¿Dónde estuvo en Toledo la casa de Caracas?

A. de Mingo
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Perteneció a los lonjistas que suministraban a Toledo productos tales como cacao, canela y azúcar. Estaba situada en el arranque de la Cuesta del Alcázar y albergó el Café Nuevo en 1844

¿Dónde estuvo en Toledo la casa de Caracas?

Venezuela es noticia desde hace mucho tiempo por los lamentables intentos de golpe de estado o por el desabastecimiento de sus ciudadanos. Paradójicamente, hace dos siglos y medio, Caracas y otros puertos caribeños eran el punto de partida de materias tan codiciadas como el cacao, la canela y el azúcar, embarcadas hacia España por sociedades comerciales como la poderosa Compañía Guipuzcoana (1728-1785). 

Una de ellas fue la Compañía de Lonjistas de Madrid, creada en 1764, la cual poseía una amplia red de distribución en municipios como Medina de Rioseco, La Coruña, Aranjuez, Madrid, Sevilla y Cádiz. También en Toledo -que entonces suministraba medias de seda y otros tejidos de diferentes calidades-, donde su actividad parece haber acabado prestando la denominación a un espacio de céntrica presencia (el arranque de la Cuesta del Alcázar, más allá de los soportales de Zocodover), larga manifestación (hasta comienzos del siglo XX) y del que muy poco ha llegado hasta nosotros: la «Casa de la Compañía de Caracas».

A mediados del XIX -cuando aún no existía la calle de la Paz (antigua Alféreces Provisionales) y la cuesta de Carlos V ascendía ininterrumpidamente hasta el Alcázar por su acera izquierda- este espacio era conocido todavía como tal. El 17 de diciembre de 1836, de hecho, seguía siendo propiedad de los antiguos lonjistas, quienes la trocaron por tres fincas rústicas de los Montes de Toledo que eran hasta entonces propiedad del Ayuntamiento: las dehesas de Robledo Hermoso (Hontanar y Los Navalucillos), La Casa de Gris y Arroyo del Avellanar (El Molinillo). La «Casa de Caracas» -según el historiador Hilario Rodríguez de Gracia- se mencionaba entonces como lindera con la Aduana y el «terraplén que hay a la Casa de la Caridad». Firmaron la permuta Segundo Marín y Pedro Sanz por parte del Ayuntamiento, mientras que representó a los lonjistas Francisco González.

Escasos meses después, en mayo de 1837, el arquitecto municipal, Blas Crespo y Bautista, reconocía la nueva propiedad municipal con fin de instalar allí un acuartelamiento de tropa (posiblemente, la residencia de los mandos y oficiales) en el contexto de la primera Guerra Carlista. Seis años más tarde, añade otro de los historiadores toledanos que han encontrado referencias sobre este edificio, Rafael del Cerro Malagón, el uso militar de la «Casa de Caracas» había cesado y un particular llamado Joaquín Jiménez solicitaba al Ayuntamiento la explotación privada de aquel espacio. Es posible que correspondan a este inmueble, durante aquel momento, una serie de plantas realizadas en 1847 por Blas Crespo, las cuales se conservan en el Archivo Municipal. Sea como fuere, el municipio acordó instalar en la zona inferior el cuartelillo de policía y arrendar los pisos superiores. Desde 1844 estaba allí el llamado «Café Nuevo» -«vulgo Casa de Caracas en Zocodover», según el periódico El Tajo-, donde se celebraban bailes de máscaras en tiempo de carnaval.

El cuartelillo convivió durante un tiempo con una escuela de párvulos, siendo posteriormente sustituido por un pequeño retén de bomberos «con su material contra incendios, basado fundamentalmente en un carro-cuba». Así describía Luis Bello, autor de Viaje por las escuelas de España (1927) -que conocemos a través de Rafael del Cerro-, el interior de este parvulario en el que acabó convertida la «Casa de Caracas»: 

«¿Un caserón?... Algo más que eso: una gran casa de líneas amplias; por fuera, digna de emparejarse con la mejor, en la cuesta que va al Alcázar; por dentro, despejada y noble: zaguán y escalera de anchos tramos; techos altos, huecos proporcionados, con arreglo a la buena tradición. Pero todo en ese punto de decadencia prematura tan propio de nuestros caserones oficiales. Puertas y ventanas, abiertas de par en par. En un primer salón, muy grande, muy destartalado, los más pequeños. Separado de éste por un tabique de enormes vidrieras sin cristales, otro salón todavía más grande. Bancas viejas, pintadas de negro, tristes, deslucidas. Entreveo las paredes desnudas, zócalos y suelos descuidados. (…) La escuela sin los chicos parece más descomunal; el menaje, más pobre, y el abandono, más visible. Estas grandes salas, con su ambiente, parecen flotar en un limbo que no es del XVII, ni mucho menos del siglo XX, ni siquiera del XIX, fuera de todos los tiempos y de todos los espacios imaginables. Aquí ha llegado a reunir esta maestra ciento noventa y cinco párvulos. (…) Imaginemos que el Concejo o el vecindario en ejercicio de una acción social entra en la pobre escuela del Zocodover y empieza por encomendar a un arquitecto competente la reforma del caserón. Las paredes maestras fueron construidas con solidez. Lo resistirán todo. Hay más de un patio. Un aljibe, destinado hoy al más humilde y melancólico servicio municipal. Dependencias interiores. Pisos altos. Esto es, sobra capacidad para un grupo escolar. ¿En qué habrán perdido su carácter la plaza ni la escuela porque llegue a cobrar vida nueva lo que hoy es una ruina?».