Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Autos, Tarasca, gigantones, gigantillas y danzas

10/06/2020

Desde el siglo XVI toda una serie de espectáculos, más o menos simbólicos, adobaban la procesión del Corpus en su recorrido por las engalanadas calles de villas y ciudades: autos sacramentales, ‘Tarasca’, gigantones, gigantillas y danzas eran los principales.
En el caso de los autos, se iban representando, a la manera de teatro en la calle integrado en el cortejo, obras cómicas en verso con personajes alegóricos alabando el sacramento de la eucaristía, de ahí ‘sacramentales’. Para el Corpus de Toledo compusieron autos y los representaron las mayores figuras del género como Lope de Rueda, Alonso Cisneros, Cristóbal Navarro o Melchor Herrera.
En el siglo XVII y parte del XVIII, delante de la procesión salía la ‘Tarasca’, un artilugio del que emergía una figura de serpiente articulada que movían desde el interior varios hombres, a la manera de los dragones chinos, que iba asustando a los niños y representaba la victoria de Cristo sobre el Diablo. En Toledo, como en otros sitios de España, encima de la Tarasca iba encaramada una mujer disfrazada, que representaba la lujuria, en Toledo se le daba el nombre de ‘Ana Bolena’, reina de Inglaterra, imagino que como prototipo de mujer fatal. Esa es la razón por la que ‘tarasca’ se emplea también para describir a una «mujer fea, descarada y de carácter violento».
Los gigantones, enormes figuras con armadura de madera y manos y cabeza de cartón y revestidas con vistosos vestidos y las gigantillas, de menor tamaño, bailaban en la procesión del Corpus a ritmo del tamboril y la dulzaina. En Toledo tuvieron fama, sobre todo, cuatro gigantones que representaban las cuatro partes del mundo y otro que encarnaba al Cid Campeador con la espada desenvainada.
En cuanto a las danzas, toda la provincia se destacaba por sus danzas de espadas. Covarrubias señala que danzaban en camisa y calzones de lienzo y unos curiosos tocados en la cabeza; con las espadas desenvainadas hacían muchas maniobras y terminaban con una figura que denominaban ‘la degollada’ en la que cercaban el cuello del ‘caporal’ con la punta de las armas y éste se escabullía por debajo.
En el siglo XVIII se fueron prohibiendo paulatinamente todos estos ritos porque en palabras del cardenal Lorenzana, arzobispo de Toledo, «eran producto de la barbarie e ignorancia de otros tiempos, contradecía la gravedad y seriedad del culto divino y distraían la atención de los fieles».