Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


La corona de Schrödinger

15/07/2020

El físico Erwin Schrödinger es famoso por su gato (bueno, más bien por la paradoja a la que el gato da nombre). Sin embargo, y según pude comprobar corrigiendo exámenes de la EvAU, fue también candidato a la Corona de España tras el destronamiento de Isabel II. Obviamente, al autor de dicho descubrimiento histórico debieron traicionarle los nervios y no le resultó extraño sustituir un apellido alemán, Hohenzollern, por otro. Pero más allá de la anécdota, que me sirvió para reír un rato, se encuentra una realidad que en otros exámenes me hizo menos gracia, la terrible ignorancia que de la Historia tiene gran parte del alumnado. Ignorancia que, como lamentan docentes de todos los niveles educativos, se extiende a otros ámbitos del conocimiento, especialmente de las Humanidades, como deploraba la semana pasada.
Frecuentemente nuestros políticos alardean de que tenemos la generación mejor preparada de la Historia. Más allá de la arrogancia y profundo desconocimiento que supone dicha afirmación, la realidad es que no. Lo que tenemos es la generación más titulada, que no es lo mismo. Y como suele suceder, cantidad no equivale a calidad.
Llevo mucho tiempo en educación, desde que comencé hace veinticinco años en el Instituto de Sonseca hasta la actualidad en la Universidad Complutense, pasando por centros diversos, públicos, privados y concertados; he sufrido, como tantos docentes, las continuas y contrapuestas reformas y contrarreformas educativas, que sólo han generado frustración entre el profesorado y fracaso en el alumnado. Hemos estado sometidos a la dictadura de unas teorías pedagógicas que nos obligaban a implementar experiencias irrealizables con  la cantidad de alumnos que debíamos acoger en las aulas. Todo ello para descender a niveles cada vez más bajos desde el punto de vista de los conocimientos. Me duele profundamente.
No podemos seguir con falsas autocomplacencias. España necesita un pacto educativo que cuente, por encima de partidismos cortoplacistas, con los verdaderos protagonistas de la educación y que asegure una continuidad, más allá de los vaivenes de los cambios de Gobierno. La educación es uno de los pilares básicos para construir una sociedad madura, próspera, libre y  democrática. Es urgente que nuestros políticos, lejos de rimbombantes y vacuas declaraciones, se comprometan de verdad con una educación de calidad, que recupere el esfuerzo y el mérito, sin dejarse a nadie por el camino porque atiende de verdad a la diversidad; que no imponga ataduras ideológicas de ningún tipo, sino que apueste por la madurez de pensamiento del alumnado; que valore la labor del profesorado y evite modas pedagógicas deslumbrantes, pero vacías cuando no absurdas. Que establezca la igualdad entre todos los territorios, con contenidos comunes, lo que no impide que existan peculiaridades propias de cada autonomía, superando la aberración de diecisiete modelos educativos distintos. Necesitamos una Formación Profesional de calidad, que sea valorada por la sociedad, como se hace otros países europeos. Suprimir burocracia y aumentar eficacia.
Nos estamos jugando demasiado.