Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


La bicicleta voladora

10/11/2021

En Talavera, a Manuel Fernández Ortega todo el mundo lo conocía por Manolo, el Ronquillo. Hombre callado, inteligente, ingenioso, trabajador, servicial y buena persona; desde muy pequeño siempre anduvo metido en experimentos y proyectos, lástima que antes no hubiera, como ahora, fábricas de talento e iniciativas para el emprendimiento. En el año 1928 diseñó una bicicleta volante muy apañada, la aligeró mucho de peso quitándole todos los accesorios y piezas dispensables y le añadió por encima dos larguísimas alas en forma de triángulo equilátero, ancladas al cuadro con armazón de cañas de bambú y esparadrapo y recubierto de tela de sábanas viejas enceradas muy bien cosidas y tensadas, en realidad, Manolo, el Ronquillo, esbozó uno de los primeros prototipos de ala delta de nuestro país, pero con biciclo añadido.
Consultó aquí y allá, calculó, muy por lo menudo, los contrapesos del artefacto para su estabilización en el aire con él de pasajero, por supuesto, y la velocidad de despegue y altura que necesitaría para planear.
Manolo, el Ronquillo, despertó curiosidad en la ciudad, eran años efervescentes en la vida de Talavera, económica, social y cultural. Por el taller improvisado en el patio de su casa se pasó muchísima gente para ver cómo iba tomando forma el artefacto y hasta Julio García Moya, inventor oficial reconocido, que en aquel momento triunfaba en toda España con su vulcanizadora portátil, estudió con detenimiento el proyecto, le dio algunas indicaciones y muchos ánimos.
Las pruebas en tierra, asistido por sus amigos, las hizo, primero, en el campo ferial para comprobar los equilibrios y las resistencias y, más tarde, en la cuesta de Cervines para analizar el comportamiento del maquinario con velocidad para el despegue. Quedó satisfecho con los resultados.
Para la prueba definitiva eligió las barrancas del Cerro Negro. No dio tres cuartos al pregonero, ni fecha ni hora, solo avisó a los de confianza. Desde la carretera de Los Navalmorales, justo por encima de la curva de La Herradura, donde había un claro más liso, tomó carrerilla pedaleando y se lanzó al vació…
Los amigos vieron, asustados, cómo desaparecía de su vista casi en picado, pero luego remontó con un movimiento brusco, planeó rozando las copas de los pinos y fue a estrellarse entre las retamas del arroyo Maricantarillo. Manolo, el Ronquillo, se levantó renqueante, agitó los brazos y voceó.
- ¡Estoyyyy bieeennn!
La bicicleta voladora voló, porque si no lo hubiera hecho, con la altura que tiene ese precipicio, Manolo, el Ronquillo, se hubiera matado.