José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


De pinchazos y crisis de valores

08/08/2022

Me asusta la crisis de valores que se nos ha colado en los cimientos de nuestra sociedad. Viene asustándome desde hace tiempo el hecho de que el relativismo se imponga con fuerza y haga temblar los cimientos de cuantos más altos y bienintencionados valores han sido necesarios para el progreso de las sociedades de nuestro tiempo. La crisis de valores tiene una capacidad de irradiación terriblemente contagiosa, hasta el punto de que consigue engañar a quien la padece pensando que todo se puede conseguir 'por las malas'. Porque, como todo es relativo, no existen ni el bien ni el mal, sino solo la impresión personal de lo que es el bien y lo que es el mal, y que a veces se adapta a un traje tejido con hilos tirantes de maniqueísmo.

Una muestra más de que esta crisis de valores se nos ha echado encima la estamos viendo con los recientes pinchazos a chicas jóvenes que, como corresponde a su edad y como está en su derecho, salen a divertirse sin hacer daño a nadie. No logro comprender todavía en qué cabeza (sana) caben la posibilidad y la necesidad de inducir a una mujer a cumplir con una voluntad que no es la suya anulándola químicamente. Es un mecanismo rastrero, sin quitar ni una sola letra a la palabra, que delata tanta maldad como complejo de inferioridad. Y sobre todo, es una actitud que demuestra que hay para quienes todo vale con tal de poder conseguir de una mujer una serie de cosas que todos sabemos perfectamente cuáles son y que no hacen sino cosificarla y tratarla como un trofeo. ¿Por qué una chica tiene que salir con el miedo de que la pinchen? ¿Qué derecho asiste a alguien para infundir miedo a los demás? Ya no hablo solo del acto en sí, que me parece deleznable, sino del miedo social que se infunde no solo a las propias hipotéticas víctimas, sino también a sus familias y amistades. Y les hago mi predicción: esto ha empezado con chicas, pero muy probablemente no tarde mucho en empezar a darse en chicos. No sé si será por sexo, por dinero o por qué otro motivo, pero tengo la impresión de que va a empezar a ocurrir. ¡Qué vergüenza!

Contra todo esto, las consignas repetitivas y las campañas de publicidad baratas no funcionan. Yo no creo en las frases que tanto se vienen repitiendo. Yo creo en los hechos. Y creo que el primer paso para lograr el respeto a las personas –en este caso concreto, a las mujeres– empieza en el hogar familiar, donde los padres están obligados a enseñar a sus hijos lo que es el respeto a los demás. Y también, por qué no decirlo, están obligados a enseñar que no existe entre hombres y mujeres más diferencia que la biológica, así como a no demonizar a un sexo o a otro, porque ni todos los hombres ni todas las mujeres cometen actos reprobables. El árbol hay que enderezarlo desde que nace, no cuando ya su tronco es sólido y robusto. En el mismo sentido, hay que enseñar desde niños, y no tratar de convencer con eslóganes y anuncios que no van a ningún sitio. Si alguien se ha pensado que los lemas son convincentes por mucho que rimen, es mentira. Me parece estupendo que se hagan campañas de sensibilización en este sentido, porque todo esfuerzo es poco para acabar con las lacras de la violencia, pero también hay que sembrar desde el principio.

Los pinchazos a las chicas son actitudes absolutamente graves, que podrían pararse si nuestras autoridades y si la Justicia comienzan desde ya con mano de hierro a condenar a los culpables de tales atrocidades. Pero lo triste no es solo que esto ocurra en el día a día. Lo realmente triste es la deriva que está logrando que para algunas personas sea su forma normal de actuar, tanto esta como otras tantas técnicas coercitivas o modificativas de la voluntad. Me parece mentira, y me da mucha vergüenza, que en un país como el nuestro, presuntamente desarrollado, todavía sigamos a la cola en lo más importante, que no es sino poner a las personas en el centro y observarlas como lo que son: seres dignos de respeto.