Mucho más que una herencia

SPC-Agencias
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Los bienes que dejó 'Paquirri' tras morir, hace ya 36 años, vuelven a poner en el foco de la actualidad a una leyenda de los ruedos

Mucho más que una herencia

Más de 36 años después de su muerte, Francisco Rivera Paquirri ha vuelto a ser uno de los grandes protagonistas de la actualidad. El gran aparato mediático montado entorno a la herencia del matador ha recuperado la figura del recordado diestro de Barbate (Cádiz), que fue mucho más que el padre, hermano o esposo de una saga que ahora se tira los trasto a a cabeza delante de las cámaras. 

La piedra de toque se situaría en torno a unos trajes y utensilios de torear concretos que, según el testimonio de su tercer hijo, Kiko Rivera, permanecerían aún en la célebre finca Cantora. Dichos vestidos pertenecerían a los hermanos Francisco y Cayetano Rivera Ordóñez según la partición hecha en su día, pero Isabel Pantoja, viuda del torero, nunca los entregó a los hijos mayores de su marido.

Esta polémica ha situado a Paquirri en el ojo del huracán 36 años después de su trágica muerte en Pozoblanco (Córdoba), el 26 de septiembre de 1984; pero, más allá de la polvareda mediática, hay que situarle como lo que fue: un gran torero, además de uno de los personajes más conocidos de la España de los 70 y 80 del siglo pasado.

Nacido en un hogar humilde, escaló desde lo más bajo hasta alcanzar lo más alto del escalafón taurino y codearse con los más grandes. Su primer matrimonio con Carmina Ordóñez, el divorcio, sus cuitas sentimentales y finalmente la boda con Isabel Pantoja le convirtieron en un personaje carne del papel couché. Pero esa popularidad estaba apoyada, sobre todo y ante todo, en su primacía profesional.

Francisco Rivera Pérez llegó a la cima partiendo de la nada, apoyado en una indeclinable voluntad de ser. Había nacido en 1948 en una casita, casi una choza, sin luz ni agua junto al arroyo Cachón. Aún era muy pequeño cuando Antonio Rivera, su padre, accedió a la conserjería del matadero de Barbate, escenario de sus primeros escarceos taurinos emulando a su hermano José, Riverita, que también quería ser torero.

Entre su presentación en una herrumbrosa portátil montada en su localidad natal y su primer conato de alternativa -truncada por una cornada- solo pasaron cuatro años en los que Paquirri fue el novillero de moda, hasta que se convirtió en matador, el 11 de agosto de 1966 en Barcelona.

De pronto, se encontró en medio de la impresionante baraja de estrellas de los años 60. Había que plantar cara a los colosos y encontrar un camino propio. Manolo Camará, su apoderado, supo moldear aquel diamante en bruto. «Aprende a ser yunque para cuando seas martillo» fue la célebre frase que grabó en el subconsciente de su pupilo, que la colocó, pintada en azulejos, en Cantora.

Paquirri hizo de su exhaustiva preparación física y mental recluido en la célebre finca, un modelo para los toreros jóvenes y las nuevas generaciones, que hicieron suyos, adoptándolos como peaje del triunfo, los sacrificios del torero de Barbate en su camino a la cumbre.

Plenitud

Francisco Rivera era una joven figura que navegaba con desenvoltura por las ferias de los años 60. Pero aún le quedaba dar el definitivo paso, pasar esa raya diferencial que lo igualara a los grandes. Lo logró, definitivamente, en 1971. Comenzaba su propia era.

La década de los 70 marca su plenitud profesional. El 24 de mayo de 1979 alcanzaría en Madrid su consagración definitiva como gran maestro cuajando de cabo a rabo al célebre toro Buenasuerte, del hierro de Torrestrella, su ganadería predilecta. La fecha se puede marcar como cénit taurino de Paquirri que cubrió aquel año la mejor temporada de su vida.

Aún le quedaba un último gran hito: su salida a hombros por la Puerta del Príncipe de la Maestranza, el 28 de abril de 1981. Cortó tres orejas y arrasó... Pero, dos días después y también en Sevilla, sufrió una brutal voltereta al recibir a portagayola a otro ejemplar de Torrestrella que iba a quebrar para siempre su regularidad. La guerra del toreo había acabado para él. El matador daba paso al famoso.

Dos años después, en primavera de 1983, se casó con Isabel Pantoja. Pero el reloj ya estaba en marcha. La temporada de 1984 se había planteado como una recogida de los frutos sembrados y el torero ya barruntaba su retirada para 1986, en coincidencia con el vigésimo aniversario de su alternativa. Pero su trágico destino estaba escrito en Pozoblanco aquella tarde de septiembre.