Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


Todos somos La Palma

27/09/2021

Desde el pasado domingo por la tarde, hemos vivido en directo el terrible drama de cuatro pueblitos idílicos de la isla canaria de La Palma: El Paso, Los Llanos de Aridane, Tazacorte y Todoque, enclavados en un valle feraz a la sombra del Parque Natural de Cumbre Vieja. Dedicados al cultivo del plátano canario casi en exclusiva, sus seis mil habitantes se habían labrado un nivel de vida notable a base de trabajo y sacrificio, pero ignoraban que vivían ‘bajo el volcán’.
Por fortuna el despertar del dragón oculto en Cumbre Vieja fue lento; cuatro años llevaba mandando avisos, que durante el último mes se tornaron insistentes, apremiantes e inquietantes, hasta que, como decía, en la tarde del pasado día 19 se produjo el estallido, obligando a la guardia civil a despejar la zona, de tal modo que los moradores de estos pueblos tuvieron que salir con lo puesto, algo aterrador.
Se inició así la pesadilla para estas buenas gentes. No sé si habrán visto el film de Lewis Milestone, Sin novedad en el frente, basada en la impresionante novela del mismo título de Erich Maria Remarque. La película empieza en un aula de un liceo alemán, donde un profesor germano nacionalista y fanático persuade a la práctica totalidad de sus alumnos adolescentes para que, luego de despertar su ardor patriótico, se alisten voluntarios. Todos sin excepción dejan los libros, y tras un par de meses de instrucción y adiestramiento en el manejo de las armas, parten hacia el frente. Nada más llegar, su exaltación guerrera chocará con el zumbido del incesante cañoneo que noche y día los torturará durante años y hasta su  muerte (pues ninguno sobrevivirá).
Esta misma tortura es la que desde la entrada en erupción del volcán, con siete u ocho aberturas por las que el magma trataba de abrirse paso, están sufriendo los aterrorizados habitantes de La Palma (en especial los de los pueblos citados), primero viendo el discurrir de la lava cerro abajo sepultando cuanto le salía al paso; luego, dos días después, con el incesante bombardeo, que saben que va para largo, y después con las cenizas, los gases y el terror añadido de que los ríos de lava alcancen el mar y produzcan daños mayores.
Gracias a intrépidos reporteros, como Pedro Piqueras, hemos visto, como si estuviéramos en las calles de El Paso, Los Llanos de Aridane y Tazacorte, cómo una terrible lengua de lava de ocho o diez metros de alto por cien de ancho se llevaba por delante decenas de hermosas casas, jardines, plantaciones, piscinas, todo absolutamente. Desde los sucesos de las Torres Gemelas no habíamos visto nada tan impactante, con la salvedad, a Dios gracias, que no ha habido ninguna desgracia personal. Sin embargo, bastaba ver el rostro de los afectados para entender el alcance del horror, la pesadilla de ver desaparecer en cuestión de minutos todas sus posesiones, recuerdos, objetos, en resumidas cuentas, sus vidas, sus memorias. Y los veíamos, concentrados y fuera de sí, esperando que los guardias les permitieran, llegado su turno, entrar en sus casas, a punto de venirse abajo, por el breve margen de un cuarto de hora para coger lo que pudieran. Vivir una experiencia tan brutal no tiene parangón. Cuenta Stendhal en sus memorias que cuando salió de Moscú en llamas, lo único que cogió fue un libro de Voltaire. Imaginemos la odisea de estas pobres gentes, en especial la de quienes no tenían claro lo que llevar consigo.
Hablan de entre trescientas y cuatrocientas viviendas enterradas para siempre (de momento) en las vísceras de esa boa gigantesca deglutiendo todo con singular voracidad Son los riesgos de asentar sus reales en una rambla, junto a un torrente o bajo un volcán. Y pensar que salimos del fuego como las salamandras: tal es el milagro de la vida. Pero eso, qué duda cabe, poco consuelo les va a aportar a esos damnificados que se han quedado prácticamente con lo puesto. Demasiadas tragedias últimamente, que, unidas a las guerras, siembran la infelicidad por doquier. Convendría reflexionar.