"La ficción es maravillosa para sanar heridas"

Raquel Santamarta (SPC)
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Esta escritora vio el terror etarra cara a cara. Hoy, casi cuatro décadas después de aquello, esta mujer valiente y fuerte ofrece una narración sobre esos años de plomo en el País Vasco para que la memoria no se pierda

"La ficción es maravillosa para sanar heridas" - Foto: JUAN LAZARO

Los niños de Lemóniz (Espasa) es la «crónica desde la inocencia» de unos menores cuyos padres estaban amenazados o fueron asesinados por ETA. Una «suma de recuerdos recuperados» que persigue dar voz a esas víctimas invisibles del terrorismo que nunca fueron tenidas en cuenta, ni siquiera en las estadísticas. De la mano de ellas, Estela Baz (Bilbao, 1976) hila un relato de generosidad, valentía y lucha que acaba de llegar a las librerías.

Usted fue uno de esos niños que creció en torno a la construcción de la central nuclear de Lemóniz, paralizada en 1984 por una brutal ofensiva de ETA que se cobró la vida de cinco empleados. ¿Cómo vivió aquellos años de terror y violencia y, sobre todo, qué pudo comprender con el tiempo de aquel ambiente que respiraba?

La base del libro es la intención de hacer una reconstrucción de todo aquello para saber qué es lo que realmente se vivió. Yo no era consciente de lo que había pasado, porque tampoco se había hablado mucho en mi familia ni tenía mucha información. Tampoco había preguntado nunca porque hay silencios que, de manera inconsciente, son obligatorios.

¿En qué momento de su vida surge esta novela?

Hace unos años, Alemania sufría un atentado y una amiga me contaba después que, estando con su hija escondidas en el cuarto de un establecimiento público, ella le dijo mirándole a los ojos y mientras se oían gritos y disparos fuera: Mamá, nos van a matar. Esa historia removió algo que tenía dentro de mí y que no había querido abordar hasta la fecha. Empecé a hacer averiguaciones en ese retorno a mi infancia. Tuve que preguntar y leer artículos de prensa y libros especializados porque, a pesar de haber sido un testigo directo, no sabía nada de todo aquello. Me di cuenta de las cosas tan terribles que sucedieron en aquella época y decidí compartirlo, porque hay muchos Lemóniz. Son experiencias personales que reflejan las emociones que se vivían de puertas para adentro y desde distintos puntos de vista. 

¿Cómo fue su proceso creativo? ¿Le resultó sencillo construir la historia?

La historia está ficcionada, porque tuve que encajar muchos personajes con sus vivencias. Aún así, fruto de todas las conversaciones e investigaciones realizadas, lo pasé mal al darme cuenta de todo lo que se sufrió allí. La protagonista, Ángela, descubre una caja con recuerdos cuando está embarazada. Entonces, se empieza a cuestionar si va a ser una buena madre. De sus preguntas surge la necesidad de acudir al pasado para saber de dónde viene y por qué es como es. La maternidad le despierta. Mis flashes personales se van cruzando con los de muchas otras personas y con esos hallazgos que voy haciendo. Arranqué teniendo muy claro cuál era el principio y el final. Cuando me ponía a escribir, lo hacía del tirón pasara lo que pasara. 

A base de muertos, el pánico se instaló en la plantilla, al tiempo que en las manifestaciones ya se escuchaba el escalofriante ETA, Lemóniz goma 2. ¿Podían sus padres protegerles de esa realidad hostil? ¿Tiene algún recuerdo grabado a fuego?

De forma constante, la novela muestra cómo esos padres intentaban proteger a sus hijos. Sobre todo las madres, que hacían de salvavidas de la manera que fuera para que no sufrieran ni tuvieran miedo. Unas veces tapaban la realidad, pero otras recreaban situaciones en la que los niños jugaban a ver si había duendes debajo del coche cuando en realidad buscaban bombas. 

¿Cree que la ficción, ahora que se están publicando tantas novelas sobre el País Vasco, ayudará a sanar las heridas?

La ficción es maravillosa para dar a conocer qué ocurrió, además de ayudar a sanar las heridas. 

¿Cree que los libros de texto omiten la voz de las víctimas del terrorismo?

Tenemos que saber de dónde venimos. Es importante también saberlo para que la historia no se repita. Cuando empecé a ver documentales y a leer sobre el tema, me encontré con entrevistas a chavales que no sabían quién era Miguel Ángel Blanco ni Ortega Lara. 

¿Le gustaría ver su novela, al igual que la de Fernando Aramburu, en la pantalla algún día?

Es muy pronto para pensar en eso, pero todo lo que sirva para abrir la mentes, reconstruir la memoria y ayudar a las víctimas estará bien. 

La central de Lemóniz, que nunca llegó a abrirse, es solo una mole de hormigón abandonada. ¿Considera que la paralización de la planta fue el gran triunfo de ETA?

Los historiadores dicen eso, porque ETA consiguió paralizarla. Yo, desde el punto en el que me encuentro, considero que la central de Lemóniz debería ser un símbolo en memoria de las víctimas.

¿Se vio su familia obligada a huir?

Había una presión que obligó a miles de familias, incluida la mía, a salir del País Vasco y Navarra para que no les pasara nada. Y no hay datos de estos dramas personales.

Hay 377 crímenes sin resolver. ¿Se llegará a hacer justicia algún día?

Las víctimas necesitan que eso se resuelva.

¿Cuáles han sido o siguen siendo sus mayores temores?

A lo largo del proceso creativo de Los niños de Lemóniz me he enfrentado a muchos miedos. Lo que me da miedo es que este libro pueda hacer daño a cualquier víctima o testigo del terrorismo y no cumpla con su función. Quiero hacer mi aportación desde el cariño y el respeto más infinito.