Como en el chiste, un francés, un inglés y un español llegan a un partido para jugar los últimos diez minutos con un 1-0 favorable en el marcador. El galo, aún siendo terriblemente superior al rival, de haberle creado 10-15-20 ocasiones de gol... de repente tiene dudas; el entrenador hace cambios extraños y termina viviendo el partido con la sensación, casi certeza, de que le van a empatar. El inglés parece flaquear pero no flaquea; parece sufrir, pero no sufre; realmente sabe qué está haciendo porque lleva tiempo, años, preparando ese plan de defensa brutal e incluso si le hacen un gol parece firme y decidido a hacer el segundo. El español, que jamás había llegado 1-0 a esa altura porque tuvo un goleador que solía hacer un par de goles por partido, se ha habituado y se deja dominar (puede que marque la sentencia en el descuento), aunque a veces le salga rana. A estas alturas de la competición, cualquier espectador reconoce perfectamente a Barça, Atleti y Real Madrid, en ese orden... y con esas sensaciones.  

El derbi

Los duelos directos entre equipos de la misma ciudad (‘derbis’ por una ocurrencia del conde de Derby, Inglaterra, a finales del XVIII) son «partidos con vida propia», como reza el tópico. Ningún portero del Sevilla había parado un penalti a un bético en 100 años; el Betis, la peor defensa; el Sevilla, la segunda mejor; solidez endiablada en los de Lopetegui, endeblez asombrosa en los de Pellegrini. ¿Qué podía pasar... sino un empate? La lógica y los derbis son agua y aceite. 

Encuesta culé

Una encuesta entre socios del Barça arrojó un dato estremecedor: el 52,2 por ciento de los encuestados apuesta por la renovación de Messi... lo que significa que un disparatado 47,8 confía en que todos los demás saquen las castañas del fuego. O hay mucho optimista, cosa que nunca ha pasado en la Ciudad Condal, o piensan que con el dinero que libere la ficha del genio podrán fichar algo decente... o esa encuesta se hizo en los aledaños del Bernabéu.