Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Matar por dos

05/11/2021

Hablé de Víctor en esta misma tribuna hace poco más de dos años. Joven, guapo, deportista y con todo un futuro por delante. Quería ser Policía Nacional y mientras preparaba la oposición trabajaba de carnicero en un centro comercial de San Fernando de Henares, en Madrid. Tenía planes de futuro con su novia y era aficionado del Real Madrid. Escribí también de Kevin Cui, un español de origen asiático, de 24 años, que vivía en Leganés. Era conocido por vivir al límite y por organizar fiestas en las que corría el alcohol. Estudió en el Legamar, un centro con cierto prestigio de Madrid, y salía con una modelo china.
Un domingo de septiembre de 2019 los dos se cruzaron. Eran las 6 y media de la mañana y Víctor se dirigía a su nuevo trabajo por la M50, una de las arterias que rodean la capital.  Kevin volvía de copas. Cuando le hicieron el test de alcoholemia, triplicó la tasa permitida. Ya era tarde. Una mujer que circulaba con su coche por esa misma carretera declaró que Kevin la había adelantado a una velocidad meteórica. Llegó a un punto en el que se detuvo y dio media vuelta en plan kamikaze. Condujo de forma temeraria en sentido contrario durante muchos kilómetros y acabó embistiendo su Golf morado contra el coche en el que viajaba Víctor.
En aquella tribuna te hablé también de Paco y de Gema. Eran los padres de Víctor. Por aquel entonces no estaban pasando por un buen momento. El dolor les acorralaba tras la muerte de su hijo Roberto, unos años mayor que Víctor. El día del accidente Paco estaba trabajando de vigilante de seguridad en un centro comercial. La madre aguardaba en casa, pero cuando se marchó su hijo le envió un mensaje a través de WhatsApp: «Que se te dé bien el día». Víctor nunca leyó ese texto porque falleció casi en el acto. Los bomberos tuvieron que sacar el cuerpo de un turismo convertido en chatarra.
Dos años después llegó el juicio. Era la primera vez que un kamikaze se sentaba en el banquillo en la Comunidad de Madrid tras causar la muerte a otra persona. Llegó el juicio y la condena: 8 años de cárcel por un delito de homicidio de tipo doloso, con el atenuante de reparación del daño, otro de conducción temeraria y un tercero por conducir bajo los efectos del alcohol. También le condenaba a pagar 100.000 euros al padre del fallecido y 110.000 a la madre en concepto de responsabilidad civil. Nada de eso conseguía aminorar el dolor de la familia, mientras que la defensa del acusado anunciaba que iban a recurrir la sentencia.
La resolución de la Audiencia Provincial de Madrid se conoció hace 15 días. El tribunal consideraba probado que el condenado era «plenamente consciente de sus actos». Durante el juicio, Kevin Cui primero dijo que no recordaba nada. Que solo tenía sueño y que quería volver a casa pronto tras una noche de copas con sus amigos. En el uso de la última palabra, sí admitió su 'error' y aseguró estar «completamente arrepentido», en una clara estrategia de su defensa.
El caso podía haberse quedado ahí, a la espera de la resolución del recurso anunciado. Pero esta semana hemos conocido una nueva víctima de este siniestro. Paco, el padre de Víctor, aparecía ahorcado en una pista de baloncesto de Rivas Vaciamadrid. Nunca había superado la muerte de su segundo hijo. La sentencia no le ayudó. Estaba completamente destrozado. De ahí su suicidio. Y ahora, como entonces, el mensaje es el mismo: sólo con castigos ejemplares se pueden reducir los delitos vinculados contra la seguridad vial.