Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Meditaciones granadinas…y toledanas

08/01/2020

Estas Navidades he regresado a Granada. Son pocas las ciudades que la pueden igualar o superar en belleza. La exuberancia barroca de la Cartuja, las florituras del último gótico en la Capilla Real, el severo y original clasicismo de la Catedral, el entramado urbano musulmán, y, sobre todo, los esplendores nazaríes de la Alhambra, hacen de ella un lugar único. Pocas experiencias son tan extraordinarias como contemplar el atardecer desde el mirador de San Nicolás o desde lo alto de la torre de la Vela. El sol parecer envolver en llamas los viejos muros bermejos mientras que las nevadas cumbres se recubren de un anaranjado metamorfoseándose en violeta.
Después de contemplar este maravilloso espectáculo, el callejeo por el Albaicín nos conduce de nuevo a la Gran Vía de Colón. Y aquí, ¡oh milagro! de repente, en la vieja calle Calderería, donde los gitanos elaboraban y  vendían antaño sus calderos, nos encontramos en el zoco de Marrakech o en el Gran Bazar de Estambul. Tiendas y más tiendas de artesanía árabe, teterías sin cuento nos ofrecen la posibilidad de trasladarnos a la Granada de Boabdil, para delicia de turistas nacionales y extranjeros.
Todo muy bonito si no fuera porque desde hace quinientos años, esa realidad no existe. Y en su momento tampoco debió ser muy parecido a lo que hoy se nos ofrece. Cerámica que se puede comprar en Turquía como de Iznik, lámparas similares a las que se encuentran en cualquier tienda ‘árabe’ de Toledo, cueros semejantes a los que se venden por todo Marruecos. Dudo mucho que el plato típico de los Abencerrajes fuera el kebab o los nazaríes bebieran un té como el que se sirve en los establecimientos cubiertos de falsas yeserías.
Nos encontramos ante uno de los grandes problemas de nuestras ciudades históricas. Con frecuencia, en lugar de dar a conocer el en sí valioso patrimonio monumental, artístico, las tradiciones locales o las antiguas leyendas, se ‘inventa’ una tradición inexistente o se reelabora el pasado a gusto de lo que el turista espera encontrar. Este es un mal generalizado, y que debería preocuparnos. No es sólo Granada la que ‘reconstruye’ un pasado árabe que poco tiene que ver con el original. Basta visitar cualquier ciudad monumental de España. O, más sencillo, pasear por Toledo con el oído atento a las barbaridades, estupideces o incluso mentiras flagrantes con las que se intenta vender la ciudad a masas presurosas. Instrumentos ‘inquisitoriales’ que en realidad son alemanes, templarios –porque si hay que darle misterio a la cosa, ‘ponga un templario en su vida’- donde jamás los hubo; fenómenos paranormales que sólo son fruto de una imaginación desbordada; espadas del Señor de los Anillos o de Juego de Tronos…y podríamos seguir...
Nuestro patrimonio toledano (y español), material e inmaterial, es lo suficientemente rico y atrayente como para no necesitar de adulteraciones ni falsificaciones. Claro que quizá eso no venda. Pecunia non olet.