Personajes con historia - Álvaro de Bazán

El más grande, victorioso y olvidado de los marinos españoles


Antonio Pérez Henares - 04/04/2022

Cuando murió en Lisboa Don Álvaro de Bazán, lo lloró la Armada y el pueblo español. Los más grandes poetas de aquel Siglo de Oro de nuestra letras lo cantaron, lo hizo Lope de Vega y aquella vez coincidió en la alabanza la de su enconado enemigo Luis de Góngora que también escribió su loa al gran marino que moría sin haber conocido la derrota y cuando, desgraciadamente, más falta hacía, pues hubiera debido ser él quien condujera la gran Armada contra Inglaterra. Miguel de Cervantes, que había combatido bajo su mando en la crucial victoria de Lepanto contra el Imperio Otomano le quiso rendir homenaje en El Quijote, al glosar la captura de una galera enemiga: tomó la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán Don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz.

No era para menos si tenemos en cuenta la que había sido su peripecia de soldado y sus impresionantes éxitos y su desempeño como general al mando de las sucesivas flotas hasta serlo de todas ellas. Nunca fue derrotado en combate y sus triunfos quedan perfectamente reflejados en las muy precisas cifras de sus logros y conquistas.

Victorias: islas rendidas, ocho; Ciudades y villas tomadas: 27; Castillos y fuertes asaltados: 36; Soldados y marinos (franceses, portugueses e ingleses) rendidos: 11.782; Prisioneros cristianos liberados: 1.564; Naves enemigas apresadas (galeras, goletas, galeones, bergantines, galeazas y barcos turcos y berberiscos) 282; Piezas de artillería capturadas: 1.814. Derrotas: cero.

El más grande, victorioso y olvidado de los marinos españolesEl más grande, victorioso y olvidado de los marinos españolesHoy su nombre sí es conocido y mentado por los marinos. No falta nunca en la Armada un barco que lleve su nombre, también se le reconoce en estatuas y plazas y sigue en pie y uso, como Archivo de la Marina, el palacio que hizo levantar, el de los Marqueses de Santa Cruz en la localidad castellanomanchega de Viso del Marqués. Pero a nivel popular, ya no digamos entre el alumnado al que se le tiene prohibida la Historia, ha caído en el olvido, si se quiere aún mayor por su relevancia y grandeza. O quizás porque no fue un pirata asesino, ni un conspirador, ni tuvo otra ambición en vida que servir a su patria y a su rey, («Rey servido, Patria honrada») que ahora se juzga como una tacha y algo que merece la peor reprobación como toda obra del pasado, todas en realidad, que no cuente con la bendición de los sacerdotes de la neoinquisición progrecatrica.

Así que bueno será, como está siendo y cada vez más, por fortuna, y encontrando la mejor de las respuestas entre la gente, el recordar su figura y alentar a su conocimiento como al de tantos personajes de nuestra Historia que merece tanto la pena rescatar. 

Don Álvaro de Bazán nació en Granada en diciembre del año 1526. Su familia provenía del valle navarro del Baztán que ya en el siglo XIV había entrado al servicio de la Corona de Castilla. Su abuelo y su padre, con su mismo nombre, habían, el uno, tenido cargo de gran relevancia en la Guerra de Granada y el otro levantado una hueste a su costa para luchar a favor de Carlos V, a quien también acompañó en la toma de Túnez y después ya como capital general de la Armada vencido a los franceses en la batalla naval de Muros. Desde niño estuvo inmerso en ese ambiente y hasta, como deferencia a su padre y para alentarlo a seguir sus pasos, el emperador lo nombró, a los ocho años, alcaide del Castillo de Gibraltar. No parecía, pues, haber duda de la carrera, ni él la tuvo tampoco, que iba a seguir.

A los nueve ya andaba por la cubierta, cuando estaba en puerto, de la capitana de su padre, conocido, para distinguirlo de él, como El viejo, y a los 12 lo acompañó en una expedición. A los 17 años fue con él hacia aguas cantábricas y antes de cumplir los 18 combatió a su lado en la citada batalla de Muros, en la costa gallega, que se saldó con más de 3.000 bajas francesas. 

Primeras victorias

Entre sus primeras misiones estuvo la de proteger contra los corsarios franceses e ingleses a la flota de Indias al aproximarse a su vuelta a aguas españolas. Su ascenso, tanto por trayectoria familiar como por méritos propios, fue tras ello espectacular, siendo el apresamiento de los barcos ingleses que llevaban munición a Fez frente al cabo de Aguer la más renombrada. A los 24 años se casó por primera vez Juana de Zúñiga, hija de los condes de Miranda, que le dio cuatro hijas, y a los 28 fue nombrado capitán general de la Armada. A la muerte de su esposa contraería de nuevo matrimonio, con Manuel Benavides, hija del conde de Santiesteban del Puerto, que le dio otras tres y un varón, al que puso su nombre y a quien dio su título, Marqués de la Santa Cruz que le sería otorgado por Felipe II.

La primera parte de su vida al mando de las armadas se desarrolló en el Mediterráneo, donde se las tuvo tiesas con turcos y berberiscos a los que se unían en trapacera alianza los franceses. Tras el desastre español en los Gelves, acudió en socorro y logró con sus galeras salvar las plazas de Orán y Mazalquivir del asedio otomano (1563). Al año siguiente, y como lugarteniente de García Álvarez de una flota de 100 navíos, lograron tomar el Peñón de la Gomera, que se había convertido en un impresionante nido de piratas.

Pero lo que le consagró definitivamente fue el socorro a la cercada Malta, sobre la que los turcos se lanzaron en masa en un formidable ataque de toda su flota al mando de Piali Pacha y de su terrible infantería, los jenízaros, que había conseguido desembarcar. La resistencia heroica de la guarnición permitió que Álvaro de Bazán, a pesar de muchas reticencias en la Corte, se embarcara con sus galeras y tropas de infantes españoles y alcanzara a socorrerles. Cuando ya creían la plaza y la isla en sus manos, se produjo su llegada y desembarco, y amén de salvar la isla y con ello a Sicilia, que tenían previsto atacar después, la derrota y gran mortandad turca fue total. Por ello, y en 1566, fue nombrado Capitán General de las Galeras de Nápoles y algo después, un año antes de Lepanto, le fue concedido el título nobiliario de marqués de Santa Cruz. 

No podía faltar, y no faltó, Don Álvaro a la «más grande ocasión que vieron los siglos», en palabras de Cervantes, que también estuvo allí. Al mando de sus 30 galeras de la escuadra de Nápoles se unió (en septiembre de 1571) a Juan de Austria, que ostentaba el mando de la coalición, a quien apoyó y alentó contra otros almirantes a que buscase el enfrentamiento de inmediato con la flota enemiga y atacase en cuanto tuviera ocasión. Se le asignó la misión de mandar la retaguardia y acudir en socorro de las zonas y naves cristianas que se vieran en mayor peligro. Cosa que hizo desde el primer momento de la acción, casi al amanecer del 7 de octubre, a taponar el canal que el almirante veneciano Barbarigo había dejado abierto y por el que la flota otomana intentó envolverlo y amenazar el flanco cristiano. 

Al llegar las galeras enviadas por Bazán cambiaron las tornas y fueron los turcos quienes, pillados en pinza, quedaron encerrados y acabaron derrotados y empujados contra la costa. Luego, otras de sus fragatas y bergantines apoyaron al centro y vanguardia del propio Don Juan de Austria en su intento de asaltar a la capitana de los turcos, La Sultana, y tras lograrlo deshacer el centro otomano. Por último y con las 10 galeras que le quedaron en retaguardia y con el propio Bazán en persona, consiguió poner en fuga al almirante Uluch Ali, que había sobrepasado las líneas del genovés Andrea Doria, y estaba causando un destrozo a las galeras maltesas e intentaba cambiar el rumbo del combate. Fueron tres momentos claves de combate y la pericia estratégica de Don Álvaro lo resolvió en favor de los cristianos. Nada extraño, pues, que unos años después (1576), el Rey Felipe le otorgara ya el cargo de Capitán General de las Galeras de España.

Hegemonía española

En 1580 se produjo un acontecimiento que iba a convertir al Imperio Español, y a Felipe II, en el poder territorial más extenso del mundo, al morir sin descendencia el rey de Portugal y ser el español el heredero natural, pues era hijo de la emperatriz Isabel de Portugal y nieto de Manuel II. Aunque hubo un intento de resistencia por parte de algunos nobles portugueses encabezados por el prior Crato, las tropas españolas, el duque de Alba por tierra y Bazán por Lisboa y por mar, no tuvieron apenas oposición en que Felipe Il fuera aclamado rey en la capital portuguesa y con ello soberano de todos sus territorios de ultramar, desde Brasil a las posesiones de África y del Índico.

Pero una isla de las Azores, la Tercera de nombre, se convirtió en un quebradero de cabeza, pues su gobernador, apoyado por grandes sumas de dinero, ingleses y soldados y armamento francés, prometiéndole la llegada una poderosa escuadra, se negó a aceptar su soberanía. Su posición estratégica podía convertirla en la peor amenaza, si caía en manos anglo-francesas para los barcos españoles y portugueses de vuelta de las Indias, tanto las Occidentales, América, como las Orientales, la especiería.

Tras una primera derrota de Pedro Valdés en su intento de tomarla, hubo de ser Álvaro de Bazán el encargado de resolver la situación. Éste, con una potente armada de cerca de 80 naos entre grandes y ligeras, logró de inicio desembarcar e ir tomando los fuertes que los partidarios de Crato y sus aliados franceses habían artillado. La flota francesa por su lado y el condotiero italiano Felipe Strozzi iniciaron el contraataque. Strozzi logró cercar el fuerte mayor donde se habían atrincherado el destacamento español, pero al aproximarse Bazán con su escuadra decidió reembarcar, unirse a la flota francesa y enfrentarse a él, que por causa de diversos temporales se había quedado tan solo con dos galeones, 23 naos y 4.500 soldados de infantería embarcados en ellas.? Los franceses y Strozzi contaban con 60 naves y 7.000 soldados. Prácticamente les doblaban en número. El choque tuvo lugar el 26 de julio de 1581.

Pero la pericia del almirante español convirtió la desventaja en favor. Utilizando intercaladas sus naves más pesadas y artilladas con las más ligeras y marineras consiguió romperles las líneas, hacer huir al jefe francés, duque de Brissac, que se vio a punto de ser capturado tras un abordaje y dejar solo al italiano, que, rodeado, no tuvo más remedio que rendirse. La flota francesa largó el trapo y escapó, tras haberse dejado 10 buques hundidos o capturados y cerca de 1.500 soldados muertos. Los prisioneros corrieron igual suerte, pues al no existir guerra declarada entre Francia y España, fueron considerados piratas, siendo degollados los caballeros y señores y ahorcados los marineros y soldados. La conquista de la isla Tercera habría de esperar, sin embargo, algo más, pues prudente Bazán, con tan exiguas tropas, no quiso desembarcar y esperó al año 1583 para hacerlo con una nueva flota con 90 buques y 8.000 soldados. Ingleses y franceses, sin escarmentar, enviaron por su lado barcos y soldados que reforzaron las defensas y que se negaron a aceptar la oferta de dejarles salir y retirarse con sus armas y banderas. Al contestar a tiros a los emisarios se inició el asalto. Entre los primeros soldados de los tercios que pusieron pie en tierra firme y asaltaron las trincheras enemigas se encontraba un joven llamado Rodrigo de Cervantes, hermano menor del autor de El Quijote. La Tercera, en unos cuantos días, quedo por completo bajo dominio español, conjurado el peligro para las flotas que regresaban de las Indias.

Ofensiva a inglaterra

Ésta fue la última misión encomendada por el Rey Felipe a Don Álvaro de Bazán que pudo llevar a buen término. Porque la siguiente no pudo alcanzar a concluirla. Fue a él a quien encomendó los preparativos de la invasión de Inglaterra, harta la Corona española de los ataques piratas auspiciados de continuo por aquel país. Fue el marqués de Santa Cruz quien comenzó a reunir la escuadra y a preparar la ofensiva. Él era el encargado también de dirigir la Gran Armada y tal vez bajo su mando hubiera corrido mejor suerte. Pero ello, y en historia, aún menos puede hacerse, es elucubrar. La muerte le alcanzó en Lisboa el 9 de febrero de 1588 y el mando fue transferido al Duque de Medina Sidonia, cuya experiencia en combate y el dirigir escuadras era manifiestamente mejorable, y eso no es elucubración alguna, sino pura realidad.

Los restos de Don Álvaro de Bazán reposan en el convento de San Francisco de la localidad ciudadrealense de Viso del Marqués, donde él mismo había ordenado construir el maravilloso palacio renacentista en el que hoy se custodia el monumental archivo de la Armada Española. Esperando su visita está.