Una rescatadora con ángel

F.J.Rodríguez
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Ana María García Sanz no dudó en arriesgar su vida para salvar de las llamas a sus cuatro perros y sus cuatro gatos. Cayó al suelo y el fuego la abrasó el brazo izquierdo con quemaduras de segundo grado

Arriba: Ana María, junto a dos de sus perras en la parcela quemada por el fuego - Foto: David Pérez

Siempre hay seguridad en el valor. Solo así se explica que muchas veces no pensemos las posibles consecuencias de nuestros actos cuando afrontamos una situación de claro peligro. Por eso la sabiduría popular dice también que los valientes son los primeros en morir. Pero claro, muchas veces sin el coraje de unos a otros les tocaría pagar un alto precio.

Ana María García Sanz es una de esas personas. De las primeras. De las que tienen el arrojo de entrar en un sitio sin tener todas las de ganar. Ella misma confiesa su secreto: no pensar en las consecuencias. Esta joven toledana de 22 años se dejó llevar por su instinto cuando el pasado 28 de junio las llamas amenazaban con quemar su casa, situada en la calle Jara de la urbanización de Montesión.

Algunos lo llaman inconsciencia, pero para otros es un acto de generosidad extrema, la que le llevó a arriesgar su vida para poner a  salvo a Yurka, Nala, Arol, Bruja, Kiara, Pepi, Montaña y Bagira. Son sus cuatro perros y sus cuatro gatos. Sin su ayuda seguramente hubieran salido muy mal parados del incendio.

«No pensé en si nos quedábamos sin casa, ni en lo peligroso que era, lo único que pensé era en coger a los perros y los gatos y salir de ahí corriendo», explica la joven, que se encontraba en su casa en compañía de su hermano cuando se dio cuenta de que las llamas estaban rodeando su parcela.

«Fue todo muy rápido. Eran sobre las cinco o las cinco y cuarto de la tarde y estaba comienzo en la cocina, pues acababa de llegar de trabajar. Vi por la ventana que estaba muy negro, y la verdad es que pensé que era la típica tormenta de verano. Estaba muy oscuro y de pronto lo vi llegar. Le dije a mi hermano que llamara a la policía y me fui a buscar a los animales», recuerda Ana María de esos momentos previos a la llegada del fuego.

Su hermano Carlos también reaccionó. Cogió a un perro y dos gatas y las metió en su coche. La puerta de la parcela, automatizada, comenzó a fallar -quizás por las altas temperaturas-, y por ello decidió atascarla con el vehículo y esperar a su hermana. Esa acción impidió que todos se quedaran atrapados en ese particular infierno.

Ana María siguió sacando a sus perros y gatos, y en ese momento entró en escena el otro protagonista inesperado de la historia. Se trata de un vecino anónimo, que indicó a la joven que había que retirar uno de los toldos que tienen instalados en el patio de la cocina. Las llamas ya estaban en la valla que rodea la parcela y, ciertamente, el toldo hubiera prendido y con él toda esa fachada de la casa, cubierta de madera.

Ana María retiró el toldo, y con ello seguramente salvó a su casa de sufrir daños mayores. Mientras volvía a la salida, en la que esperaba su hermano, recuerda que había tanto humo negro que no veía el camino. Ella dice que se tropezó. Fue solo un segundo, pero se calcinó el brazo. La llegada del misterioso vecino fue crucial. La ayudó a levantarse del suelo y juntos salieron de la parcela, ya rodeada completamente por las llamas.

A ella le parece que todo duró un segundo, pero lo cierto es que las quemaduras de segundo grado que le han quedado en el brazo indican que quizás el tiempo se volvió muy relativo para ella en esos momentos. No lo reconoce, pero el humo y la falta de oxígeno pudieron jugarla una mala pasada. Quizás estuvo tendida en el suelo cerca de las llamas más tiempo del que recuerda, pero lo cierto es que el anónimo vecino se convirtió en su ángel de la guarda. Aún no saben quién fue.

«No sé quién me ayudó, no lo había visto nunca», confiesa Ana María, que durante toda esta semana ha tratado de localizar a su improvisado rescatador.

Finalmente, los ocho animales domésticos de la familia fueron puestos a salvo. Ana y su hermano Carlos pudieron irse del lugar y, tras pasar por casa de sus abuelos, ella terminó siendo atendida en Urgencias. Ahora todos los días tiene que curarse el brazo. Las quemaduras van bien, pero hay riesgo de que se le infecten y le suba la fiebre.

Con todo, junto a sus queridas mascotas, con su hermano y sus padres, recuerda esos momentos en los que no pensó en ella. Demostró su coraje y, lo que es más importante, su amor por aquellos que no hubieran podido escapar.