A Toledo los diablos

F. J. R.
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El monarca castellano mandó traducir varios tratados de magia para su uso personal. Entre ellos destacó el 'Picatrix', antiguo grimorio árabe de astrología y magia oculta

A Toledo los diablos

Los escolares van a París a estudiar artes liberales, a Bolonia los códigos, a Salemo los medicamentos, a Toledo los diablos... y a ninguna parte las buenas costumbres». Durante siglos esta frase fue atribuida a Elipando, arzobispo de Toledo hacia finales del siglo VIII, pero en realidad perteneció a un tal Helinando, monje cisterciense flamenco-francés del siglo XIII en la abadía de Froidmont (Beauvois).

El historiador medievalista Eloy Benito Ruano así lo demostró en su estudio 'Medievo Hispano' (1995), evidenciando que la fama de un Toledo medieval asiento de cenáculos o 'academias' mágicas está estrechamente vinculada en sus orígenes a las leyendas referentes a la Cueva de Hércules y a los fabulosos tesoros en ella guardados; singularmente, la Mesa del Rey Salomón y las figuras enturbantadas pintadas en los paños que acompañaban a ésta y que profetizaban la invasión árabe de la península. 

Esta temática mágica y siniestra, entrecruzándose a lo largo del tiempo, llegó a constituir toda una verdadera textura mistérica de la que, gracias a la labor del rey Alfonso X, quedan varios testimonios escritos.

A Toledo los diablosA Toledo los diablosPara acercarse a la obra alfonsí que gira en torno a la magia y la astrología hay que desterrar el pensamiento vigente hoy en día que las considera pura fabulación y materias que se contradicen entre ellas. Hay que ponerse en la mente de un hombre del siglo XIII, ya que durante la Edad Media el concepto de ciencia no estaba tan definido ni delimitado como en la actualidad, y cercana a la ciencia de ese tiempo estaba la magia, considerada entonces como la investigación de las ciencias ocultas de la naturaleza.

Realizado este ejercicio previo ya se puede entrar en harina, descubriendo que, en el mundo alfonsí, la magia de la naturaleza manaba de dos fuentes, una pura procedente de las fuerzas de la madre naturaleza, y otra oscura que, mediante pactos con el Demonio, lograba doblegar a la naturaleza. Esa última recibió el nombre de nigromancia.

Por otro lado, a Alfonso X le fascinaba la contemplación de los cielos, y de ahí derivó un interés  que entroncó con lo que hoy llamaríamos magia astral, el determinismo astrológico y la posibilidad de guiar los efluvios hacia la dirección deseada.

Alfonso X, en su labor de recopilación y salvaguarda del conocimiento de su época, protegió obras de carácter 'científico-mágicas', llegando incluso a crear leyes para salvaguardar la capacidad adivinatoria de la astronomía (Partida VI).

Las bibliotecas medievales terminaron pobladas de obras ocultistas, destacando entre todas ellas el infame 'Picatrix', la traducción castellana realizada por encargo de Alfonso X. Se trata del libro mágico más importante de toda la Edad Media, y lidera la lista que el rey sabio dejó para la posteridad con títulos como 'Libros del Saber de Astyronomía', 'Libro de las Cruces', 'Lapidario', 'El Libro de las Formas y las Imágenes' o el 'Libro de Raziel'.

La historiadora María del Rosario Delgado Suárez o el catedrático Alejandro García Avilés, por citar dos ejemplos, son algunos de los autores modernos que han ahondado en la tradición mágica alfonsina.

El volumen original del 'Picatrix' estaba escrito en árabe y es atribuido a un tal Maslama al-Mayriti, pero fue el trabajo de la Escuela de Traductores bajo el reinado de Alfonso X los encargados de pasarlo al latín y universalizarlo 250 años después.

El rey castellano, al parecer, mandó traducir el libro para su uso personal. Era un manual de iniciación a la magia, muy críptico, lo que permite aventurar que el interés de Alfonso X iba más allá de la mera curiosidad erudita. Su lectura y estudio no convierte al monarca en un mago, pero al menos sí, muy posiblemente, en una suerte de iniciado.

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