Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


La clase política tras la Covid-19

26/05/2020

Apártense o cúbranse no les vaya a salpicar, pues estoy a punto de meterme en un charco: el largo e inacabable declive de la forma de hacer política en España que comenzó en la crisis de 2008, y tuvo su máximo exponente con el movimiento 15-M, la ruptura del bipartidismo y el conocimiento de la corrupción, llega a un momento culminante ahora durante la pandemia. La gente constata que son demasiados los servidores públicos y que la sociedad no los puede, probablemente ni debe, mantener a todos.
La ciudadanía creo que equivoca el disparo cuando mete en los ‘políticos’ que sobran, a los miles de concejales/as de los pueblos pequeños: no solo no nos cuestan sino que habitualmente ponen su tiempo gratis. Quitarlos significa restarnos la palabra y la representación más natural e inmediata. Cosa bien distinta es todo lo demás (ayuntamientos de pueblos y ciudades grandes a partir de 13 concejales, diputaciones provinciales, parlamentos regionales, asesores de todo orden a su servicio…) pues tras estos años se ha demostrado que los pequeños partidos no necesitaban amplias cámaras de representación para obtener escaño y simplemente lo que les faltaba eran los votos suficientes, que cuando los han currado, los han logrado. Es mucho más representativo y fiel reflejo de la sociedad, dadas las circunstancias, sostener menos políticos electos, que la hipotética pérdida de sensibilidades minoritarias en estas instituciones.
El caso más claro de estupor ciudadano (en general, el de quienes están ahora alarmados por su futuro), y que no va a tener ya vuelta atrás, ha sido la escenificación de un Congreso y un Senado con muy pocos parlamentarios de cada grupo para tomar decisiones. Tan cierto es que los que no aparecían de cuerpo presente, lo seguían por conexión remota y hubieran querido asistir, como que estén donde estén, la dinámica de voto en bloque o de partido destruye por completo todas las ventajas de tener 350 diputados y 256 senadores, si nunca, incluso en ocasiones catastróficas como ésta, ninguno disiente de los suyos (creo que hacen lo correcto, pero es la prueba de que no es necesaria tanta representación, dado el imperio de las instrucciones de los partidos y grupos parlamentarios). Y no digamos nada de un gobierno con más ministros que cuatro equipos de futbito, solo para discutir entre ellos.
Si me siguen estos años verán que no paro de decirlo: debemos terminar con la clase política porque la política somos todos nosotros. No hay un nosotros y un ellos, y la única vía posible de regeneración democrática es que unos pocos ciudadanos, los suficientes pero no tantos, vayan optando periódicamente a los distintos cargos haciendo permeable esa ‘clase política’ hasta convertirla en lo que la Democracia pretende: un solo cuerpo electoral que escoge temporalmente a los gobernantes y legisladores ‘de entre todos’ y para ‘estar al servicio de todos’ sin generar una casta diferenciable. Entonces los representantes tendrán reconocimiento social tanto por ser conocidos al ser menos, como por ser valorados por su mayor singularidad. Pocos, preparados, temporales, y bien pagados y valorados. Ese debiera ser el futuro en mi opinión.