Miguel Ángel Dionisio

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Miguel Ángel Dionisio


La corbata

22/04/2020

Hay prendas que son imprescindibles en la vida cotidiana. Y otras que, sin serlo, han venido a convertirse en un complemento necesario para el trabajo, la actividad política o académica, las reuniones sociales más solemnes. Es el caso de la corbata. Una prenda que, como tantas cosas relacionadas con la moda, nos vino de Francia, donde durante la Revolución se convirtió en símbolo de adscripción política. Más allá de su uso en el trabajo, ceremonias o incluso en la diversión, es un elemento que denota mucho de quién la lleva. La forma del nudo, la combinación con la ropa, la formalidad o informalidad del estilo, la gama de colores,  nos hablan de cómo es la persona. Los colores sobre todo. Son un código a veces subjetivo, pero en ocasiones sirven para expresar, de modo convencional, un estado de ánimo o una situación.
Es el caso del color negro. Es signo de duelo, de luto, de muerte. Expresa el drama por la pérdida de un ser querido, o la solidaridad y cercanía con quien está experimentando ese dolor. Por eso, estos días, estamos muy pendientes de algunas corbatas. Porque el evitar el negro se ha convertido en la negación expresa de lo que ese color significa. De este modo se construye el relato de que esa muerte no existe, o que se puede minimizar, o que, sí, es duro, pero es mejor enviar mensajes positivos. El problema llega cuando la cantidad de muertes es dolorosamente insoportable, si es que acaso hay una cantidad tolerable. Entonces ningún relato puede cubrir la tragedia que como sociedad estamos viviendo, el paso devorador de las parcas que cortan el hilo vital de tanta gente que, después de una vida de esfuerzos, sacrificios, entrega, no merecía un final en soledad. El grito silencioso de nuestros ancianos, la muerte heroica de las personas que se contagiaron por ayudar a los demás, la ida prematura de jóvenes que aún tenían mucho camino por delante, no se merece la tergiversación de expertos en marketing, escritores de historias paralelas que buscan alienarnos como ciudadanos maduros y libres, mercenarios de la pluma que fingen hermosas arquitecturas que buscan ocultar el horror de una realidad que no nos esperábamos instalados en las seguridades de nuestras certezas bien pergeñadas.
Son días de dolor, de ruptura interior para muchas personas que no han podido tener el consuelo de acariciar por última vez la mano o besar la frente de sus seres queridos. Como sociedad tenemos derecho a animarnos para afrontar el amenazador futuro, pero eso no puede significar la ocultación, el olvido de tantas personas, historias concretas truncadas, de las que ni siquiera podemos saber hoy el número exacto. Merecen, al menos, un signo visible, una expresión de nuestro recuerdo y cariño.
Por cierto, Napoleón siempre usó corbata negra con borde blanco. El día que la cambió, sufrió la derrota de Waterloo. Quizá el gurú lo sepa.