La revolución demográfica del espárrago

Inma López
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La campaña de este cultivo emplea a unas 4.000 personas en Guadalajara durante tres meses, la mayoría ciudadanos de nacionalidad búlgara que llenan de actividad los pequeños pueblos donde residen

Imagen de archivo de la campaña del espárrago en Guadalajara - Foto: Javier Pozo

Los campos de Yunquera de Henares, Heras de Ayuso, Torre del Burgo, Hita y otros pequeños municipios del valle del río Badiel son durante estos días un espectáculo humano digno de contemplar. Filas y filas de jornaleros se afanan en ultimar las labores de recogida de un manjar exquisito que ha hecho que la provincia de Guadalajara sea conocida tanto dentro como fuera de las fronteras nacionales: el espárrago verde.

La campaña de este año, que dio comienzo el pasado 25 de marzo y concluirá en menos de 15 días, ha dado empleo a unas 4.000 personas, según estima Jaime Urbina, presidente de la Asociación Provincial de Productores de Espárrago y uno de los agricultores guadalajareños con más superficie destinada a esta cotizada planta herbácea, en concreto, 150 hectáreas en Torre del Burgo y alrededores. «Por cada hectárea de terreno, hacen falta casi dos trabajadores. Personalmente, he contratado esta campaña a 280 personas, aunque en estos momentos seremos 250 porque la producción ya va bajando», detalla. Aunque la rentabilidad del espárrago verde «ya no es la que era» como consecuencia de la proliferación del cultivo –más de 3.000 hectáreas en la provincia–, Urbina reconoce que sigue siendo una «buena alternativa» para municipios que carecen de grandes extensiones de labor como es el caso de Torre del Burgo. No obstante, la burocracia administrativa y las crecientes dificultades a las que se enfrentan los productores esparragueros a la hora de regularizar su actividad, especialmente en lo que concierne a la contratación de temporeros, está provocando un desánimo generalizado. «Lo único que queremos es que nos dejen trabajar, que no entorpezcan. Todos los políticos nos dan palmaditas en la espalda, pero tanta burocracia y tanto requisito nos frena. No se nos puede exigir lo mismo que a una fábrica que está trabajando todo el año. Si hacemos esto es porque nos gusta generar actividad», reclama Urbina.

Tan sólo un 15% de las personas que trabajan en la campaña del espárrago verde en la provincia están asentadas en la zona por estar ocupados el resto del año en trabajos complementarios (limpieza de hierbas, riego, etc.) o en otras actividades diferentes como es la logística. El resto de jornaleros regresan a su país de origen o enlazan con empleos temporales en otras campañas agrícolas como es el caso de la naranja valenciana o la cereza extremeña.

Pequeña Bulgaria. Desde hace casi dos décadas, el grueso de las personas empleadas para la campaña del espárrago en la provincia procede de Bulgaria. No es casualidad. La imposibilidad de encontrar españoles dispuestos a realizar esta labor y el buen entendimiento surgido entre estos ciudadanos del este de Europa y los productores alcarreños son las dos razones principales. «Son gente sencilla, que saben que tienen que hacer su trabajo y lo hacen bien. Al final, lo que queremos es que esto sea como una familia, que no haya problemas y la convivencia es buena», señala Urbina. A ello hay que añadir el llamamiento masivo que produce el boca a boca entre los propios jornaleros. Solamente Basilio, uno de los veteranos que llegó de Bulgaria a Torre del Burgo hace 13 años, ya se ha traído a medio centenar de miembros de su familia.

En cualquier caso, los agricultores dedicados a este cultivo alternativo insisten en que preferirían contratar nacionales. «Aquí tenemos la mejor gente y sería más fácil para nosotros, pero lo hemos dejado por imposible. Mientras en este país se pague por no trabajar, aquí no viene nadie a coger espárragos. El campo está muy mal mirado y te dicen que para tres meses no les compensa», lamenta el presidente de los productores guadalajareños, quien enumera los muchos inconvenientes que les acarrea la contratación extranjeros: buscar viviendas en la zona para darles residencia, alquilar vehículos, trámites administrativos (padrones, expediciones de NIE, etc.), el hándicap del idioma (la mayoría no hablan castellano), etc. «Al final, tenemos que hacer de padres y facilitarles la vida. Si se les rompe la lavadora, llamo al fontanero. Si se ponen enfermos, les llevo al hospital. Con esas dificultades nos encontramos y las vamos resolviendo, sabemos que tiene que ser así, por eso pedimos a la administración que nos eche un cable y no ponga palos en la rueda», declara.

En cuanto a las condiciones laborales, la satisfacción es la nota reinante. Una jornada de 40 horas semanales (cinco horas diarias por la mañana en el campo y tres horas en el almacén por la tarde) supone entre 1.200 y 1.400 euros netos. «Este mayo, con incentivos, algunos van a salir por más de 2.000 euros», asegura Urbina. No es de extrañar, por tanto, que las voces se corran y que la vega del Badiel se siga convirtiendo cada primavera en una pequeña Bulgaria.