Personajes con historia - Juan Martín Díaz ‘El Empecinado’

Gloría y tragedia del mejor guerrillero español


Antonio Pérez Henares - 15/11/2021

En mi pequeño pueblo, Bujalaro, en la Alcarria Alta de Guadalajara, existe un paraje, que he conocido desde mi niñez, llamado El Francés. Es un barranco y unas tierras de cultivo, que desde el viso del llano en alto, es el significado de la palabra árabe alcarria, descienden hasta la reguera de Fuente Rey. Nombre este a su vez de otra cárcava que hace lo propio desde el anterior monte, con la salvedad en esta ocasión de que por allí baja también el camino que viene por lo alto de la línea de todos los montes chatos que miran hacía el valle del Henares y tienen como horizonte de fondo la Sierra Negra o de Ayllón. Un camino, llamado en tiempos Camino y Cañada Real, que iba a enlazar abajo y ya en el pueblo con el que iba por el valle del río hacia Sigüenza.

 No entendí nunca ni nadie me supo decir por qué le llamaban así, El Francés. Franceses por mi pueblo no parece que hubiera asomado ninguno y menos para darle nombre a un lugar. ¿Y saben quién me lo vino a aclarar? Pues nada menos que Benito Pérez Galdós, muy buen conocedor de mi provincia como dejó demostrado en sus obras y en una de las mejores de sus monumentales Episodios Nacionales, la dedicada a Juan Martín Díaz El Empecinado.

También me lo demostró a mí y me dejó literalmente pasmado, pero descubierto al fin el porqué de aquel nombre. En su novela detalla una escena de la Guerra de la Independencia, una emboscada de las tropas del guerrillero a un destacamento de caballería francesa que en todo aquel sector, con sede en Soria, estaban al mando del general Hugo, padre del genial escritor de igual nombre. Los jinetes gabachos vinieron por el Camino Real y comenzaron a descender por el barranco de Fuente Rey. Antes de llegar a la fuente y desde las costeras de ambos lados los guerrilleros comenzaron a hacer fuego sobre ellos causándoles gran mortandad. Los supervivientes huyeron al galope buscando llegar a la pequeña llanada pero allí se toparon con otra emboscada de los españoles ocultos en la reguera. Entonces buscaron a la desesperada, picaron hacia arriba de nuevo intentando remontar de nuevo a la Alcarria por el siguiente barranco. No sé cómo les iría y si alguno llegó a salvarse, pero por lo abrupto y angosto de la subida me da que les debió ir muy mal. Y allí debió ser la carnicería, por ello se le quedó el nombre al lugar y quién iba a decirme a mí que me lo iría a contar don Benito Pérez Galdós. Después aún, y ya por alguno de los más viejos del pueblo, me llegó también que en ocasiones allí salían restos de la batalla y que a él le había contado su abuelo que una vez salió, pues eso, la coraza de un francés 

Gloría y tragedia del mejor guerrillero español Gloría y tragedia del mejor guerrillero español Juan Martín Díaz El Empecinado es un personaje en el recuerdo y la leyenda todavía hoy de toda aquella zona. Sus éxitos contra los invasores en esos escenarios le llevaron al mando de lo que ya más que una guerrilla se convirtió en un verdadero Ejército, la División Guadalajara, que llegó con sus incursiones hasta el mismo Madrid. Su querencia por Atienza hace que hasta el día de hoy algún paisano le haga natural de allí. No lo es, pues está más que demostrado su nacimiento, padres, abuelos y hasta casa familiar en el pueblo vallisoletano de Castrillo de Duero, pero sí es verdad que tuvo predilección por la Peña Fort y tras sus ataques a los franceses gustaba de refugiarse al amparo de su fortaleza y tras las poderosas murallas de la en tiempo muy poderosa villa medieval. Tanto fue así que el general Hugo, al que traía por mal traer, harto del juego hizo dinamitar no pocos lienzos de las fortificaciones para acabar con tal situación. Vamos que al apellido Hugo las gentes del común de la Tierra de Atienza le debemos algo más que la genialidad de su hijo.

Ejemplo de coraje

El gran guerrillero símbolo de aquella guerra, de la resistencia al invasor, del coraje y la valentía, en suma símbolo de todo un pueblo español rebelado contra la dominación de un país extranjero y su terrible capacidad militar, es también símbolo de la tragedia y conclusión de aquella lucha heroica cuando tras la victoria contra los franceses el rey deseado a quien habían repuesto en trono se lo iba a pagar haciéndoles ejecutar. Si hay alguien que represente todo ello es este hombre, este vallisoletano al que otras tierras hubieran querido tener como hijo en clara señal de respeto y admiración.

Juan Martín Díaz nació en Castrillo de Duero (Valladolid) un 2 de septiembre de 1775. Era hijo de un campesino de posibles y buena hacienda al que desde muy joven le tiro lo militar. El mote El Empecinado, aunque hoy tenga otro significado, entre determinación y tozudez, venía por el apodo a los nativos de aquel pueblo y el cieno (la pecina) de un arroyo que atravesaba el pueblo, el Botijas. Sin duda Juan, al mote lo ennobleció.

Gloría y tragedia del mejor guerrillero español Gloría y tragedia del mejor guerrillero español Enrolado en los Ejércitos del Rey de España ya se las vio muy joven con los franceses, pues a los 18 años participó en la campaña contra ellos en el Rosellón y durante los dos años que duró ya les cogió un manifiesto cariño.

Pero no parecía que lo suyo iba a ser la carrera de las armas. Pues retornado a su pueblo y al año siguiente se casó con una joven burgalesa, Catalina de la Fuente, de Fuentecén, lugar donde se instaló en 1796 como labrador dispuesto a vivir en paz y tranquilidad del campo y así lo hizo los siguientes 12 años. Todo lo iba a trastocar la invasión napoleónica de 1808 que acabó por levantar a la postre a toda la población española y a los de toda condición. Quizás aún más a los más humildes y sencillos. En su caso como en muchos otros por los atropellos de los invasores y su desvalimiento ante su poder y abusos que les hizo empuñar lo primero que tuvieron a mano y lanzarse contra ellos. 

El detonante para Juan Martín Díaz fue la violación por parte de un soldado francés de una de sus jóvenes vecinas. No cabía esperar justicia alguna y El Empecinado la ejerció por su pueblo y sus gentes. Lo degolló y acto seguido huyo a los montes. No se fue solo. Se le unieron familiares y amigos del pueblo y de otros de alrededor que comenzaron a hostigar, aprovechando su conocimiento del terrero a pequeños grupos, carruajes y jinetes que hacían el camino Burgos-Madrid y con sus rápidos asaltos consiguieron armar una pequeña partida. 

Gloría y tragedia del mejor guerrillero español Gloría y tragedia del mejor guerrillero español La pequeña guerrilla de El Empecinado se enroló al poco con el Ejército regular que intentaba plantar cara a la maquinaria de guerra francesa y participó en los combates de Cabezón del Pisuerga y Medina de Rioseco. Esta última batalla, un desastre, le hizo comprender que en campo abierto y ante la superioridad armamentística, táctica y profesional del Ejército napoleónico no tenían nada que hacer y que la guerrilla era la única posibilidad de resistir, causar bajas y sobrevivir. 

Su genio militar afloró con tal rapidez que en aquel mismo año ya se hizo notar e hizo sufrir lo suyo a los destacamentos franceses por la cuenca del Duero, causándoles muchas pérdidas en acciones como las de Aranda del Duero y después ya por tierra segoviana en Sepúlveda y Pedraza. Le supuso ser ascendido por la Junta Militar a capitán de caballería y su radio de acción se extendió a la Sierra de Gredos, Ávila y Salamanca, llegando en sus incursiones a las provincias de Cuenca y luego de Guadalajara, convirtiéndose en el norte de esta provincia en un verdadero azote de todo destacamento francés que se arriesgaba fuera de las ciudades. Tal fue el daño causado que el mando galo encargó entonces al general Hugo la exclusiva misión de acabar con él. Lo intentó con todas sus fuerzas y saber militar y fracasó estrepitosamente. Entonces optó por hacer apresar a su madre y algunos de sus familiares intentando doblegarle. Solo consiguió aumentar su furia. E hizo llegar al general Hugo la amenaza de que si no liberaba a su madre fusilaría de inmediato a 100 soldados y también oficiales franceses, que tenía en su poder. Su madre y su familia fueron puestas en libertad.

Los años 1811 y 1812 los pasó, tras haber conseguido escapar de Ciudad Rodrigo donde lo tuvieron cercado los franceses, casi por entero en tierras alcarreñas, al mando del regimiento húsares de Guadalajara, o División Guadalajara, que llego a contar con 6.000 hombres y que se convirtió en el terror de los franceses llegando a asomarse al mismo Madrid. Instaló su base de operaciones primero en Brihuega y después en Torija, en el viejo castillo de origen templario, pero al abandonarlo lo hizo volar para que no pudiera ser utilizado como refugio por los franceses. O sea, lo mismo pero al contrario que el general Hugo había hecho con él en Atienza. 

Los contraataques franceses consiguieron poner cerco a Alcalá de Henares donde se encontraba parte de sus tropas y algunas unidades más. La defensa de la ciudad fue un éxito y su participación en ella decisiva, sobre todo en el combate del puente sobre el Henares, donde con muy pocos efectivos derrotó a un muy superior número de enemigos a los que hizo retroceder y huir. La ciudad le levantó por ello un monumento, una pirámide, que luego el rey Felón, Fernando VII, hizo destruir. Sin embargo en 1879 los alcalaínos y en especial los universitarios levantaron otro monumento en su honor que se conserva hasta hoy .

Expulsión de los franceses

Ya en 1814, vencidos los franceses, fue nombrado Mariscal de Campo y, como anécdota significativa de su impronta y prestigio tuvo derecho a firmar como El Empecinado.

El retorno del Rey Fernando VII y la Restauración Absolutista supuso la peor amargura para él, al que el monarca consideraba un liberal. Le quitó todo mando y lo desterró a Valladolid.

La traición y venganza del Rey contra quienes tanto habían contribuido a restaurarlo en el trono, tras haber estado él sumiso y entregado a Napoleón, terminó por hacer estallar la sublevación. Fue el Pronunciamiento de Riego. El Empecinado volvió a las armas y los partidarios de Fernando VII se vieron superados. El Rey entonces se plegó, o aparentó hacerlo, y juró solemnemente la Constitución de Cádiz.

El Empecinado fue nombrado por el Gobierno liberal primero gobernador de Zamora y luego capitán general. Pero el aparente acatamiento al nuevo régimen del monarca solo fue una añagaza y lo que hizo fue ganar tiempo y preparar una alianza con el ahora también restaurado rey francés y la llegada de un enorme ejercito desde aquel país, los 100.000 hijos de San Luis, que aplastó el Trienio Liberal y volvió a instaurar el absolutismo 

Y aquí comenzó la parte más oscura y vil de esta historia. Fernando VII ofreció a El Empecinado que se uniera a él y a las tropas francesas que lo sostenían, concederle un título nobiliario y darle una enorme suma de dinero entonces, un millón de reales. La respuesta de Juan Martín Díaz al emisario del rey Felón ha pasado a los anales del honor por ser tan llana y de hombre tan cabal: «Diga usted al Rey que si no quería la Constitución, que no la hubiera jurado; que El Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar a sus juramentos» 

Hubo que marchar al exilio y se refugió en Portugal en 1823. Y fue cuando la infamia real alcanzó su cenit. El monarca decretó una amnistía general el 1 de mayo de 1824. El Empecinado pidió permiso para regresar. Le fue concedido y asegurado que podía hacerlo sin peligro. Pero era una trampa. Fernando VII ya había ordenado su ejecución. El 23 de mayo había ordenado. «Es tiempo de despachar al otro mundo a Chaleco (otro guerrillero), Francisco Abad, de Valdepeñas, al que también hizo ajusticiar y a El Empecinado».

un terrible final. Juan Martín Díaz volvió confiado hacia su tierra natal. Al llegar a Olmos de Peñafiel fue detenido por los Voluntario Realistas y entregado al alcalde de Roa, Gregorio González, un fanático absolutista, que lo llevo hasta su localidad «a pie, delante de mi corcel y llevando yo el cabo de la cuerda con que tenía amarrados los brazos» . El alcalde había ordenado levantar en su pueblo un tablado para subirlo a él y que, alentado por sus instrucciones, fuera escarnecido, insultado y apedreado por la chusma.

El juicio, de haberlo habido según la ley, debía de haber tenido lugar en la Cancillería Real Valladolid, pero Fernando VII no estaba dispuesto a correr riesgo alguno y se lo encomendó a un corregidor, enemigo acérrimo de El Empecinado, que instruyó y concluyó la causa con rapidez y a gusto del Rey que ratificó su condena a muerte, por ahorcamiento y no por fusilamiento como se debía al menos por su condición militar. La ejecución tuvo lugar el 19 de agosto de 1825 en la Plaza Mayor de Roa.

Pero Juan Martín Díaz no se iba a entregar al verdugo sin resistencia. Cuando ya lo iban a colgar «dio tan fuerte golpe con las manos que rompió las esposas». Se lanzó sobre los soldados intentando arrebatarle a uno su espada, lo que no pudo conseguir, e intentando huir. Hubo un gran tumulto y costó reducirle pero al final entre todo el batallón se le volvió a llevar al patíbulo y allí se le ató con una gruesa maroma por medio del cuerpo y se le izó. Así pudo al fin el verdugo ejecutarlo y según relata el vesánico alcalde : «quedó colgado con tanta violencia que una de las alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, por encima de las gentes. Y se quedó al momento tan negro como un carbón».

Ese fue el triste y terrible final del hombre que había combatido como nadie contra los invasores franceses, ordenado por el Rey, que se había arrastrado ante ellos, y al que él había restituido en el trono. Sus restos reposan en el mausoleo que se erigió posteriormente por suscripción popular en Burgos.