Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


Sol

01/12/2020

El País Vasco, con tres máquinas y varios deportistas, se encargó de fabricar una buena parte del decorado de aquellos tiempos: las bicicletas Orbea, con las que nosotros le abríamos las costuras al traje estrecho del pueblo; las escopetas Garbi, con las que ellos se liberaban de la civilización del trabajo para regresar al festín salvaje del coto; las máquinas de coser Singer, con las que ellas añadían horas de ataduras al hogar a base de pespuntes. En cuanto a los deportistas, uno era Juan Cruz Sol, defensa melenudo del Valencia y del Real Madrid nacido en Elgóibar, uno de los fijos en los fajos de cromos. Hubo más: Iribar, Rojo, Manu Sarabia, pero siguen vivos.

Sol no era un tipo chaparrito, ni tenía el pelo rizado, ni fue guapo sino más bien vasco. Podría haber sido pelotari o boxeador de nariz partida o aizkolari espigado o remero de trainera. No marcaba muchos goles, lo suyo era evitar que otros los marcaran. Nunca metió un gol con la mano, ni mucho menos regateando a un ejército de ingleses en un mundial, aunque sí estuvo en la selección nacional española a las órdenes de Ladislao Kubala. No fichó por equipos extranjeros. Las masas enloquecidas nunca lo persiguieron. Tuvo un apodo (Loqui) porque casi no hay futbolista a quien no le hayan bautizado por segunda vez. Nadie lo consideró un dios en vida y mucho menos en muerte, ni le consagró una iglesia italiana o un culto argentino. Dudo que fuera capaz de aguantar la pelota en el aire dando toques hasta que la cuerda del cronómetro se acabase. No fue el instrumento solista, él era parte de esa orquesta de graves que hace que un equipo suene redondo, profundo, conjuntado.
No tuvo muchos hijos, ni se casó muchas veces, ni condujo un Ferrari hortera, ni disparó contra los periodistas a la puerta de su casa, a pesar de que, sin duda, tendría una Garbi bien engrasada en el armero. No se drogó hasta la adicción, ni bebió hasta la adicción, ni maltrató a las mujeres por adicción, ni se paseó del brazo de dictadores, ni comió hasta la obesidad. No se le conocen malos modos en público. Hasta su nombre tenía la elegancia de las sílabas contadas. Se quedó cojo demasiado pronto en un lance de partido y se puso a vender relojes. Embajador del Valencia CF, los que lo conocieron dicen que era pura educación y afecto, que su apellido definía su carácter.
Me cuentan que el otro día murió un astro del fútbol, una leyenda, un dios. Puede ser. Lo que yo sé es que hace un par de semanas nos dejó un obrero de la pelota, un ser de carne y hueso y estilo. El tipo de hombre normal que merece mis respetos.