Ana Nodal de Arce

Me la juego

Ana Nodal de Arce


Te querré toda la vida

26/11/2020

Perdóname, me pones nervioso, me provocas, no volverá a pasar, ya sabes que te quiero y te querré toda la vida, no se te ocurra marcharte que te vas a arrepentir, lejos de mí no vales nada… Y así. Tras cada episodio de violencia, verbal o física, el maltratador repite el mismo mantra. Es ese al que los vecinos consideran muy simpático porque saluda siempre con su mejor sonrisa, mientras ella casi no habla, «es muy estúpida», y esconde una mirada huidiza. De puertas para adentro se desarrolla una tragedia íntima y social, susceptible de ocurrir a todas las edades, en clases altas y humildes y que sufren mujeres de cualquier ideología. Aquí no valen fascistas y comunistas.  Después de una labor intensa, machacona contra el terrorismo machista, tras décadas de intentar concienciar de que este problema nos atañe a todos, es indecente que sectores radicales nieguen esta realidad o se apropien en exclusiva de su defensa.
Este año han sido asesinadas más de 40 mujeres a manos de sus parejas o exparejas. Que sepamos. Sin embargo, son miles las que viven su particular infierno cotidiano, atenazadas por un miedo que las paraliza, intentando proteger a sus hijos víctimas y testigos de ese continuo desasosiego. Los estudios indican que este 2020 también ha sido especialmente duro para ellas: la pandemia, con el confinamiento, las restricciones de movilidad y, en consecuencia, la dificultad de acceso a recursos de ayuda, han supuesto un mazazo añadido, al obligarles a estar encerradas, incluso 24 horas con sus verdugos. Su casa, su cárcel.
Ayer, 25 de noviembre y durante los días previos, se han sucedido los actos para condenar y visibilizar las violencias machistas. Creo que ahora ya no se habla de género, no sé. Yo hace tiempo que huyo de términos ininteligibles y teñidos de ideología, tal vez porque soy periodista y persigo la sencillez en el mensaje por encima de todo. O quizá porque cuando he conocido a alguna víctima, cuando me he acercado a ella, he intentado sobre todo empatizar, comprender por qué se puede mantener la esperanza de que todo va a cambiar, incluso en las peores circunstancias. Y ahí se esconde una tremenda falta de autoestima, una educación que ha echado raíces entre nosotras, que ha calado hondo entre varias generaciones, muy ligada a la idea del amor romántico, de la familia ideal, de ese hombre protector, a quien pensamos que también estamos obligadas a querer para siempre. Que conste que todas somos susceptibles de caer en las redes de esa espiral de maltrato. No juzguemos un camino si no llevamos puestos los mismos zapatos.
Poco ha cambiado la situación con un ministerio de Igualdad ocupado en nimiedades. Se necesitan recursos, más juzgados de violencia de género, que las mujeres se sientan arropadas, que no vuelvan a ser víctimas, una vez deciden denunciar, porque no encuentren una salida digna a su tragedia, que no sean ellas las que tengan que abandonar su hogar, que tengan la certeza de que ese hombre que les destrozó el alma, no hará lo mismo con el futuro de sus hijos. Como sociedad tenemos la obligación de transmitir a las víctimas que, más allá de lazos morados y pancartas en los ayuntamientos, ellas pueden salir adelante. Y convertirse en protagonistas y heroínas de su propia historia.