Javier Salazar Sanchís y María Ferrero Soler

Cristiandad

Javier Salazar Sanchís y María Ferrero Soler


Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

23/08/2020

Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?.» Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Las contestaciones que da “la gente”, es decir los que no son seguidores de Cristo, los que no están tan cerca de Él, de la Iglesia, son contestaciones que no podemos calificar de acertadas o buenas, porque realmente no lo son; pero tampoco están del todo mal. Se dicen cosas de Cristo o de la Iglesia, que “algo” tienen que ver con la “verdad”. Comparar a Jesús con Juan el Bautista -lo hacía hasta el mismo Herodes, “este (Jesús) es Juan que ha resucitado y actúa su espíritu en él”, llegó a decirlo así-, pensar que pueda ser “Elías”, o algún “profeta” no está mal encaminado. En realidad, lo que “la gente” está viendo es a alguien extraordinario, a alguien “de lo alto”, a alguien “con una misión”, con “algo que decir al pueblo”, etc. Ven que hay algo que va más allá de lo meramente natural. Es decir, aciertan un poco, pero de forma marginal, aproximada. Y, claro, lo peor es una verdad a medias. En este caso, no hay malicia, incluso podríamos decir que hay un buen reconocimiento de “la gente” a favor de Jesús o su Iglesia.

Sucede hoy igual con las cosas de Cristo, con la Iglesia, con los Obispos, con los sacramentos… La “gente” (aunque la hay mala y con mala intención) ve que ahí -en todas estas personas o ritos- que “algo hay”, la Iglesia “algo” hace en el mundo; la Eucaristía, no, pero sí… ¡claro! Se están dejando lo más importante. No ven, lo que realmente es: esa “gente” es la que no tiene fe. Puede ser muy buena gente, pero les falta la fe, por eso son comprensibles sus contestaciones. Por eso, quién es Cristo, nos lo tiene que decir un hombre con fe. Hoy como entonces nos lo sigue diciendo Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Todos los intentos de desligar a Cristo de la divinidad -hacer de Él un hombre extraordinario, maravilloso, un “hippy” o incluso podríamos decir, hacer de Él un San Francisco de Asís- es un intento vano y falso de decir quién es Jesucristo; hablar de la Iglesia como una especie de ONG, porque la Iglesia va a un país en misiones o ayuda a los pobres o a los enfermos de SIDA… sí, pero es un intento vano y falso de reducir a Cristo o a la Iglesia a eso. Todas esas cosas que dicen las “gentes” de Jesús o de su Iglesia, dichas incluso con buena intención, no vamos a dudarlo, si no dicen, como dice Pedro de Jesús, que Él es “el Hijo de Dios vivo”, estarían olvidando, no digo un elemento esencial sino el aspecto medular, sustancial, razón del ser y del existir del mismo Jesús y de su misma Iglesia.

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre? Diversidad de opiniones, construidas según el beneplácito de cada uno. Pero Jesús no se queda ahí. Busca una confesión: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? No podemos decir cualquier cosa. Los discípulos no pueden afirmar lo que en ese momento les venga en gana, lo que entonces les mole. Ellos han sido llamados, han oído su voz y le han seguido. Le han visto hablando de lo que va a sufrir, le han seguido, aunque comprendiendo apenas nada de quién es en verdad ese Jesús al que ellos siguen.

Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro, una vez más, se hace portavoz de todos. Su respuesta es impetuosa, grande, desaforada. Quizá no más que una ilusión desquiciada: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Por eso comprendemos perfectamente la alegría de Jesús al oír estas palabras de la boca de Pedro: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”.

Y, fijaros que no debe de ser casual que es en este momento, después de esta declaración de Pedro, cuando Jesús acaba de percibir que Pedro ha captado exactamente quién es El, cuando funda, precisamente, la Iglesia. “Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» Le deja las llaves a un pescador, a alguien que le negará y mirará los planes de Dios sólo desde lo humano. Pero ese alguien sabe que Jesús, el Hijo de Dios, le ama y le puede decir, desde su debilidad, “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Esas llaves que recibió Pedro han ido traspasándose hasta Francisco. Ha habido Papas santos, pecadores, inteligentes, guerreros, lujuriosos, ambiciosos, humildes y sonrientes, de todo tipo, pero todos sabían que no eran los dueños del Cielo; solo tenían las llaves. Y esa es una responsabilidad muy grande, más grande de la que ningún ser humano por sus propias fuerzas puede soportar, y por eso Pedro puede exhortarnos: “Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño”. Muchas veces estamos acostumbrados a leer opiniones sobre el Papa en términos políticos, como si fuese un dictador o buscase favorecer a “los suyos”. Puedo comprender, aunque no compartir, que un político busque su beneficio personal y situarse cómodamente en la sociedad. Le darán igual las críticas, ya habrá quien haga las cosas peor o le preocupen otros asuntos. Pero el Papa sabe que quien le pedirá cuentas será el mismo Dios, en quien cree firmemente y se juega la eternidad. Por eso necesita una especial Gracia de Dios y exige (no me he equivocado de palabra: exige) la oración de todos los católicos del mundo. Ni “progres”, ni “carcas”, ni los de la fe del carbonero, ni los teólogos pueden permitirse el lujo de no rezar por el que tiene que llevar el peso de la Iglesia en cada momento. A lo mejor tiene que ser un pobrecillo de Asís el que ayude a levantar la Iglesia, o una Catalina de Siena la que le regañe, pero lo hará junto al Papa, nunca contra él.

La Virgen debe ver en el rostro de cada Papa el reguero dejado por las lágrimas de Pedro y seguro que los ampara de manera especial. Pidámosle a ella por nuestro Papa, el de cada momento, el de la Iglesia, el que tiene las llaves de la misericordia de Dios. El viernes regresé del Rocío y ayer comencé mi convivencia sacerdotal. Os pido oraciones. Nos hace falta vuestra oración, vuestros pequeños (o grandes) sacrificios por los sacerdotes. Un sacerdote no es nadie solo. Necesita de la oración de muchos, del apoyo de tantos, para descubrir que sólo pone su confianza en Dios. Bastará navegar un poco por internet para encontrar casos de sacerdotes indignos. Bastará dar una vuelta por la parroquia más cercana para encontrar sacerdotes entregados. Reza hoy por todos, por los buenos y por los menos buenos. Reza para que seamos sólo y siempre sacerdotes. Reza para que Cristo sacerdote pueda transparentarse en nosotros y así sólo Él se luzca.

Los laicos, la otra vocación en la Iglesia, también tienen una respuesta y un papel fundamental en ella. Sobre eso nos habla ahora María:

“Pedro contestó pero no le preguntóo a él sino que preguntó a todos. Queda reflejado en el texto la respuesta de Pedro posiblemente por la relevancia de la contestación que le da Jesús a esa profesión de fe de Pedro, pero todos, interior o externamente, dieron respuesta a esa pregunta. También me la hace a mí; también te la hace a ti. Y no es una pregunta: son dos.

Primera: ¿Quién dicen los demás que soy Yo? Segunda: ¿Quién dices tú que soy Yo? Y creyentes o no, tenemos una respuesta. Cada uno tenemos la nuestra y, más allá del conocimiento de que Cristo es Dios, Jesús de Nazareth es un hombre que no ha dejado impasible a nadie en los dos mil años que lleva encarnado. No ha habido ni habrá influencer como él.

¿Quién dices que es Jesús de Nazareth? No es una respuesta sobre conocimiento sino que es una respuesta que implica una forma de vivir. Saberse la respuesta por decir así, lo que se te ha enseñado y se espera que digas no es responder correctamente. Responder correctamente es ser consecuente con esa respuesta y buscar por todos los medios tener más luz para poder llegar a la contestación que Pedro da. Pedirle al Espíritu Santo esa luz es necesario, fundamental, porque ya el Señor le dice “eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso sino mi Padre que está en el Cielo”.

No somos más majos ni tenemos más mérito por tener fe aquellos que la tenemos. Es un regalo. El mejor regalo, pero un regalo inmerecido en todo caso. Ninguna respuesta sensata se puede dar a a pregunta alguna sin una búsqueda del conocimiento. Y a Dios se le puede buscar; se le debe buscar. Perdernos a Dios es perdernos lo mejor de la vida, es perdernos la vida y que esta consista en días que pasan uno tras otro, más afables, menos, pero nada más. Dios lleva toda la vida buscándonos, acercándose a nosotros, contactando con nosotros. Te envía cartas de amor cada mañana. A veces no somos capaces de ver que es Él el remitente, perro lo es y con ellas nos prepara para recibirle. El Antiguo testamento es la historia de Dios buscando al hombre y preparándole para su llegada. Su encarnación es la promesa cumplida de querer vivir con nosotros. Dios quiere que le conozcas: búscalo y lo encontrarás.

La respuesta se da con las obras de la vida. Nunca con la cabeza, nunca desde la vanidad. Solo puede darse desde la forma en la que vives. Y esa pregunta se nos hace cada mañana; cada mañana necesita una respuesta.

Pidámosle a la Virgen, que siempre supo quién era Él, aquello, desde Aarón y por mismo mandato del Señor, pedimos al bendecir a los hijos: “que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Num 6, 26).