Miguel Ángel Dionisio

El torreón de San Martín

Miguel Ángel Dionisio


Los Niños Hermosos

29/05/2019

Sin duda, cualquier toledano, al leer este título, habrá pensado inmediatamente en uno de los más típicos callejones de nuestro centro histórico. En efecto, hoy quiero referirme a este bello rincón, inmortalizado por Casiano Alguacil hacia 1885 en una fotografía donde recogía una estampa muy cotidiana en el Toledo de la época, una mujer con un cántaro al costado, camino de alguna fuente, mientras unas niñas, al fondo del callejón, observaban atentas al fotógrafo.
Pero no pretendo hoy que nos fijemos en esta muestra de la espléndida colección de fotografías que nos ha legado el artista de Mazarambroz, sino en una triste noticia que tuvo lugar, hace unos días, en este callejón, el derrumbe de una casa que se encontraba en mal estado de conservación. Más allá del dato concreto, dicho siniestro me ha hecho reflexionar sobre la situación en la que se encuentran otras muchas casas del Casco, independientemente de que haya o no un peligro inmediato de hundimiento.
Porque, sin duda alguna, todos estamos concienciados acerca de la conservación de los grandes monumentos de la ciudad. Nadie duda de su valor. Pero un conjunto histórico de la importancia del toledano no se reduce a la Catedral, el Alcázar o San Juan de los Reyes. Es toda la ciudad histórica la que constituye esa realidad única que es nuestra ‘peñascosa pesadumbre’. Son las casas, el entramado urbano, los pequeños y grandes elementos que las decoran. Son también, y esto es lo más importante, las personas que las habitan, que con su sola presencia contribuyen a su conservación, y que, a la vez, mantienen vivo un patrimonio inmaterial, hecho a base de tradiciones, historias, costumbres. Una realidad que corremos el riesgo de perder irremediablemente.
Sé que no es fácil encontrar una solución a los problemas de conservación de nuestro Casco histórico. Se requiere una confluencia de diversos agentes, se precisan una serie de medidas, en parte ya implementadas. Es esencial que en el Casco siga viviendo gente, y que pueda recuperar población. Pero, entretanto, es importante que vayamos valorando también ese patrimonio que puede parecer secundario, pero que no lo es. Amar no sólo la belleza incomparable de nuestro templo primado, sino también esos rincones llenos de sorpresas, esos patios que en mi niñez recuerdo plenos de vida, de conversaciones, de juegos. Redescubrir un escudo en una ménsula, una yesería adornando una puerta, un brocal de pozo quizá romano o árabe. Entusiasmarse con la magia de nuestros callejones, empaparse de la melancolía de alguna plaza solitaria, pararse a contemplar el llamador de bronce de una vieja puerta…
Nada es amado si no es conocido. La conservación de nuestro patrimonio urbano toledano sólo será posible, más allá de las actuaciones realizadas por las diferentes entidades públicas y privadas, cuando todos los ciudadanos conozcamos, valoremos y amemos nuestra ciudad. Y seamos capaces de trasmitir esa pasión por Toledo a las nuevas generaciones.