Olés, orejas, lluvia y truenos en Borox

Dominguín
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Eugenio de Mora y Álvaro Lorenzo se repartieron 8 orejas de una buena corrida de Alcurrucen. La lluvia fue la protagonista, tan solo cuatro días después de la fuerte tormenta que cayó en la localidad sagreña

Olés, orejas, lluvia y truenos en Borox

La localidad de Borox rezuma tauromaquia por los cuatro costados. Cuna de Domingo Ortega, y de grandes aficionados, tiene una de las plazas de toros más coquetas de toda la provincia. Hace solo cuatro días se encontraba anegada de agua y barro, rodeada de las sillas, mesas, contenedores y otros enseres que la riada llevó hasta sus puertas. Un trabajo de todo el pueblo contrarreloj para celebrar sus fiestas en honor a San Agustín, lo que incluía la plaza de toros. Se sacó todo el barro del coso y se echó arena nueva, se adecuaron los alrededores y la gente acudió ante un sol radiante, ocupando cerca de la mitad su amplio aforo.

Cartel cien por cien toledano, toros de Alcurrucen propiedad de los hermanos Lozano y ante ellos Eugenio de Mora y Álvaro Lorenzo. Un mano a mano que se repite por segunda vez entre ellos, tras su duelo en la feria del Olivo.

Abrió cartel el moracho ante un animal acapachado de cuerna y con cuajo, al que meció en el capote hasta los medios donde lo remató con una media encajada. Brindo este primer toro a el “Puchi”, banderillero de su cuadrilla que está aquejado de una lesión y vio los toros desde el tendido. Con la muleta en la mano, tanteó por bajo al de Alcurrucen por ambos pitones, hasta que tomo su poderosa diestra. Con ella, fue tirando firme y por bajo del toro, ayudando a desplazarse largo. Tandas cuajadas y medidas rematadas por su ya tradicional pase de pecho profundo y largo. La lluvia comenzó a aparecer en el final de su trasteo, lo que provocó la despoblación de los tendidos, momento en el Eugenio se fue tras los aceros cayendo bajo, dejando en un solo trofeo su labor que paseo entre goterones que presagiaban lo peor.

Al tercero del festejo, segundo de Eugenio de Mora, lo paro genuflexo con el capote sacándoselo con la capa al centro del ruedo. De la misma manera comenzó con la pañosa, con doblones por ambos pitones, sobando al animal y dejándole siempre la muleta en la cara para que fuera entrando el canasto prodigioso que es el temple de Eugenio. La diestra se traía una y otra vez al burel a su cadera, encajado y entregado, con las zapatillas enterradas en la empapada arena. El de Alcurrucen, fue bravo y quería coger los engaños siempre por bajo y con profundidad, lo que hizo emplearse al matador. Le echo la bamba de la muleta con la zurda y cuajó tres tandas que conectaron con los sufridores espectadores que aguantaban en la piedra. Tras la suerte suprema, otra oreja para su esportón y la lluvia comenzó a caer con fuerza y el aguacero comenzó a calar a los que no encontraron cobijo en chubasqueros o paraguas.

A su ultimo enemigo, el quinto lo toreó por verónicas y manos bajas, haciendo de ello su mejor recibo de capa. Era difícil concentrar al personal en su faena, la lluvia, los truenos y relámpagos encogían a los aficionados, sabedores del esfuerzo el moracho ante los pitones del de Alcurrucen. Quite del sobresaliente “Capurra” con dos laces y una media de arte que fue jadeada al unísono. Meritoria faena pues el animal nunca vino entregado a la tela roja, saliendo a su aire, a pesar del esfuerzo de Eugenio de Mora de tirar de el por bajo y con temple. Hubo algunos muletazos de buen trazo y mano baja, ante el cielo abierto y descargando una manta de agua. Pinchó a la primera, acertando en la siguiente y siendo premiado por la presidenta del festejo con otro trofeo, que sumo tres a su cuenta particular.

Lorenzo se abrió de capa con precaución al segundo del festejo, un colorado de buena condición y de presentación acorde a la categoría del coso. Con la franela tiró de oficio y conocimiento de la ganadería y ello le supuso el llevar al astado cosido a la muleta, sin que dejara de ver trapo rojo ante su testuz. Fue noble el de Alcurrucen lo que propició derechazos buenos y largos, desluciendo lo desentendido que salía de cada muletazo. Una oreja fue el premio a su entrega y disposición, pues el agua condicionó pate de su lidia. Al cuarto de la tarde, un gran astado, lo comenzó a torear con la diestra sin probaturas. Encajado, con el mentón hundido y acompañando cada trazo con su figura, repitiéndolo una y otra vez, lo que hizo que el público rugiese a oles. Tandas largas de naturales que no bajaron el nivel de la faena que continuó a gran altura con la diestra, sabiendo que la muleta tenía que quedarse una y otra vez delante de los pitones para que repitiese la franela de Lorenzo. Se volcó de verdad tras el acero y afloraron los dos pañuelos blancos en la baranda presidencial.

Al que cerró el festejo, Lorenzo recibió con buenas verónicas al bizco colorado de Alcurrucen rematando el recibo con media encajada a su cintura. No cesaba el agua, pero los toreros entregados desde el principio, quisieron rematar la tarde. Y así Álvaro Lorenzo, volvió a realizar otra gran faena a su último toro, doblándose por bajo y embebiendo su embestida en la muleta, asentando su condición a toreo del toledano. Supo sacar lo que llevaba dentro el noble toro, sobre todo en las tandas bajas y templadas de derechazos. Tras matar a este toro, se le concedió otras dos orejas que hicieron un total de cinco en su haber particular.

Salida a hombros de los matadores, entre aplausos y la lluvia que no cesó en casi ningún momento del festejo.