Añover de Tajo no se libró de las tormentas y lluvias torrenciales en forma de agua y granizo que asolaron parte de la comarca de la Sagra la tarde del lunes. Poco después de las cinco, el cielo se abría por completo y descargaba como si no hubiera mañana, haciendo que las calles fueran cauces de ríos espontáneos. La orografía de Añover hace que toda el agua que cayó, se fuera evacuando montaña abajo hasta la parte más baja del municipio.

Pero el albero de la plaza de toros, no fue ajeno a ello, y una laguna cubría el dorado ruedo a tan solo hora y media de empezar la corrida de toros. Pero un ángel de la guarda, iba a solucionar el desaguisado, Manolo ‘Bolega’ como se le conoce en su pueblo, solo, remangado de pantalones, descalzo y empapado, campaba por el ruedo azada en mano ayudando al agua a abandonar su cuidado piso de plaza. Este piso de plaza es prodigioso, pues entre lo compactado que está, su drenaje y su pequeña pendiente, hizo que a la hora que el presidente sacó el pañuelo para dar comienzo al festejo, estuviese como si solo se hubiese regado. A Manolo y a la determinación del alcalde, Alberto Rodríguez, de tirar el festejo adelante, tienen que agradecer los aficionados el haber visto la corrida de toros.

El tiempo desanimó a parte del público fijo que siempre acude fiel a su cita, pero los abonados y vecinos de Añover, paraguas en mano o chubasquero en el bolsillo se personaron en la plaza del ‘Tío Venancio’. Los toreros comprobaron el ruedo y no se lo creían, por lo tanto, se cubrieron con el capote de paseo y cruzaron el anillo para lidiar un encierro de Fuentespino. A la postre el ganado condicionó el resultado artístico del festejo, pues los animales, bien presentados adolecieron de fuerzas y de casta.

Curro Díaz, abrió su capa con ganas de agradar, pero su primero se mantenía en pie de puntillas. Lo cuidó y mimó con sus muñecas prodigiosas. Brindo con alegría a los valientes aficionados que ocupaban los tendidos y con suavidad fue afianzando las nobles, pero débiles embestidas del toro. Logró varias tandas a media altura, sin forzar al animal, llenado a abandonarse en algunos de los muletazos, consiguiendo los primeros oles de la tarde. Mató de forma efectiva y el palco le concedió la primera oreja del festejo. En el cuarto estuvo de enfermero, aún más débil que su compañero de lote, Curro lo meció en la bamba de su capote hasta los medios. Quiso, pero no pudo el Linares que solo pudo esbozar trazos sueltos que no llegaron a conectar con el respetable. Pese a matar a la primera y haber una petición de oreja cariñosa de los espectadores, el palco le negó la oreja y la puerta grande, saludando desde el tercio su labor.

Rubén Pinar fue todo ganas y disposición, saco garra y torería en sus dos oponentes. Recibió con precaución al segundo de la tarde, tanteando su endeble condición. Tras el brindis de su enemigo a los espectadores, comenzó por bajo a querer fijar la embestida del toro, a la vez que el cielo se volvía a abrir y grandes goterones, presagiaban otra nueva tormenta. El albaceteño firme con la muleta, quiso enseñar al astado el camino y con la muleta siempre en la cara y llevándole largo afianzó la embestida en la pañosa. Tenía el defecto de salir siempre por arriba el de Fuentespino, aparte de costarle volverse a colocar en los engaños de Pinar, dejando la labor del albaceteño en un pundonor propio de exprimirle hasta el final. Destacaron varios pases de pecho eternos, de pitón a rabo que hicieron romper en aplausos a aquellos que estaban libres de los mangos de los paraguas. Cayo el toro a la arena a los pocos segundos de enterrarle el acero en el hoyo de las agujas, siéndole concedida la oreja de su oponente.

El quinto se paró en demasía, acuso el encierro y se aquerenció, lo que hizo que Rubén Pinar, se metiera en los terrenos del burel y le sacase todo lo que llevaba dentro. Por los adentros el animal obedecía y la inteligencia del matador de Albacete, le ayudo a vender al tendido la escasa lucidez que le podía sacar al toro. Alardes al final de la faena y desplantes a cuerpo limpio, rodilla en tierra, agarrando el pitó a modo de haber podido con él. Se volcó literalmente en el morrillo, enterró la tizona y el animal hizo presa en la taleguilla del torero al que zarandeó de fea manera. Todo quedo en un susto y consiguió lo que buscaba, su segunda oreja que le abría la puerta grande.

Javier Cortés, acompañó a Pinar en volandas al acabar el festejo, igualando el número de trofeos obtenidos. Su primer astado un burraco que desconcertó de salida y busco de manera descarada las tablas, complicando la labor de los banderilleros. Pero la inteligencia de Cortes, le hizo aprovechar su querencia hacia los adentros y busco en ello una faena que por momentos tuvo gran lucidez. Eran muletazos sueltos, pero de tal calado que los oles atronaban en Añover con fuerza. Se abandonó y relajó su cuerpo olvidándose de él, haciendo que el ‘mansito’ de Fuentespino fuera poco a poco entrando en el canasto. Con el ambiente caldeado se volcó en el morrillo del animal que tomó tierra con premura, pidiendo el publico y concediendo el palco el doble trofeo.

En que cerró el festejo lo ayudo a embestir, pues su flojedad y rebrincos a la hora de tomar los engaños condicionó la labor del torero de Getafe. Puso voluntad por conseguir alguna tanda de importancia por ambos pitones, quedando sin premio la labor al que hizo sexto de la corrida. Al final con la noche ya entrada y frío literal, salieron en volandas del coso Cortés y Pinar aclamados por los aficionados que se acercaron hasta la puerta grande.