Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Desde Macondo

22/01/2020

Hace cosa de un mes estuve por última vez con M. Ángeles Santos. Fue un encuentro casual, en la Plaza Juan de Mariana, muy de mañana, al lado de la estatua, enseñaba Talavera a unos profesores de Colombia y apareció de camino al trabajo.
- ¡Ya estás con el tabacaaaazo!
Era mi saludo habitual cuando la veía fumar. Se echó a reír con un "ya ves" también habitual. ¿Qué tal? Bien. Dos besos y le presenté a mis amigos: Gonzalo Tamayo y Miguel Alberto González.
-Miguel Alberto es un enamorado como tú de "Cien años de soledad" y un reconocido especialista que viene a soltar un coñazo en un congreso en la Universidad Rovira i Virgili sobre las migraciones según san García Márquez, amén -bromee con retintín.
De inmediato empezaron a conversar. Dos almas gemelas en Márquez. Y entre Macondos, Buendías, Úrsulas y Arcadios para arriba y para abajo nos invitó a pasar, nos acompañó en una visita a las instalaciones del ayuntamiento, buscó un hueco para presentarles a la alcaldesa, les regaló unos detalles en cerámica e hizo todas esas cosas protocolarias que M. Ángeles hacía con tanta destreza y naturalidad. Pasamos un rato muy agradable, la verdad.
Me entero de su muerte repentina, y lo que son las cosas del realismo mágico, aún con la conmoción abro el correo y tengo una carta que me escribe Miguel Ángel González, incluye una foto suya en la que detrás de él se ve el mar en un atardecer incandescente y eterno, me explica que es Riohacha, capital de la Guajira colombiana, justo el lugar donde García Márquez sitúa a la familia Buendía cuando emigra y funda el pueblo de Macondo.
En la carta, desde Macondo, recuerda su visita a Talavera y a la gente que conoció, por supuesto, hay un rinconcito de cariño para M. Ángeles y dice, para despedirse, en ese exquisito castellano en que se expresan los de aquellas hermosas tierras, que "en sociedades enojadas, cansadas y sitiadas por el fastidio, por el tedio, por el exceso de velocidad, la amistad ya no es un don sino un milagro, es por así decirlo, un regalo que nos donamos para desacelerar el tiempo, la amistad es un milagrar la vida, las relaciones, las voces, los rostros, los rastros y las memorias".  Lo ha escrito Miguel, pero bien lo podría haber escrito M. Ángeles en su columna "Desde Macondo" que tanto echaremos de menos.