El lenguaje secreto de los círculos

Esther Rodríguez López
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La muralla califal del siglo X que rodea el Alcázar conserva el arranque de tres torreones y en uno de ellos se encuentra este cimacio visigodo. De clara tradición pagana, se reinterpretaron las cenefas romanas y se dotaron de un simbolismo cristiano

El lenguaje secreto de los círculos

Entre los restos arqueológicos que se conservan en el Museo del Ejército, se encuentra escondida una joya pétrea de la cultura visigoda. Hay que fijarse y buscar para darse cuenta de que está ahí, testigo semioculto de la historia.

De la ciudad visigoda de Toledo, capital del reino desde el siglo VI, casi no queda nada. Ningún edificio en pie ni ninguna de sus múltiples iglesias. Por ello, cobran mayor interés los escasos restos de esa época que han sobrevivido al paso del tiempo.

Los musulmanes, asentados en Toledo a partir del siglo VIII, desarrollaron un programa urbanístico que transformó la ciudad. Construyeron mezquitas, palacios y murallas para los que reaprovecharon materiales de muchas de las construcciones visigodas existentes.

La muralla califal del siglo X que rodea el Alcázar conserva el arranque de tres torreones y en uno de ellos se encuentra nuestra joya; un cimacio visigodo que está situado en la esquina inferior izquierda del mismo.

Es una pieza de caliza blanca, que destaca entre los grandes bloques de granito grisáceo, decorada con relieves realizados a bisel, de círculos tangentes y secantes cuya intersección forma una roseta de cuatro pétalos. En su rombo central aparece un aspa de seis brazos, de talla profunda, que acentúa el claroscuro de la pieza. En parte está deteriorada por la erosión y la reutilización, el  círculo sogueado en el que se inscribe una cruz patada con botón central se encuentra en su mitad perdido y los círculos que completaban la otra cara del cimacio sólo se intuyen.

Este tipo de motivos geométricos fueron característicos de la escultura decorativa arquitectónica  visigoda. De clara tradición pagana, muy frecuentes en las cenefas del mosaico romano, se reinterpretaron y se dotaron de un simbolismo cristiano que los visigodos asumieron. El círculo, como reflejo de lo eterno y línea infinita. La roseta, símbolo de regeneración y de Cristo como «la flor y ornato del mundo», en palabras San Agustín. Los cuatro pétalos perfectos, trazados a compás, como espejo de la humanidad de Cristo pues cuatro son los elementos que constituyen el cuerpo humano; tierra, fuego, agua y aire. O la cruz patada interpretada como símbolo celeste, aun carente del significado de la crucifixión. Era un mundo de significados religiosos, transmitidos a través de relieves esculpidos en piedra, que todo cristiano visigodo podía entender.

Tanto por su tipología, puesto que es un cimacio que servía de remate al capitel de una columna, como por el simbolismo cristiano que acompaña a la decoración, parece adecuado pensar que nuestra pieza proceda de alguna de las iglesias visigodas de Toledo.

Pasados los siglos, los vestigios arqueológicos nunca dejan de descubrirnos sus secretos.