Ignacio Ruiz

Cabalito

Ignacio Ruiz


Don de gentes

06/03/2020

Encontrar en la calle a la multitud de personas que no ponemos nombre, pero sí que conocemos. Que no ponemos sitio, pero sí sabemos sobre su familia. Ese don que tienen algunos para tener una agenda en la cabeza, nombre, familia, trabajo, barrio, cumpleaños y demás, no precisaban de facebook ni recordatorios digitales.
El don de gentes que se pierde con tanto chat, tanto wahtsapp y tanta leche. Encontrarte por la calle y saludar. Conocer lo que le pasa a tu vecino, lo que preocupa la salud de su padre o el estado de melancolía de su gato. Todo eso se pierde, por culpa de tanto Netflix, tanta Smart TV, Gran Hermano  y canales de ocio constante y masivo.
Hace años que aquel que era de saludeo se está echando a perder. Pero los hay que resisten. Los sigue habiendo que saben tratar con cada quien. Conocen, saben, se preocupan y además, con buen corazón. De los malos de rebaba también hay. También son de mucho  saludeo, pero clavando puñales por la espalda. Ese es un indeseable que parece, y no lo es, que quiere pero no puede, que habla pero no dice. Un miserable, sin más.
Es preciso acabar con el chismorreo, incluso el Papa Francisco afirmaba que el peor mal en los conventos son los chismorreos. La calumnia y la infamia, aunque parezcan indisolubles con la naturaleza humana, algún día las perderemos y así disfrutaremos enteramente de nuestra vida.
No es que las maledicencias las vayamos a dejar abandonadas sin más, pero tenemos que seguir tratando de recuperar el don de gentes, incluso a través de la empatía, para evitar tratar al resto como si de inferiores se tratara.
Podemos intentar que la sociedad esté llena de conocidos, amigos y contactos, laborales o personales, en los que poder confiar para hacer una confidencia, transmitir una preocupación, o simplemente charlar de lo que sea.
 Hay ocasiones en las que se echa de menos que te cuenten, también, una alegría o alguna satisfacción personal, algún hito o algún hecho reseñable en la vida de un simple mortal. Es mucho mejor oírlo de su boca, te llena no solo el corazón, sino también el orgullo de saber que ahí tienes una voz que comparte alegrías y don de gentes.