Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Si cantamos todos

24/12/2021

23 de diciembre y aún no me he estrenado con la ronda. No es por falta de ganas ni por falta de alegría. Sencillamente, no ha coincidido. La ronda del Alamín, barrio castizo de Guadalajara donde canta el villancico que nacen lo toreros, lo dice claro en sus letras: «Si cantamos todos, será Nochebuena, y si no cantamos, qué pena, qué pena». Ya estamos tardando.
Hace ya unos cuantos años que a José Calvillo, a Mariano García y al resto de la cuadrilla, con el impulso de Luis Sebastián y las gentes de Ruguilla, les dio por instaurar lo que se convirtió en un hito dentro del ámbito de las agrupaciones callejeras que amenizan la Navidad: tocar en la capital de España. Madrid está a un paso y lo que estos días se vive allí solo es comparable con las grandes urbes de otros puntos del mundo. Ríos y ríos de gente que te arrastran a través de un caudal, a veces agobiante, otras cargado de una actividad propia de la normalidad. ¡Bendita normalidad! Ese recorrido se empezaba en la plaza de Santa Ana, por aquello de partir desde un punto simbólico. Es el lugar donde hoy se arremolinan los guiris y gran parte del turisteo y donde se ubicaba la Casa de Guadalajara en Madrid, la casa de todas las alcarrias, serranías, campiñas y señoríos. Era volver a la esencia de todos, al nexo de unión entre los que allí nos congregábamos. Era regresar a un punto en el que lo común alejaba cualquier punto de diferencia o incluso de distancia. Eso también es la Navidad, esa patente a la que el Grinch o el avaro de Dickens, el señor Scrooge, habrían caído rendidos. Bastan unos acordes, unos compases y las primeras letras para que se empiece a arremolinar la gente en círculos que, cuando te despistas, ya no se ve hasta dónde llegan.
Por segundo año consecutivo, la ronda no ha ido tampoco este año a Madrid. No es que falte la alegría, pero no sobra. Y eso, en parte, nos está haciendo olvidar lo que somos y por qué celebramos estos días: la alegría del Nacimiento. La prueba está en el último año en el que las zambombas del Alamín, las guitarras y laudes de Ruguilla y los violines de diversos puntos asaltaron la capital. Se acercaron dos muchachas colombianas y nos entregaron 50 euros en plena Puerta del Sol, ya al final de un recorrido que había pasado por la Plaza Mayor. Entiendo que nos habían acompañado durante toda la tarde noche. «Nos habéis alegrado el día». De eso se trataba, pero «tomen el dinero y echen un trago de orujo. Eso que se van a llevar».
Ha pasado el sorteo de la lotería de Navidad y somos los mismos que ayer, salvo por los euros -cada uno que revise sus décimos- que no hayan salvado. Somos los mismos que ayer, pero vamos perdiendo la esencia de la vida, el pulso que, quizá cuando vuelva lo que conocíamos antes de la pandemia, ya no seamos capaces de recuperar. Somos los mismos con miedo, con ese pánico entre infundado y real, por el que muchos están forrándose, y por el que otros se han situado al borde del precipicio.
Es 23 de diciembre y sin casi saber de dónde venimos en estos dos últimos años, lo peor es que el panorama nos lo vuelven a tornar oscuro, impidiéndonos vislumbrar hacia dónde nos dirigimos. La Navidad es celebración, ilusión y esperanza. Con el sentido común y la prudencia que nos obliga esta situación inédita, tampoco es cuestión de que nos las arrebaten para siempre. Que es lo que pretenden algunos.