Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Toneladas de basura

11/11/2020

Debería ser razón máxima la emergencia que estamos viviendo en nuestro país consecuencia de la Covid-19 para estar a lo fundamental en este momento, y no con normativas, leyes y reglamentos que requieren, cuanto menos, un estado de serenidad que ahora no tenemos. Pretender atajar el problema cierto de la desinformación creciente y la basura mediática reinante con un comité gubernamental es algo así como matar moscas a cañonazos, coger el rábano por las hojas o arrimar el ascua a la sardina de uno con las más exquisitas justificaciones.  Crear un buen relato para hacer viable una realidad más que dudosa.
Sin embargo, no hay más que echar un vistazo a nuestro móvil para darse cuenta del desaguisado informativo en el que estamos. Toneladas de basura inservible. La era digital todavía no ha encontrado un medio adecuado para llenar el vacío que deja irremediablemente el lector diario, más o menos ilustrado, de periódicos. Ese que llevaba, por ser el más informado, la voz cantante en su familia y su entorno más inmediato a la hora de determinar posiciones en lo referente a la actualidad. Hoy las personas corrientes, el españolito de infantería, se ve sometido a un bombardeo incesante, diario, minuto a minuto, de mierda informativa, material tóxico, confuso, manipulado, hecho al gusto de parte para agitar al rebaño correspondiente.  Y  así se ve con meridiana claridad como los equipos contendientes en la lucha mueven a su tropa a golpe de whatsapp,  y también como ingentes cantidades de personas se mueven a diario al ritmo que marcan las agendas de tal o cual corriente de opinión. Estos días, por ejemplo, todos hemos estado ocupadísimos en la suerte que corría Donald Trump en la  presidencia de USA como si nos fuera la vida en ello. Hemos recontado los votos de Pensilvania, Misuri y Florida con más ahínco que si se tratara de las elecciones de nuestra comunidad autónoma. Nos hemos posicionado en el trumpismo y el antitrumpismo a veces con auténtica pasión.
Lo cierto es que las corrientes de opinión pública están más dirigidas que nunca y cada vez más cerradas en sus propios prejuicios. La esencia de la democracia se tambalea, las redes no enriquecen sino que precintan a las personas en auténticos confinamientos informativos y de opinión. Se podría decir que vivimos confinados, sin posibilidad de enriquecimiento, en nuestros propios apriorismos. No queremos más que nos reafirmen. Siempre ha sucedido, pero ahora hasta extremos calamitosos. El periodismo auténtico pierde fuelle. Los analistas de peso dejan paso a influencer ocurrentes, los buenos columnistas de hace unas décadas son sustituidos por treintañeros vanidosos, más o menos talentosos,  que se creen dioses del foro madrileño porque alguien de vez en cuando le regala los oídos y les invita a cenar, aunque su pluma esté aún lejos de los maestros que cincelaron su columna a sol y sombra, en el tránsito de una dictadura a una democracia. En la base, la precariedad laboral reina  a sus anchas en un oficio que está para el arrastre.
El panorama informativo, y el estado de salud de la sociedad medianamente informada que requiere cualquier democracia sana es aterrador.  Y al final, más allá de sus prejuicios ideológicos de cada uno, nadie sabe lo que es cierto y lo que no. Una misma noticia, un mismo hecho noticioso, es diametralmente opuesto si es enfocado por uno u otro periódico, por una u  otra emisora de radio. Muy pocos son capaces de poner luz ante tanta confusión, muy pocos son capaces de mantener encendida una luminaria clara y clarividente, independiente. Las jaurías digitales les llaman equidistantes porque piensan que de esa forma les amedrantarán y conseguirán introducirlos en el rebaño. Sería bueno que no lo consiguieran, por el bien de todos. En ellos está la salvación, más que en aparatos gubernamentales de inciertas intenciones  y más que dudoso pedigrí democrático.  Mira por donde, a ver si al final los equidistantes van a ser los que pongan un poco de seriedad en este despelote, en este teatro de sombras chinescas donde nada es lo que parece y donde los lenguajes y los conceptos más nobles se retuercen hasta convertirse en envoltorio fraudulentos para mercancías averiadas.