Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


Sostiene Francisco

07/10/2020

Se encuentra el Papa Francisco algo en soledad en las avenidas inmensas e interiores del Vaticano contemplando un mundo en pleno desbarajuste y aguantando el tirón de un Papado que recibió de las manos de un Benedicto XVI que en un ‘hasta aquí he llegado’ se fue a vivir sus últimos días, en los que continúa, guardando secretos casi inconfesables y dolorosos. Francisco, obediente al mandato del Cónclave con su «ahí te quedas con el marrón», tan distinto del anterior Pontífice, se quedó con la mochila y con ella hace lo que puede. Porque no es nada fácil gestionar una herencia de tantos siglos, con tantas luces pero también con tantas miserias. Algunos le califican despectivamente de ser un populista que ha mamado de su peronismo argentino desde la infancia y lo proyecta ahora sobre la feligresía mundial desde el balcón de San Pedro impartiendo bendiciones urbi et orbi como desde el campanario de un poblachón manchego.
El mismo Francisco se refiere ahora al concepto populista como una entelequia discutida y discutible, contaminada por el guirigay mediático, imposible ya de cuantificar y calificar como algo fácilmente identificable. Populista hoy es todo y es nada, un arma arrojadiza proyectada sobre un escenario de sombras chinescas en el que nada es lo que parece en todo o en parte. En eso hemos convertido el espacio público y por ahí llegará la inevitable penitencia, cuando nos demos cuenta de que estamos irremediablemente perdidos en un mar de confusiones e imposturas que han malversado nuestro sueño democrático hasta convertirlo en un trampantojo .
El Papa, que llegó al Vaticano acompañado del temor de los halcones de la Curia, tiene un caminar llamativo pero no hace demasiado ruido. No es un revolucionario, como ellos temían. Seguramente no lo es porque serlo sería una opción poco inteligente. Podría haber decretado, por inspiración directa del Espíritu Santo, el sacerdocio femenino, aceptado el uso profiláctico de los preservativos y reconocido las uniones homosexuales. Podría haberlo decretado en lugar de haberlo insinuado, como de hecho ha pasado, pero posiblemente hubiera provocado un cisma en la Iglesia para terminar su mandato a disgusto al frente de la más poderosa congregación religiosa en el mundo.
Ha preferido, sin embargo, insinuar, abrir caminos que inevitablemente habrá que desbrozar porque así lo impondrá el propio peso de la vida. Ha preferido que las aguas sigan su curso modificando ciertos cauces con sencillez.  Pero el Papa ha decidido, eso sí, profundizar en la dimensión compasiva y social del mensaje de la Iglesia. Lo hace ahora con su última encíclica ‘Hermanos Todos’, presentada el día 4 de octubre, en honor del grandísimo San Francisco de Asís. Sostiene Francisco que la pandemia nos deja ante las carencias más lamentables de nuestros modos de organizarnos en la política y en la economía, y pone el dedo en la llaga creada por el capitalismo más abusivo y salvaje. El mercado no lo puede resolver todo, afirma Francisco.  La anterior crisis tuvo un cierre en falso sin haber atajado el gran mal creado por los manejos especulativos e improductivos de las finanzas y ahora nos encaminamos, dice el Papa, hacia un universo en el que el ser humano se convierte en una pieza intercambiable en el maremágnun tecnológico donde un puñado de grandes corporaciones tienen la capacidad de decidirlo todo en negociaciones directas y bilaterales con los Estados.
De manera que el Papa Francisco irrumpe en mitad de la pandemia desde su soledad vaticana con un documento sencillo y claro con el que pretende poner un punto de sensatez en el caos reinante. Estos días se habla de su última encíclica y ya algunos de sus más íntimos enemigos se han apresurado a tacharle de socialista. Lo cierto es que el Pontífice pone sobre la mesa, recordándolos, una serie de valores de fraternidad social  que tienen antes que ver con las predicaciones de Jesucristo que con la fría y sesuda dogmática del marxismo.  Valores que ni siquiera la izquierda de hoy, tan inmersa en la mercantilización de la política, tiene demasiado en cuenta por más que Pablo Iglesias quería apuntarse a aquello del camarada Bergoglio. Francisco hace lo que puede. Cuando termine su peregrinar sabrá que no ha llegado ni mucho menos hasta donde el pretendía pero que al menos ha puesto algo de luz en un panorama tenebroso, también en ese universo a veces tan extraño e inquietante con el que el mismo convive y lo sufre intramuros de San Pedro.