Bienvenido Maquedano

La espada de madera

Bienvenido Maquedano


La Españita

24/12/2019

Hay que dar unos golpes en la puerta. Abre un muchacho espigado, con tupé rubio y sonrisa blanca. El conductor que nos ha llevado allí a regañadientes dice en voz baja: «Apenas tiene producción», que es como decir luego no se me quejen. Venimos a buscar a Jacqueline, una joven que hace cerámica tipo talavera en San Pablo del Monte, en el estado mexicano de Tlaxcala. La hemos conocido dos días antes, con su padre al lado y un chamaquito de un año que corre como una liebre y come bananas. Ella es pequeña, muy delgada, el rostro afilado, braquets de acero, la voz inaudible y el mirar desviado por la timidez. También es ingeniero químico. Mientras aparece, nos asomamos a una habitación penumbrosa que hace de pintador: botes con colores y pinceles, una silla, y unas tablas donde reposan las bandejas de un encargo para celebrar los quince años de una niña que deja de serlo. Salimos al corral y emerge la familia. El padre, la madre, la hija pequeña y Jacqueline. El chico que nos ha abierto es un puro talento que nos expresa sus dudas a la hora de plasmar todo lo que tiene en la cabeza sobre la piel de una esfera. Su esposa mece un chinchorro suspendido en el aire con un bebé dentro. Un perrete de lanas con un ojo enfermo brinca al lado. Nos enseñan el horno de gas que han diseñado y construido con sus manos, y un balde de plástico donde reposa el baño lechoso para las piezas cocidas. Se paladea una mezcla de desconcierto, humildad, orgullo y alegría en el ambiente por esta visita inesperada de los ‘expertos’ españoles. La madre nos ofrece un fruto que se llama espinoso y que tiene un sabor fresco y salado.
La tienda es un espacio vacío con una mesa en una esquina y resmas de papel de envolver. Es que vendemos todo lo que producimos, se excusan. Yo me llevo una mancerina para el chocolate con churros. Permita que se la ofrezca como regalo -me dice Jacqueline-, así me recordará. De ningún modo, contesto yo. Ella pone un precio que me parece bajo. Yo le ofrezco más, porque de vez en cuando soy un imbécil. Me doy cuenta de mi error al momento. Hay que ser justos, dice ella. Salimos de La Españita con muchas lecciones aprendidas; algunas tienen que ver con la materialidad del mundo que nos ha tocado vivir; otras con cosas inmateriales, con la determinación, la creatividad, la sencillez, el gusto por el oficio. Salimos, especialmente, con la sensación de que es para este tipo artesanos invisibles para quien hemos estado trabajando en la inscripción las talaveras mexicanas y españolas en la lista Unesco. Y no se puede imaginar lo que reconforta.