José María San Román Cutanda

A Vuelapluma

José María San Román Cutanda


Cuando el gentilicio se convirtió en odio

13/12/2021

El nacionalismo como concepción política y como movimiento social nació al mismo tiempo que comenzó a fraguarse la legislación política de la Edad Contemporánea, en la que estuvieron muy presentes los derechos del ciudadano como ser individual y los sistemas de organización política de los estados. La Europa decimonónica fue testigo de movimientos nacionalistas de carácter centrípeto o integrador, cuyo fin no fue otro que el de unificar una nación repartida entre varios estados distintos. Son ejemplos claros de este nacionalismo los de Italia y Alemania. Los fundamentos de la teoría del Estado contemporánea están acuñados conforme a los edificados en la Edad Moderna, tomando sus tres elementos esenciales —territorio, población y soberanía— y añadiendo otros como la historia, la lengua, la literatura y las costumbres comunes, vinculados estos últimos a la visión que sobre el nacionalismo aporta el romanticismo decimonónico. España no estuvo al margen de estos movimientos. El espíritu regionalista también fue una parte esencial de nuestra historia. Y han sido muchos los autores reconocidos que han logrado consolidar la lengua y la literatura de las regiones españolas como un patrimonio digno de conservar y promocionar. El sano regionalismo consiste precisamente en eso: en la compatibilización y el respeto de las realidades propias e históricas de las regiones sin renunciar a la historia común que nos convierte a todos en hijos de la misma nación. Todo funciona por los cauces del respeto…hasta que el gentilicio se convierte en odio.

La semana pasada hemos podido vivir una de las consecuencias de no haber hecho pedagogía de país a tiempo, de haber consentido el desmán independentista y de haber permitido que quienes lo protagonizan hayan tergiversado, desvirtuado, manipulado y atacado frontalmente a España mediante su Poder Judicial, sus instituciones y sus conciudadanos que no creen nada de la trampa que se esconde tras la pretendida secesión. Pero esta vez han llegado demasiado lejos, porque han logrado focalizar el odio en un niño de cinco años que es completamente inocente y cuyos padres solo pretenden ejercer el mandato constitucional de que su hijo conozca su lengua nacional y tenga el derecho a usarla. Lejos de aplicar la más sana convivencia, algunos padres de compañeros de este niño han optado por jugar con la integridad del menor indefenso y de su familia. Alexis de Tocqueville escribió que «el espíritu comunal es un gran elemento de orden y de tranquilidad pública» e insistió en que los fundamentos de un estado pasan por el sentido de la responsabilidad del individuo con respecto a aquél. Pues no. Parece que para esos padres no funciona el espíritu comunal. Para ellos, tan solo funciona la beligerancia más ruin y más miserable, haciendo daño a un ser vulnerable y, por medio de él, a sus padres, que nada han hecho mas que reclamar los derechos que les corresponden y que les han sido avalados por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Claro, que ese es otro tema, porque hay que tener en cuenta que los independentistas están bastante creciditos gracias a los indultos-insultos que les ha concedido el Gobierno con claros intereses políticos. Y así ha pasado: que el consejero de Educación catalán ha visitado el colegio del niño en Canet de Mar y ha dicho que la sentencia es un «ataque intolerable al modelo de escuela catalana» a lo que ha añadido que «nosotros somos la convivencia. La anomalía de estas sentencias es que no se ajustan a la realidad lingüística de Cataluña y menos a una clase de P5 donde no hay ni asignatura de catalán ni de castellano». Ahora, yo me pregunto: ¿es odio y es intolerable que un Tribunal compuesto por personas que se supone que saben bastante más Derecho que cualquier mandamás 'catalanómano' reconozcan que ese niño tiene derecho constitucional a un veinticinco por ciento de castellano? Y en relación con esto, ¿No es delito de odio entonces que los padres de los demás niños se confabulen para hacer la vida imposible a ese niño y que haya quienes escriban tweets como «me apunto a ir a apedrear la casa de este niño» o «que se vayan fuera de Cataluña. No queremos supremacistas castellanos que nos odian»? De verdad, ¿de qué van? ¿Es que nadie se da cuenta de que estos son los nuevos escraches? ¿Es que nadie se plantea que esos padres están educando a sus hijos en un odio que ni les corresponde ni les beneficia?

Al final, todo esto va al mismo sitio. En el fondo, esta clase de personajes son mercenarios sin orientación y sin una lealtad definida. Sí, sin una lealtad definida, porque en el fondo no son fieles a nadie. Ni siquiera a sí mismos. Probarlo es tan fácil como unir el desgastado «España nos roba» o las declaraciones y actos de estos sujetos con las exigencias dinerarias que hacen al Gobierno central, que sigue financiando a Cataluña mejor que a muchas otras comunidades. Por eso digo que no son leales ni a sus propios ideales, porque defienden a capa y espada su independencia hasta que reciben con gran interés el dinero sacado de la caja de todos los españoles.

No sé cómo se llaman ese niño ni sus padres. Tampoco conozco los nombres de las otras cinco familias que han pedido para sus hijos que se aplique la medida que se ha aplicado al niño de Canet de Mar. Lo que sí tengo claro es que ese niño, sus padres y las familias que siguen su estela son héroes anónimos, que en lugar de aprovechar el tirón para salir en prensa y hacer propaganda, están en su casa, encauzando por los trámites legales la situación sin hacer leña del árbol caído, y procurando para su hijo la educación que tienen derecho a elegir para él. Desde aquí, me solidarizo con esa familia, porque están haciendo mucho más por la libertad que los libertinos independentistas, para quienes la libertad está solo y exclusivamente en que se haga lo que ellos digan y que después se echan las manos en la cabeza cuando se habla de otras realidades políticas e instituciones que respetan la libertad y los derechos individuales bastante más que ellos. Michelet, exponente del nacionalismo romántico francés, propuso una frase muy clara para defender la inviolabilidad de la nación: «Matar a un hombre es un crimen. Pero, ¿qué es matar a una nación? ¿Cómo calificar este enorme crimen?» Y yo añado: si matar a un hombre es un crimen y matar a la nación es un crimen mayor, ¿no es aún más terrible hacer víctima a un niño de las fobias y las filias de los mayores? ¿No les da vergüenza?