Miguel Ángel Sánchez

Querencias

Miguel Ángel Sánchez


De momento, escribo

15/07/2022

Ahí afuera hace calor. De momento escribo, y como en los noventa me pongo los discos de Calamaro. Luego saldré, cuando el sol baje rojo después de haber devastado la ciudad, y me daré un paseo a oler las higueras. De anochecida la luna llena saldrá también sobre el armazón del aeropuerto. Pero hoy no iré a verla, no pararé un instante y la observaré desde el paisaje de carreteras que se retuercen y que no van a ninguna parte, de campos gastados que ya han dejado de ser lugar, y sólo son espacio. El aeropuerto reposa como el esqueleto de una escolopendra gigante, caparazones ajustados a la tierra amarilla. Como un animal prehistórico al que acuden hipnóticos escarabajos con élitros de acero. Quizá algún día llueva. O puede que el cielo ya se haya olvidado. Siento cómo cada tarde anochece un minuto antes. Cómo los vencejos comienzan a marcharse. Y no puedo ver estrellas. Aquí no tengo estrellas en la madrugada. Observo a Júpiter asomarse por la ventana. Y el zumbido del ventilador. Y la brisa que entra de madrugada. Te recuerdo en aquel hotel de Marbella leyendo a Nabokov, Ada o el Ardor. Como si hubiera sucedido ayer. Esta noche buscaré en alguna página rusa El mundo en sus manos, de Raoul Walsh. Y luego el final de El graduado. Luego continuaré leyendo, despacio, las Elegías de Duino, de Rilke. Y más tarde ya será tarde; y la calle silencio. Quizá sueñe y navegue camino de las Pribilof. Mike Nichols, en El graduado, roba a Walhs la escena de la iglesia, de la boda descarrilada. Pero, faltaría más, me gusta cómo acaba la de Gregory Peck. Dustin Hoffman flota en la piscina de Anne Bancroft. Y todo gira. Todo fluye, como en aquella escena al principio de 8 ½ en la que Marcello Mastroianni sale levitando del túnel, como un ángel oscuro con sombrero hacia la luz, sobre los coches, sobre el silencio. Sobre la nada. Sí, escuché al primer autillo del verano, pero no te dije nada. Siempre estoy escuchando a los pájaros y mirando al cielo. Y de madrugada interpreto el roce de las salamanquesas sobre la pintura de las paredes, como el sonar de un batiscafo en las simas profundas. Todo es cuestión de soportar la presión, de brillar con colores y luces no creados ni imaginados. Sí, ahí afuera hace calor, como en los veranos antiguos que ahora vuelven desordenados y limpios. Como deben ser. De momento, escribo.