Diario del aislamiento

Luis Fco Peñalver | Profesor
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Desde Navamorcuende, solo con un gato que me visita

Diario del aislamiento

14 de marzo, sábado. Llevo con hoy tres días de aislamiento. Comencé el jueves, el viernes cerraron el Instituto, y hoy me he subido a mi casa de Navamorcuende. Me aíslo, sin más. Bueno, intencionadamente porque al tener problemas físicos de base, soy persona de riesgo.

Desde hace días, desde antes de que se acabara el papel higiénico en los supermercados, de cuando éramos felices participando en manifestaciones, y apoyando a nuestro equipo cuan el mejor «tifosi» en los campos de fútbol, es decir hace siete días apenas,  antes de que el mundo se parara por el covid-19 casi definitivamente, ya había hecho mis previsiones de encierro en este pueblo, en esta casa en la que miro al Piélago e imagino a mi amigo Juan de Mariana, cuatrocientos años antes, también recluido, con menos rigor del que tenemos hoy día, en esa Sierra, tratando de atemperar los rigores del verano toledano.

Y mira por donde, sin saber la inmediatez del agotamiento de existencias, compré lo  básico y necesario, y por supuesto el papel higiénico, servilletas de papel, y rollos de cocina. Muy sabia y futurista mi decisión. Lo que no imaginaba es que tras los últimos días mi cerebro iba a regularse con los nuevos tiempos, acorde a esos movimientos de compra impulsiva que vaciaron estanterías. ¿Por qué lo digo? 

Diario del aislamientoDiario del aislamientoTras el inicio del aislamiento en mi piso de Talavera, siempre a un metro de Ana, que ya que me aíslo no lo vaya a jorobar, dando los primeros pasos preparatorios vía on line para dirigir las clases en esta modalidad a mis alumnos, me subo/traslado al pueblo (estoy a casi 700 m de altura, de ahí lo de subir). También han tenido que ver en la decisión las opiniones de mi familia, la de mi amigo Massimo, y la de todos aquellos que queriéndome veían claro que esa huída era necesaria. Nuestro presidente autonómico me tranquilizó, no en vano comprendió que no eran vacaciones lo que iba a acaecer. La bomba ha llegado, pero algunos tardaron o no quisieron verlo. Y yo con 64 años cumplidos el mes pasado, con ocho stens en las coronarias, y la base asmática, pues creo que no debía arriesgar, y mira que me gusta eso del riesgo, ni tentar al diablo (¿le puede afectar al diablo este virus?). Con esa tranquilidad –miento-, dispuse el coche como si me fuera a Marte: bicicleta estática, que si a mi aislamiento se sumara el oficial (como ha sido) ya no podría realizar los paseos tan saludables para mi corazón, mochilas cargadas de libros, que seguiremos los profes on line dando la paliza, en el buen sentido, a los chicos y chicas (que los quiero un montón), también con ordenadores y tablet,  cables, cargadores, y por supuesto ropa y medicinas.

Preciosa tarde para arribar a este destino que yo creo que se prolongará más allá de los quince días previstos por las autoridades. Sol muy hermoso, el Piélago ahí, como siempre, la torre de la iglesia parroquial,  testigo del Renacimiento tan puro en granito, y los pájaros, las gallinas, alguna oveja,…, y ni un alma humana por las calles. Pero era una tarde maravillosa. 

Y heme aquí descargando todo, saboreando la nueva vida que comienzo, intentando curarme de los impactos emocionales y psicológicos vividos durante la semana, todo era demasiado fácil. Pero,… algo faltaba. Mi intuición o el recuerdo vano de actos repetitivos similares anteriores a esta situación crítica, me lo decía. Al abrir la nevera lo entendí. No traía los alimentos frescos preparados. Dios mío, me refiero al del Piélago de aquí, al del Mariana que comenté antes, y al de la cueva donde se refugiaron los niños mártires de Talavera, pues eso, que esas viandas frescas las dejé en dos bolsas bien preparaditas en la mesa de la cocina, la de Talavera. 

Pero el cerebro ha estado donde tenía que estar, acorde a los tiempos, sincronizado con el movimiento de masas, había traído y colocado el papel higiénico y demás derivados de celulosa, de cocina y pañuelos (por cierto éstos últimos casi todos fabricados en la provincia de Lucca, en la Toscana, tierra de mi amigo Massimo, allí también con el covid-19, muy triste). 

Y me reía yo solo. Este hecho ha sido importante, mucho, he dado un paso al frente, he cruzado la línea que separa el dramatismo con el intento de normalizar lo que quizás sea imposible normalizar, pero al menos esa sonrisa provocada por mi cerebro, me ha llevado a recordar que sigo existiendo, y que tengo una suerte sin igual, el poder disfrutar de la tarde, en Navamorcuende, y que este aislamiento, en ese momento todavía voluntario, me lo permite esta casa desde donde escribo, también mi familia. 

Ni que decir que tuve que retornar a Talavera (bajar a un poco más de 300 metros sobre el nivel del mar), para recuperar esas bolsas. En el ínterin, entre ese sube y baja, todos hemos estado esperando al Presidente del Gobierno con sus medidas extraordinarias, el estado de alarma que dificulta el tránsito y movilidad sin causa justificada, y yo me veía explicando a un agente que me había dejado la comida, pero que sí que había subido los rollos del papel higiénico. No creo que comprendiera que teniendo esa materia prima tan útil, para qué iba a bajar a por comida. Lo entiendo.

Mucho ánimo, tenemos que tirar adelante, con o sin ese papel. Da lo mismo.