Ángel Monterrubio

Tente Nublao

Ángel Monterrubio


Bernardino de Antequera

15/09/2021

El padre jesuita Bernardino de Antequera y los señores don Pedro Lasso de la Vega y don Juan Jerónimo Serra viendo la gran necesidad de asistencia a pobres y menesterosos en la Villa y Corte de Madrid, acordaron en el año 1615 fundar la Santa, Real y Pontificia Hermandad del Refugio y Piedad, estableciendo su sede en la casa de noviciado que la Compañía de Jesús tenía en la calle San Bernardo. Rápidamente se hizo muy popular la ronda nocturna que efectuaban, conocida como ‘la Ronda de Pan y Huevo’. Un sacerdote, dos seglares y varios criados llevando talegas de comida recorrían todas las noches las calles de Madrid para auxiliar a los mendigos dándoles un pan y dos huevos cocidos. Además, trataba de facilitar albergue y vestido a los indigentes, llevaba al hospital a los enfermos, los locos al manicomio, asistía espiritualmente a los agonizantes y daba cristiana sepultura a los muertos abandonados. El gran cuadro de Luis Tristán del Museo de Santa Cruz refleja todo esto que les estoy contando.
Bernardino de Antequera se vincula al Colegio de jesuitas de Talavera y pasa mucho tiempo en la villa, de tal manera que en su testamento dispone que quiere ser enterrado en la iglesia de San Agustín ‘El Viejo’ -que por aquel entonces pertenecía a la Compañía-, a los pies de la Virgen, en la capilla de la Epístola. Fallece en 1634.
El erudito local Luís Jiménez de la Llave, por encargo de la Academia de la Historia, quiso excavar para encontrar los restos del padre Bernardino a finales del siglo XIX, pero el propietario del edifico, Gabriel Villarejo, se opuso al proyecto. En 1904 el padre Fidel Fita trata de retomar de nuevo la idea, según consta en carta manuscrita del ceramista Francisco Arroyo, pero otra vez  surgen dificultades, aunque la Compañía se comprometía a sufragar los gastos ocasionados. Será en 1929 cuando se lleve a efecto. El empresario Julio García Moya adquiere el edificio y a su costa, con varios obreros, se dedicó personalmente a tratar de hallar la tumba del ilustre jesuita. La búsqueda levantó mucha expectación en la ciudad. Excavó primero en las dos capillas laterales y no encontró nada, después empezó en la zona del altar mayor. Allí apareció un único enterramiento abovedado con restos, al parecer trasladados, entre los que había un trozo de paño basto, una pieza de zapato y una argolla con cadena de hierro. Nada que hiciera suponer que correspondía al padre Bernardino de Antequera.